miércoles, 17 de junio de 2009

Chávez y Ahmadineyad derrotaron los últimos coletazos del imperio


Hernán Mena Cifuentes


El Caribe y Asia Central fueron escenarios el pasado viernes de la VI Cumbre de Petrocaribe y de las elecciones presidenciales de Irán, devenidas en devastadores golpes para el proyecto de conquista y dominación del Imperio, sus aliados europeos y el Estado sionista de Israel, al fracasar la conjura con que se pretendía derrotar a sus principales protagonistas, los presidentes de Venezuela e Irán. Mientras en San Cristóbal y Nieves, el presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, presidía la reunión de Petrocaribe, organización solidaria y humanista creada por el mandatario para suministrar petróleo a precios preferenciales, con créditos a largo plazo e interés del 1%, a los pueblos de la región que no producen el energético; en Irán, Mahmud Ahmadineyad, participaba como candidato a la reelección en los comicios presidenciales de su país. Pero, más allá de la importancia y expectativas económicas, políticas y sociales que generaban ambos eventos, estaban las maniobras, nada ocultas, desplegadas por Estados Unidos (EEUU) y sus aliados en el marco de la conjura general con la que pretenden destruir las revoluciones que lideran Chávez y Ahmadineyad, para impedir que ambos salieran airosos del reto que asumieron al intervenir en esas pruebas. Por eso, y mientras en esos dos puntos del planeta se debatía el futuro de ambiciosos proyectos energéticos, económicos y sociales que desde hace cuatro años desarrolla Petrosur bajo el liderazgo de Chávez y el gobierno iraní de Ahmadineyad para alcanzar el bienestar y progreso de esos pueblos, desde Washington, Tel Aviv y algunas capitales europeas se tejía la siniestra red conspirativa que buscaba hacerlos fracasar. Es que el fascismo internacional no acepta el fracaso de sus políticas hegemónicas que durante décadas han perpetrado invasiones, golpes de Estado y conspiraciones para adueñarse de la ingente riqueza petrolera que poseen ambas naciones, antes y después del triunfo de los procesos revolucionarios surgidos en Irán en 1979, cuyos líderes, además de recuperar la dignidad y soberanía de sus pueblos, rescataron esos recursos energéticos explotados por las voraces transnacionales yanquis y europeas. Fue en ese contexto en que los estrategas fascistas de la guerra de Cuarta Generación desplegaron, a través de los medios mercenarios, una campaña de calumnias y mentiras contra Chávez, Petrosur, el gobierno iraní y Ahmadineyah; silenciando o reduciendo a su mínima expresión las informaciones sobre la Cumbre caribeña, mientras simultáneamente organizaban un conjura para impedir el triunfo del mandatario persa en los comicios. De allí que la conspiración tenía como objetivo central frenar el liderazgo de Chávez no sólo en América Latina sino también su exitosa gestión en Petrocaribe convertido hoy, más allá del solidario proyecto de suministro energético de cómo fue concebido, en estratégico instrumento de integración regional que por el éxito alcanzado se acordó presentarlo ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) como modelo a seguir por otros pueblos. En cuanto a Ahmadineyad, EEUU lo ve como un gran obstáculo a su proyecto de expansión y conquista del Medio Oriente y Asia Central y como el intruso que ha osado penetrar los mercados de América Latina y el Caribe, su viejo feudo, estrechando lazos de amistad y solidaridad con gobernantes de Venezuela, Bolivia y Ecuador, traducidos en acuerdos comerciales y proyectos industriales que incluyen transferencia tecnológica, herramienta de desarrollo que el Imperio siempre les negó. Esa situación, intolerable para Washington, hizo que la secretaria de Estado yanqui la considerara como “un hecho perturbador”, por lo que no fue coincidencial, sino parte de la conspiración desatada contra la nación iraní y los dos países sudamericanos, la conjura que, a pocas horas de lo dicho por Hillary Clinton, su vasallo, el Estado sionista de Israel, acusara a Bolivia y Venezuela de suministrar uranio a Irán para la fabricación de armas nucleares. Chávez, quien ha venido advirtiendo insistentemente sobre los planes desestabilizadores que el Imperio y sus aliados adelantan contra Venezuela y el resto de los gobiernos progresistas de la región y del mundo en general, volvió a lanzar una vez más su clarinada de alerta durante la VI Cumbre de Petrocaribe. Ante los delegados de 18 países caribeños, representantes de pueblos que durante más de un siglo han sido víctimas de invasiones de marines, el mandatario venezolano dijo que “el capitalismo global se hunde dentro de una crisis espantosa, pero todavía tendrá dentro de un tiempo, ojalá no muy largo, una capacidad para hacerle daño a los pueblos del Tercer mundo. Yo creo que ahora más, porque es un gigante herido de muerte.” La misma visión de ese imperio en decadencia la tuvo este martes Ahmadineyah, cuando al hablar en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada en la ciudad rusa de Yekaterimburgo, anunció ante los delegados de ese organismo regional que “la época de los imperios ha terminado y estamos convencidos de que se avecina el fin del control que ejercen sobre el mundo las estructuras políticas y económicas existentes.” Y asegurar ese control es lo que intentaba Washington con la guerra de Cuarta Generación lanzada contra las revoluciones de Irán y Venezuela y sus líderes, procurando el fracaso de la cumbre caribeña y la derrota de Ahmadineyah en las elecciones presidenciales, conspiración que culminó en otro estruendoso fracaso para el Imperio y sus secuaces. Lo intentaron mientras se realizaba la VI Cumbre del Caribe, al lanzar la falsa acusación en la que se denuncian por enésima vez la supuesta falta de libertades en Venezuela y la persecución contra los medios, cantinela que por repetitiva, absurda, ridícula y necia ya nadie cree en ella, pero que sirvió para que Chávez hiciera la advertencia sobre la capacidad que aún tiene ese imperio en agonía de hacer daño a los pueblos del Tercer Mundo. Lo mismo está ocurriendo en Irán, donde a pesar de la transparente victoria de Ahmadineyad, las “viudas” del Sha Reza Pavlevi y sus hijos de las clases rica y media alta, residentes de la exclusiva zona Norte de Teherán, versión persa del Este caraqueño, se han lanzado en protesta por las calles denunciando fraude electoral, la misma pataleta de ahogado con que sus hermanos, los oligarcas venezolanos, lanzan cada vez que Chávez triunfa en un evento similar. Y no es sólo Irán y Venezuela, donde los fascistas recurren a esa táctica de chantaje político y violencia donde siempre están presentes las guarimbas incendiarias y la muerte, sino también lo hicieron en Nicaragua, pretendiendo desconocer el arrollador triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional en comicios municipales celebrados en noviembre del año pasado. Esos reclamos sirvieron de excusa a Washington para suspender el aporte económico que en el marco de la Cuenta Reto del Tercer Milenio se tenía previsto entregar al gobierno de Managua, pero la maniobra fascista de chantaje fracasó, porque Venezuela, en el marco del Alba, aprobó entregar al gobierno revolucionario sandinista el dinero negado por Washington, con lo cual se garantiza la ejecución de las obras sociales previstas en el convenio violado. Y mientras en Teherán continuaba la violencia callejera que hasta hoy ha dejado como saldo siete muertos, objetivo que persiguen con sus marchas para que los medios mercenarios culpen de esas muertes al gobierno, la prensa escrita, radio y televisión internacionales destacaban las declaraciones de los dirigentes de las grandes potencias y del Estado sionista judío en las que, con el mayor cinismo, dan su apoyo a la derrotada oposición. Barack Obama, con su habitual juego de palabras, expresó que “el proceso democrático, la capacidad de las personas a la disidencia pacífica a todos los valores son universales y deben ser respetados”, y añadiendo una cuota de mal oculta complicidad con la violencia callejera que vive Irán, dijo que “el mundo se inspira en los manifestantes iraníes que salieron a las calles en protesta, después de que Ahmadineyad fue declarado ganador en los comicios.” La misma línea de opinión, sin esperar el resultado de un recuento de los votos ordenado por las autoridades, ni mucho menos detenerse a pensar sobre la responsabilidad de la oposición en los hechos de violencia y muerte suscitados en la capital iraní, desde Londres, París, Berlín y otras capitales europeas sus dirigentes condenaron la respuesta que las autoridades iraníes dieron a las marchas que incendiaron las calles de Teherán. Pero fracasaron en su intento por ocultar lo inocultable: una conjura que sigue la misma agenda de las llamadas “Revoluciones de colores” en las que las grandes potencias utilizan como “Caballo de Troya” a la clase rica y media alta, esa que habla inglés y viste de acuerdo con el último grito de la moda que ofrecen tiendas como la parisiense Collette, la londinense Liberty y la neoyorquina Barneys. Son los mismos, o los descendientes de quienes se enriquecieron bajo la sombra siniestra del Sha Reza Pavlevi; los que reniegan como ayer de sus raíces culturales y pretenden arrancarlas para imponer una cultura ajena, la que impuso ese régimen brutal al país llenándolo de vicios y al pueblo de miseria, pobreza y muerte hasta que la Revolución de los Ayatolás les devolvió la libertad y la justicia. Son los que pretenden reeditar en Irán la Revolución Rosa, de Georgia; la Naranja, de Ucrania; la de Los Tulipanes, de Kirguistán; la del Cedro, en Líbano; y otras más organizadas y financiadas por EEUU y sus socios de Europa occidental, conspiraciones similares a la que durante más de diez años vienen desatando contra Venezuela, la cual ha fracasado, como seguramente habrá de fracasar en el país persa ese coletazo de fiera en agonía que es el imperio. Y es que el mundo será testigo más temprano que tarde del ocaso de la miseria humana que alberga un perverso sistema en decadencia, y mientras llega su fin, la humanidad coincide totalmente con Chávez, el líder que dijo en San Cristóbal y Nieves:“El capitalismo global se hunde en una crisis espantosa, pero todavía tendrá dentro de un tiempo, ojalá no muy largo, una capacidad para hacerle daño a los pueblos del Tercer mundo…” Porque, como igualmente lo expresó hoy Ahmadinayah en Yekaterimburgo: “La época de los imperios ha terminado y se avecina el fin del control que ejercen sobre el mundo las estructuras políticas y económicas existentes.”

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