Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
El gobierno comenzó una campaña fuerte contra la corrupción, a primera vista es incuestionable. Ahora bien, al acercarnos comienzan a aparecer los lados oscuros, las deficiencias.
Cuando nos preguntamos quién y por qué es corrupto, todo se complica. Las definiciones, las respuestas, son exageradamente imprecisas: van desde el que "lanza un papel a la calle", como dijo un dirigente del PSUV, pasando por el que no apruebe la ley habilitante. Si hablamos de sospechosos todo se enreda más, las acusaciones llueven a montones, se acusa sin el menor recato.
La campaña se va desbordando, cada segundo aparece una complicación: nuevas brigadas, nuevas partidas de caza se incorporan a la batida, todas sin saber muy bien cuál es la presa, sin saber bien cuál es su labor ni hasta dónde llega su capacidad de juzgar. A todas luces se está preparando una gigantesca vendetta, una tolvanera de bajas pasiones, sin control, que necesariamente se escapará de las manos de la sensatez.
Es evidente que estamos dando palos de ciego, nos falta un rumbo teórico, este asunto es muy importante para dejarlo a los arranques del espontaneísmo. Veamos.
La corrupción es un problema ético, es decir, un conjunto de normas aceptadas como buenas, de aquí se deduce que no hay una sola ética, inmutable, ahistórica, al contrario, estará ligada a una clase social, a un tiempo histórico. Podemos hablar de una ética revolucionaria, socialista, y una ética burguesa, capitalista, o dicho de otra forma, lo que es bueno, ético, para los burgueses, será malo, no ético, para los explotados.
La corrupción tiene un alto contenido de clase. Para un capitalista, que se guía por criterios mercantiles, será honesto, ético, lo que dé lucro. Así, explotar a niños en las fábricas de juguetes en China es ético, no es corrupción, lanzar invasiones y bombas atómicas por defender sus mercados no es corrupción, o asesinar Presidentes porque son obstáculos para sus intereses, o condenar a la miseria a millones para que miles puedan vivir en la opulencia, o dilapidar los recursos para la vida... todo entra en lo permitido, no es corrupción para el capitalista. En resumen, apropiarse de la riqueza, del trabajo ajeno, es ético para el burgués, es bueno.
El asunto se complica, no es fácil. Si afrontamos el problema de manera ingenua, guiándonos por el sentido común que, ya sabemos, obedece a la cultura de la dominación, podemos terminar adoptando y afianzando, sin pensarlo ni quererlo, la ética burguesa.
En esta etapa de enfrentamiento del Socialismo con sus enemigos capitalistas es necesario definir algunas reglas éticas revolucionarias: ¿qué es ético para los revolucionarios, qué es aceptado? Por ejemplo, perseguimos a uno que estaba matraqueando a los comerciantes, ¡eso es ético, revolucionario! Pero favorecemos con dólares a los comerciantes que, por definición, convictos y confesos, son especuladores. ¿Es eso ético, revolucionario, no es corrupción? Condenamos por corruptos a los operadores políticos de los capitalistas ¡eso es ético, revolucionario! Pero hacemos negocios con sus amos, perjudicando el rumbo al Socialismo ¿Es eso ético, revolucionario? Fortalecemos el sector nosocial de la economía, al sistema financiero, ¿es eso ético, revolucionario?
Condenamos al que desvía recursos para comprar los símbolos materiales que valorizan al hombre en el capitalismo, pero no combatimos en sus raíces al capitalismo que crea esos valores, esa ética egoísta, individualista. Como diría Chávez: combatimos el incendio pero no al incendiario.
Una aproximación a la nueva ética revolucionaria sería: todo lo que favorezca al Socialismo verdadero es ético, todo lo que contribuya a la creación del hombre nuevo, todo lo que contribuya a construir unas relaciones amorosas entre los humanos y de éstos con la naturaleza, es ético. El centro de la ética revolucionaria es el humano como parte de la naturaleza, a ella ligado entrañablemente.
Los burgueses, no nos engañemos, tienen clara su ética y la defienden con magnicidios y bombas atómicas.
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