Carola Chávez
Clara, la de la vida oscura, se prueba vestidos frente al espejo. Otro sábado, otra boda Margarita, porque ahora, si eres alguien, te tienes que casar en la isla, en un Rancho de Chana, frente del mar, entre antorchas hawaianas que dan a este trópico miserable un aire de primermundismo de lo más chic. Clara se prueba un vestido verde kiwi, que antes era verde esperanza. Antes, cuando era feliz y no lo sabía, cuando no tenía nada que esperar.
Antes, a finales de los ochenta, cuando vivía en un apartamentico clase media de chiripa con mamá, papá, abuela, tía, primo, hermana, cuñado, esposa y bebé; Clara planchaba con sus propias manos -porque no tenía señora que plancha- su camisita verde esperanza. Clara salía a la vida. Clara iba al trabajo, menos mal, porque a papá lo había botado el año pasado y a los cincuenta nadie lo iba a querer contratar.
Verde kiwi vestía Clara, cuando aún lo llamaba verde esperanza, porque la esperanza es lo último que se pierde, y sin perderla, Clara padeció El Caracazo, con su toque de queda, con su suspensión de garantías constitucionales, con el miedo, la incertidumbre, con sus mercados cerrados, con las colas de horas y horas para poder comprar alguito de comer. Vestida de kiwi la agarró una década infame y ella de verde seguía esperando, ahora recién casada con un el hijo de un italiano con tarjetas de crédito, respaldo paterno y ganas de trabajar. Durante diez años, fueron felices y no lo sabían comiéndose las verdes y nunca la maduras.
Entre almohadones verde kiwi, Clara, cambió su memoria por una pantalla de televisión. Su vida ahora se la narra Nitu, su vida horrenda colgada de un hilito, pesadilla que no termina de pasar. Sufre Clara en su abundancia reciente, excesiva, amnésica. Añora el libre mercado, la democracia, la libertad, la decencia de un país televisado que nunca existió.
Verde kiwi, se ve en el espejo mientras escucha en la tele a Antonio Ledezma decir que él no fue, que él no estuvo ahí, porque nadie estuvo ahí, porque el Caracazo no fue, porque no hubo paquetazo entonces, porque el paquetazo es ahora, porque El Caracazo, como todo, es un invento chavista.
Clara escoge en su joyero unos zarcillos de piedras verdes, más esmeralda que kiwi, y vuelve la esperanza. Con una mueca retorcida que alguna vez fue sonrisa, Clara concluye que todo está dado para que se de un nuevo Caracazo que acabe con este comunismo que la está matando, porque dice Nitu que las circunstancias son las mismas de entonces. Se llena de esperanza Clara sin que una neurona se le rebele, sin que una sola de sus neuronas le pregunte ¿Qué Caracazo, Clara, si eso nunca pasó?
tongorocho@gmail.com
Antes, a finales de los ochenta, cuando vivía en un apartamentico clase media de chiripa con mamá, papá, abuela, tía, primo, hermana, cuñado, esposa y bebé; Clara planchaba con sus propias manos -porque no tenía señora que plancha- su camisita verde esperanza. Clara salía a la vida. Clara iba al trabajo, menos mal, porque a papá lo había botado el año pasado y a los cincuenta nadie lo iba a querer contratar.
Verde kiwi vestía Clara, cuando aún lo llamaba verde esperanza, porque la esperanza es lo último que se pierde, y sin perderla, Clara padeció El Caracazo, con su toque de queda, con su suspensión de garantías constitucionales, con el miedo, la incertidumbre, con sus mercados cerrados, con las colas de horas y horas para poder comprar alguito de comer. Vestida de kiwi la agarró una década infame y ella de verde seguía esperando, ahora recién casada con un el hijo de un italiano con tarjetas de crédito, respaldo paterno y ganas de trabajar. Durante diez años, fueron felices y no lo sabían comiéndose las verdes y nunca la maduras.
Entre almohadones verde kiwi, Clara, cambió su memoria por una pantalla de televisión. Su vida ahora se la narra Nitu, su vida horrenda colgada de un hilito, pesadilla que no termina de pasar. Sufre Clara en su abundancia reciente, excesiva, amnésica. Añora el libre mercado, la democracia, la libertad, la decencia de un país televisado que nunca existió.
Verde kiwi, se ve en el espejo mientras escucha en la tele a Antonio Ledezma decir que él no fue, que él no estuvo ahí, porque nadie estuvo ahí, porque el Caracazo no fue, porque no hubo paquetazo entonces, porque el paquetazo es ahora, porque El Caracazo, como todo, es un invento chavista.
Clara escoge en su joyero unos zarcillos de piedras verdes, más esmeralda que kiwi, y vuelve la esperanza. Con una mueca retorcida que alguna vez fue sonrisa, Clara concluye que todo está dado para que se de un nuevo Caracazo que acabe con este comunismo que la está matando, porque dice Nitu que las circunstancias son las mismas de entonces. Se llena de esperanza Clara sin que una neurona se le rebele, sin que una sola de sus neuronas le pregunte ¿Qué Caracazo, Clara, si eso nunca pasó?
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