Maryclen Stelling.
Imposible obviar el fuerte impacto que produjo la muerte de Chávez hace 6 meses y las consecuencias que ello generó en la vida del país.
Posteriormente una elección presidencial -frente de batalla electoral- muy reñida profundiza la confrontación entre las dos fuerza políticas y afecta profundamente el accionar de los ejércitos mediáticos. Se agrava la situación de “polarización mediática” y se evidencia que los medios lejos de garantizar el derecho a la información de la ciudadanía, “actúan como portavoces de parcialidades políticas.” La misión de informar ha ido cediendo ante la función político-beligerante que desempeñan los medios.
Un sorpresivo tsunami -espionaje, denuncias, bajas, deserciones y despidos, compra-ventas- provoca cambios y reacomodos en el espectro mediático. Un discurso atravesado por las relaciones de poder y una suerte de destape comunicacional, ha dado cabida a voces que sin tapujos y, en ocasiones, sin pruebas realizan denuncias a diestra y siniestra. Aquello que se decía a sotto voce, hoy se grita sin disimulos y con gran laxitud ética amparada en la impunidad.
El discurso argumentativo, teóricamente racional, se descubre fuertemente integrado a la afectividad y se cae el mito de los textos periodísticos que supuestamente presentan “una serie de argumentos lógicos, coherentes y verosímiles a favor de una conclusión o tesis”. Por el contrario, son comunes las emociones sustentadas en la postura político-partidista defendida por la línea editorial del medio en cuestión y por el grupo de pertenencia del periodista. Emociones que el profesional intenta esconder tras el razonamiento y acude a la falacia, un argumento que parece válido, pero no lo es.
Enmarcado en una amplia estrategia político-pasional de deslegitimación y desacreditación, se ha generalizado el uso de la falacia ad hominem (contra el hombre), que consiste en “dar por sentada la falsedad de una tesis o afirmación, tomando como argumento quién es el emisor de ésta” e intentando desacreditarlo sobre la base hechos irrelevantes. Se rebate el argumento dirigiéndose y atacando a la persona que lo plantea, más que a la sustancia del mismo. Generalmente esta falacia envuelve dos etapas. Primero, un ataque contra el carácter de la persona, sus circunstancias o acciones. Segundo, el ataque se toma como evidencia contra el argumento de la persona en cuestión.
Maryclens,@yahoo.com
Posteriormente una elección presidencial -frente de batalla electoral- muy reñida profundiza la confrontación entre las dos fuerza políticas y afecta profundamente el accionar de los ejércitos mediáticos. Se agrava la situación de “polarización mediática” y se evidencia que los medios lejos de garantizar el derecho a la información de la ciudadanía, “actúan como portavoces de parcialidades políticas.” La misión de informar ha ido cediendo ante la función político-beligerante que desempeñan los medios.
Un sorpresivo tsunami -espionaje, denuncias, bajas, deserciones y despidos, compra-ventas- provoca cambios y reacomodos en el espectro mediático. Un discurso atravesado por las relaciones de poder y una suerte de destape comunicacional, ha dado cabida a voces que sin tapujos y, en ocasiones, sin pruebas realizan denuncias a diestra y siniestra. Aquello que se decía a sotto voce, hoy se grita sin disimulos y con gran laxitud ética amparada en la impunidad.
El discurso argumentativo, teóricamente racional, se descubre fuertemente integrado a la afectividad y se cae el mito de los textos periodísticos que supuestamente presentan “una serie de argumentos lógicos, coherentes y verosímiles a favor de una conclusión o tesis”. Por el contrario, son comunes las emociones sustentadas en la postura político-partidista defendida por la línea editorial del medio en cuestión y por el grupo de pertenencia del periodista. Emociones que el profesional intenta esconder tras el razonamiento y acude a la falacia, un argumento que parece válido, pero no lo es.
Enmarcado en una amplia estrategia político-pasional de deslegitimación y desacreditación, se ha generalizado el uso de la falacia ad hominem (contra el hombre), que consiste en “dar por sentada la falsedad de una tesis o afirmación, tomando como argumento quién es el emisor de ésta” e intentando desacreditarlo sobre la base hechos irrelevantes. Se rebate el argumento dirigiéndose y atacando a la persona que lo plantea, más que a la sustancia del mismo. Generalmente esta falacia envuelve dos etapas. Primero, un ataque contra el carácter de la persona, sus circunstancias o acciones. Segundo, el ataque se toma como evidencia contra el argumento de la persona en cuestión.
Maryclens,@yahoo.com
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