lunes, 24 de junio de 2013

Reducción de la madurez penal: Cómo evitar delincuentes precoces.


Frei Betto


Puesto que se trata de reducir la madurez penal, tengo una sugerencia que creo facilitará mucho la prevención de la criminalidad.
Suponiendo que reducir de 18 a 16 años es mero paliativo jurídico, teniendo presente que hay asesinos menores de 16 años, se debe encontrar una solución para que a la mayor brevedad no se monte una nueva campaña para criminalizar a niñatos de 14, 12 y 10 años. Conozco incluso casos en que el criminal tenía 6 y 5 años. ¿Qué se puede hacer?
Dado que no soy jurista sino un mero opinante, meto mi cuchara en esta olla para sugerir que se instale una delegación de policía en cada maternidad. De ese modo, y dado que todos somos tratados como terroristas potenciales en los aeropuertos, por lo que se nos obliga a pasar por controles electrónicos y revisiones personales (quizás el lector no crea que la hebilla de un cinturón o un adorno de metal en el zapato sean capaces de derribar un avión), todo bebé pasa a ser considerado, por la legislación vigente, un delincuente potencial.
¿Incluso los hijos de los ricos?, pregunta mi tía Maroca. Incluso ellos, tía. ¿Usted no sabe que entre los hijos de familias acomodadas hay enganchados a la droga que los lleva, medio enloquecidos, a cometer atrocidades horribles? ¿Es que no lee los periódicos? Ya sé que no, que sólo se informa por la televisión, la cual, generalmente, omite los crímenes de la gente rica. ¿No sabe que, por lo general, los pobres son mantenidos presos sin acusación concreta ni sentencia judicial, mientras que los ricos delincuentes contratan buenos abogados que les consiguen rápidamente la libertad?
Hasta los niños nacidos en alta cuna debieran ser fichados preventivamente en la comisaría de la maternidad. Todo examen prenatal debiera ser remitido al Instituto Médico Legal, donde se le haría también, por medio de una gota de sangre, el examen genético.
Como bien sabemos, algunos fetos traen desde la cuna, o mejor, desde el vientre, el gen de la compulsividad asesina. Usted y yo, lector, por ejemplo, gracias a Dios nacimos libres de ese maldito gen. Nunca hemos matado a nadie fuera de cucarachas y clases. Pero aquellos que el análisis identifique como dotados del susodicho gen (que, curiosamente, predomina entre los bebés de las clases desfavorecidas) serían inmediatamente abortados.
¡Calma, tía Maroca, calma! No hay ningún problema con la santa Madre Iglesia. ¿Acaso no pregona el pecado original, cual versión bíblica del maldito gen? ¿Acaso no defiende que hay que cortar el mal desde la raíz?
Los bebés que por casualidad nacieran antes de ser emitido el análisis pericial no serían inscritos en la oficina de registro sino fichados por la policía. No recibirían partida de nacimiento sino ficha policial. No irían a una maternidad sino a la guardería, la cuna del sistema penitenciario. Y no tendrían derecho a un cochecito sino a la prisión.
La tía Maroca, al tener el privilegio de ser la primera en conocer mi genial idea, objetó si la criminalidad no sería una consecuencia de la falta de educación tanto en la familia como en la escuela, y de las precarias condiciones sociales en las que muchos nacen y son criados. ¡Nada de eso, querida tía! ¿Usted se refiere a países subdesarrollados o sometidos al desempleo, en los que no se puede criar bien a los hijos? ¿y cometeríamos el grave error de amputar la mano invisible del Mercado?
La tía argumenta que los países alcohólatras golpean a sus niños, los cuales, sublevados, se vuelven violentos. Ahora bien, tía, ¿cómo vamos a perjudicar la floreciente industria de las bebidas alcohólicas, que pagan tantos impuestos al gobierno? ¿con ese moralismo inocuo?
Sí, ya sé que usted vive pregonando que la mayoría de nuestras escuelas no ofrece una educación de calidad, que la matrícula es cara, que no hay aulas para el tiempo opcional y que los índices de aplazados y de ausentismo con altos.
¿Qué espera entonces mi tía? ¿qué el gobierno gaste su dinero en educación? ¡Allá cada familia cómo se arregla! ¿Qué sería de nuestros pobres diputados, senadores, jueces, ministros, andando por ahí mal vestidos, parados en la fila del autobús esperando, o apretujados en el metro, viajando vía terrestre por nuestras carreteras llenas de baches, viviendo en casuchas y careciendo de oficinas bien equipadas?
¡Sería una vergüenza para la nación! ¡La pobreza del poder público! Imagine la cara de un político mirando su piscina vacía. No casa con la belleza de una mansión. El agua en la ducha y la cocina ordinaria no hacen tanta falta. Es hasta educativa esa sobriedad, pues obliga a la muchachada a economizar agua y a acostumbrarse a limpiar sus partes pudendas con periódicos viejos.
Pero no quiero huir del tema ni aburrir al lector. En resumen, propongo que todo niño sea acostado en cochecitos semejantes a las antiguas jaulas de cachorros y tratado según el método de Lombroso. Y para evitar empujones, que haya en los restaurantes sistemas de control como los de los aeropuertos, lo cual impediría la entrada de armas ilegales. Los clientes, siempre que sean portadores de armas legales, sí serían admitidos.
Tía Maroca, sólo falta gritar a favor del desarme general, perjudicando los prósperos negocios de la industria y del comercio de armas.
He dicho. El ponerlo en práctica corre por cuenta del poder público.

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