Carola Chávez
Hace dos semanas, mi Presi, por enésima vez, nos llamó a ser críticos y autocríticos. Hace dos semanas como que, por fin, fue escuchado su llamado. Entonces empezó, treserresmente, lo que siempre empieza.
Saltaron los entendedores a explicarnos, desde su entendimiento, lo que todos ya entendimos, o al menos creímos entender, porque, según ellos, al final no entendemos nada de lo que dice mi Presi a menos que nos lo expliquen.
Fue así como descubrí, atónita, que la autocrítica no es un ejercicio que debo dirigir a mi misma sino que debe apuntar a otros y que no puedo apuntar a otros a menos que sea una autocriticadora calificada. Permíteme autocriticarte. Resulta que cuando hablamos de autocrítica nos referimos, escurriendo disimulada y convenientemente el bulto, a la autocrítica revolucionaria. Te explico, mi pequeña saltamontes, todos estamos inmersos en este proceso y desde dentro lo autocriticamos. Entonces entiendo que la autocrítica es la crítica y que mi ego está a salvo.
Confieso que se me hace difícil recibir críticas, mi alma sensible tiene la mala costumbre de estar a la defensiva. Confieso que cuando uno se esfuerza por hacer bien su trabajo, generalmente jura que le quedó bien. Agotada, satisfecha, sonrío: ¡Coño, Carola, qué fino escribes! -Porque uno, en la soledad de su cabeza, se lanza flores, porque si uno no se las lanza, si uno no cree que lo que hace lo hace bien, entonces ¿para qué lo hace?- Desde el tranquilo remanso del trabajo que creemos bien hecho, es duro escuchar que tal vez la cagamos… y la cagamos.
Tendríamos que declararnos incapaces frente a la autocrítica. Tal vez ese sería el primer acto autocrítico de nuestras vidas. Sincerarse con a uno mismo, con a los demás. Admitir que tenemos terror a ser criticados, admitir que somos humanos, que tenemos un ego que, junto el apéndice y el dedo chiquito del pie, está ahí con la única finalidad de complicarnos la existencia.
Critícame por piedad, yo te lo pido. Critícame entendiendo que la crítica es solo una apreciación, no una orden, ni una verdad absoluta. No solo me critiques, también te pido, MariaBolivarmente, que me des una “ayudaita”; regálame con tu crítica una propuesta, una idea de esas que se dan para que se tomen o se dejen. Critícame sabiendo que otros me critican desde puntos de vista distintos al tuyo. Critícame que yo, sin ánimos de venganza -¡Muajajaja!-, te criticaré.
Y así, mis queridos lectores, concluye el primer y único capítulo de mi libro “Autoayuda Autocrítica: Reflexiones -que a nadie importan- de un escritora sin inspiración”.
tongorocho@gmail.com
carolachavez.wordpress.com
Saltaron los entendedores a explicarnos, desde su entendimiento, lo que todos ya entendimos, o al menos creímos entender, porque, según ellos, al final no entendemos nada de lo que dice mi Presi a menos que nos lo expliquen.
Fue así como descubrí, atónita, que la autocrítica no es un ejercicio que debo dirigir a mi misma sino que debe apuntar a otros y que no puedo apuntar a otros a menos que sea una autocriticadora calificada. Permíteme autocriticarte. Resulta que cuando hablamos de autocrítica nos referimos, escurriendo disimulada y convenientemente el bulto, a la autocrítica revolucionaria. Te explico, mi pequeña saltamontes, todos estamos inmersos en este proceso y desde dentro lo autocriticamos. Entonces entiendo que la autocrítica es la crítica y que mi ego está a salvo.
Confieso que se me hace difícil recibir críticas, mi alma sensible tiene la mala costumbre de estar a la defensiva. Confieso que cuando uno se esfuerza por hacer bien su trabajo, generalmente jura que le quedó bien. Agotada, satisfecha, sonrío: ¡Coño, Carola, qué fino escribes! -Porque uno, en la soledad de su cabeza, se lanza flores, porque si uno no se las lanza, si uno no cree que lo que hace lo hace bien, entonces ¿para qué lo hace?- Desde el tranquilo remanso del trabajo que creemos bien hecho, es duro escuchar que tal vez la cagamos… y la cagamos.
Tendríamos que declararnos incapaces frente a la autocrítica. Tal vez ese sería el primer acto autocrítico de nuestras vidas. Sincerarse con a uno mismo, con a los demás. Admitir que tenemos terror a ser criticados, admitir que somos humanos, que tenemos un ego que, junto el apéndice y el dedo chiquito del pie, está ahí con la única finalidad de complicarnos la existencia.
Critícame por piedad, yo te lo pido. Critícame entendiendo que la crítica es solo una apreciación, no una orden, ni una verdad absoluta. No solo me critiques, también te pido, MariaBolivarmente, que me des una “ayudaita”; regálame con tu crítica una propuesta, una idea de esas que se dan para que se tomen o se dejen. Critícame sabiendo que otros me critican desde puntos de vista distintos al tuyo. Critícame que yo, sin ánimos de venganza -¡Muajajaja!-, te criticaré.
Y así, mis queridos lectores, concluye el primer y único capítulo de mi libro “Autoayuda Autocrítica: Reflexiones -que a nadie importan- de un escritora sin inspiración”.
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