jueves, 20 de junio de 2013

Blackwater digital manda.


Una investigación del diario Washington Post descubrió que las agencias de seguridad, contraterrorismo y espionaje de EE.UU. mantienen negocios con más de 1.900 compañías. En consecuencia una banda de contratistas de alta tecnología del «conocimiento» gozan de un acceso indiscriminado a información ultraconfidencial. Un administrador de estos sistemas como el jóven espía norteamericano Snowden que denunció esto desde Hong Kong podía tener acceso prácticamente a todo.

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El fallo de Daniel «Los papeles del Pentágono» Ellsberg es definitivo: «En la historia de EE.UU. no ha habido una filtración más importante que la divulgación por parte de Edward Snowden de material de la NSA». Y eso incluye la divulgación de los propios Papeles del Pentágono. En este vídeo [en inglés] de The Guardian, Snowden detalla sus motivos.
A estas alturas, todo lo que gira alrededor de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. (NSA) apunta a una caja negra en un agujero negro. La caja negra es la sede de la propia NSA en Fort Meade, Mayland. El agujero negro es un área que incluiría los suburbios de Fairfax County en Virginia, cerca de la CIA, pero sobre todo la intersección de Baltimore Parkway y Maryland Route 32.
Allí se encuentra un parque industrial a unos 2 kilómetros de la NSA del que Michael Hayden, un exdirector de la NSA (1999-2005), dijo a Tim Shorrock de Salon que es «la mayor concentración de poder cibernético del planeta». [1] Hayden lo bautizó «Digital Blackwater».
En este sitio se encuentra un buen resumen de preguntas cruciales que todavía no se han respondido sobre el agujero negro. Pero cuando se trata de cómo un mago informático de 29 años con poca educación formal ha podido acceder a una cantidad de secretos ultraconfidenciales del complejo de inteligencia nacional-seguridad de EE.UU., la respuesta es bastante obvia; todo tiene que ver con la agresiva privatización del espionaje, a la que se refieren mediante una montaña de eufemismos como «dependencia de contratistas». En realidad la mayor parte del hardware y del software utilizados por la mareante red de 16 agencias de inteligencia de EE.UU. está privatizada.
Una investigación del Washington Post descubrió que las agencias de seguridad, contraterrorismo y espionaje de EE.UU. mantienen negocios con más de 1.900 compañías [2]. Una consecuencia obvia de ese tsunami de contratistas –hordas de proletarios de alta tecnología del «conocimiento» en cubículos marrón topo– es su acceso indiscriminado a información ultraconfidencial. Un administrador de sistemas como Snowden puede tener acceso prácticamente a todo.
La «puerta giratoria» ni siquiera comienza a explicar el sistema. Snowden fue uno de 25.000 empleados de Booz Allen Hamilton («Somos visionarios») durante los últimos tres meses [3]. Más de un 70% de estos empleados, según la compañía, tienen una aprobación de seguridad del gobierno; 49% son de máximo secreto (como en el caso de Snowden) o aún mayor. El exdirector de inteligencia nacional Mike McConnell es ahora vicepresidente de Booz Allen. El nuevo director de inteligencia nacional, el general retirado de aspecto siniestro James Clapper, es un exejecutivo de Booz Allen.
La opinión pública estadounidense –y mundial– podrá tener ahora una idea más clara de cómo una muchacha pastuna en Waziristán fue exterminada por un «ataque selectivo». Todo tiene que ver con estos meta-datos y multiplicación de matrices recolectados por la NSA privatizada conducente a una «firma». La muchacha pastuna «terrorista» podrá terminar por transformarse en un futuro cercano en una peligrosa abraza-árboles o una ruidosa manifestante política.

Todo por culpa de China

Como era de esperar, en cuanto Snowden reveló su identidad los medios corporativos de EE.UU. dieron prioridad a matar al mensajero en lugar de estudiar el mensaje. Eso incluyó todo, desde el mal gusto de asesinar su reputación a la acostumbrada elucubración de un exagente de la CIA de que en Washington muchos consideraban que Snowden formaba parte de una presunta conspiración del espionaje chino.
También se ha hablado mucho de un complot al estilo deJohn Le Carré de que Snowden abandonase su vida tranquila en Hawái y volase a Hong Kong el 20 de mayo porque «tiene un compromiso apasionado con la libertad de expresión y el derecho al disenso político». El bloguero basado en Hong Kong, Wen Yunchao, lo describió memorablemente como que Snowden «abandonó la guarida del tigre y entró al cubil del lobo». Sin embargo, la visa de Snowden en el aeropuerto Chek Lap Kok dura 90 días, bastante tiempo para pensar en su próximo paso.
Desde 1996, antes de la entrega británica a China, se aplica un tratado de extradición entre el tigre y el lobo [4]. El Departamento de Justicia de EE.UU. ya está considerando sus opciones. Es importante recordar que el sistema judicial de Hong Kong es independiente del de China, según la idea de «un país, dos sistemas» conceptualizada por Deng Xiaoping. Por mucho que Washington intente extraditar a Snowden, éste también puede solicitar asilo político. En ambos casos puede permanecer en Hong Kong meses, en realidad años.
El gobierno de Hong Kong no puede extraditar a nadie que afirme que será perseguido en su país de origen. Y crucialmente, el artículo 6 del tratado estipula que «no se entregará a un delincuente fugitivo si el delito del que se le acusa o por el que fue condenado es de carácter político”. Otra cláusula estipula que no se entragará a un fugitivo si eso implica «la defensa, los asuntos exteriores o el interés público esencial o la política» de –¿quién será?– la República Popular China.
Por lo tanto podríamos estar ante un caso en el cual Hong Kong y Pekín tendrán que llegar a un acuerdo. Sin embargo, incluso si decidieran extraditar a Snowden, podría argumentar ante el tribunal que se trata de «un delito de carácter político». El resultado es que esto podría tardar años. Y es demasiado temprano para decir cómo lo trataría Pekín para lograr máximo efecto. Una situación en la que no puede perder desde el punto de vista chino sería equilibrar su compromiso con la no injerencia absoluta en los asuntos internos, su deseo de no agitar el frágil bote de la relación bilateral, pero también qué acción de no «pivoteo» el gobierno de EE.UU. ofrecería a cambio.

El panóptico ideal

Los usuales derechistas rabiosos de EE.UU. seguramente olvidan el hecho de que Snowden no considera a los analistas de inteligencia –e incluso al gobierno de EE.UU. per se- inherentemente «malos» [5]. Lo que subrayó es que todos trabajan según una premisa falsa: «Si un programa de vigilancia produce información de valor… En un paso, hemos logrado justificar la operación del panóptico».
Oh sí, no hay que equivocarse; Snowden ha leído cuidadosamente a Michel Foucault (también subrayó su repugnancia ante «las capacidades de esta arquitectura de opresión»).
La deconstrucción de Foucault de la arquitectura del panóptico es ahora un clásico ( véala aquí en un pasaje de su obra maestra Vigilar y castigar de 1975). El panóptico es el sistema de vigilancia ideal, diseñado por el filósofo Jeremy Bentham en el Siglo XVIII. El panóptico –una torre rodeada de celdas, un ejemplo preorwelliano de «arquitectura de opresión» no se concibió originalmente para la vigilancia de una prisión, sino de una fábrica repleta de campesinos sin tierras en trabajos forzados.
Oh, pero esos eran días proto-capitalistas rudimentarios. Bienvenidos al futuro (salvajemente privatizado), en el cual el agujero negro de la NSA, «Blackwater Digital», domina sobre todo cómo el panóptico perfecto.

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