Alberto Rojas Andrade
Quienes en cualquier momento debemos vivir la cotidianidad en esta parte del mundo llamada América Latina, no podemos evitar el asombrarnos de la pertinaz y cada vez más tormentosa lluvia de toda clase de trapacerías emitidas desde los poderes mediáticos, ligados de una u otra forma consciente a los organismos encargados de la guerra universal e intemporal declarada formalmente por el gobierno de los Estados Unidos ya casi hace ocho años. Los medios impuestos como referentes de la información circulante por el mundo y cuyos nombres han sido grabados en nuestras mentes, son fieles aparatos bélicos de la guerra de cuarta generación, e indispensables engranajes de la organización y ejecución de variados planes dirigidos a avasallar voluntades, procurando esencialmente, la desmoralización, el olvido y la ignorancia de la situación real de las sociedades. La magnitud de esta telaraña, que atrapa y distorsiona los sentidos y entorpece la razón, sólo puede relacionarse con campañas de vasto alcance y minuciosa planificación, destinadas a cerrar el caleidoscopio de las posibilidades humanas. Además aprisionando con marañas de ‘certezas’ nunca comprobadas por las ciencias conocidas, y a la vez creando la vil sensación de ser prescindible gran parte de la humanidad; la red mediática omnipresente envía mensajes de una ideología comunicativa en la cual subyacen principios como el que el despilfarro (en la forman de consumismo desbocado), la destrucción del hábitat (del cual el calentamiento global es apenas una muestra del actuar irracional de las oligarquías capitalistas), y la xenofobia (avanzando a toda prisa con las primeras penalizaciones de la migración), son fenómenos inevitables como los movimientos telúricos, e indispensables para el funcionamiento del planeta como las estaciones. A esta ideología le son necesarias formas comunicativas paralizantes de la natural reacción ante las amenazas a la supervivencia de varios miles de millones. Una comunicación incluyente de los fundamentos fascistas de la propaganda nazi de la tercera y cuarta décadas del siglo XX es por entero útil a tales propósitos inhumanos, aprovechando la circunstancia de que aquella comunicación fue establecida en el nacional socialismo primordialmente como un instrumento de vigilancia y coerción de las masas, para acondicionarlas para la guerra, consecuencialmente su única finalidad fue la manipulación. Las evidencias de este tipo de operaciones de propaganda en curso como legados del nazismo son inocultables, pudiendo ser percibidas por cualquiera que se vea sometido a la influencia de los medios, preponderantes a causa de un círculo vicioso de monopolios preestablecidos y autopromoción intensiva. El pensador Theodor W. Adorno pocos años después de la derrota militar nazi, analizando ciertas evidencias de continuidad del totalitarismo, detectaba la permanencia y protección de los principios de la propaganda del nacional socialismo en las sociedades que le derrotaron en la Segunda Guerra Mundial. Cita Adorno como ingredientes necesarios para la manipulación comunicativa de la era fascista el olvido del pasado, la ambigüedad, la indiferencia, la competencia y la generación de una industria cultural acorde con los postulados de dominación individual y colectiva. A 60 años de la teórica aniquilación del fascismo, tenemos la presencia de la ambigüedad de los personajes y situaciones relatadas como una característica notable de estos tiempos, a la par de la supuesta relatividad de todas las posiciones políticas, económicas y en general de la vida. Esto implica una superficial visión de las sociedades y de aquellos a los cuales se les dirige el mensaje televisivo, radiofónico, o escrito, los cuales tan sólo aparecen como parte del decorado. De su parte el olvido de los procesos, sociales, económicos, ambientales, políticos, etc., es otra de las fórmulas a las cuales se nos somete dentro la información, durante el tiempo televisivo, radiofónico y en cada centímetro de lo escrito de los medios impresos. ¿Quién puede conocer su presente si se ve sometido a la dictadura del olvido de su pasado? Sin memoria todo es incomprensible. A la sazón, el Nuevo Trato de F. Roosevelt, el ataque atómico a Hiroshima y Nagasaki, la Guatemala de Jacobo Arbenz, Irán del derrocado Mossadeg, el Brasil del también derrocado Joao Gulart, o tan sólo el 11 de septiembre de 1973 de Chile, son borrados en la memoria y cuando más se nombran distorsionados en su significado y ubicación histórica; a cambio cada día vemos estrellarse aviones contra las torres gemelas, en ese cada vez más cuestionado ataque en cuanto a sus móviles, victimarios y beneficiarios del mismo. A continuación hombres y mujeres con panoplias en sus cuerpos causando muerte y desolación en variados espacios del planeta, son justificados por la muerte causada en aquellos rascacielos. A quienes sufren las agresiones de los ejércitos de los potentados se les denomina contra toda lógica humana, terroristas, cuando se oponen a los vejámenes y a su propia aniquilación. La comunicación mutada en defensa de los poderes establecidos difundiendo meros lemas, montajes, y añagazas de gobiernos brutales y destructivos, rebaja la historia humana a un distraído andar en una sangrienta comparsa, la cual con alegría fingida va rumbo a una catástrofe, la cual para quienes se preocupan del bienestar común, sólo puede ser evitada sustituyendo los fundamentos capitalistas. Por ello la historia cada día es perseguida en las propagandas insensibilizantes de la guerra presente; para que estas cumplan con su cometido, es de imperiosa necesidad que el pasado no exista pues evocaría las variadas formas de resistencia y revolución de nuestros antepasados. En el mismo sentido se pone en primer plano mediante las formas más morbosas la violencia de los acosados y desposeídos, dejándose en lo nebuloso cuando no inexistente la de los estados controlados por las élites más violentas desde la Segunda Guerra Mundial, incluso bajo la óptica de la historia oficial; en armonía con lo anterior, más recientemente se exalta calculadamente las manifestaciones de inconformidad de las minorías que van sintiéndose alejadas del poder en aquellos países donde se inician cambios sociales de alguna trascendencia La felicidad de unos pocos de cada país es establecida como norma a escala universal; el capitalismo de la civilización occidental en el presente tiempo con fines cada vez más despiadados, se ofrece con cerrada insistencia como la única forma posible de interacción humana. En consecuencia estos espejismos llegan a poseer la dureza de la piedra a través de la repetición incesante de espasmódicas imágenes y frases entre cortadas y vacías. El precursor de la propaganda política moderna Joseph Paul Goebbels lo afirmaba: “Para convencer hay que afirmar, repetir y dar ejemplos.”(2). La propaganda es el arte de la repetición. No hay argumentación ni racionamiento, en los medios fascistizados buena parte de su tiempo se va en las elaboración de simplificaciones, esto son en esencia los telediarios del presente; “La propaganda es el arte de simplificar”, aseveró por aquel entonces el Propagandaminister de Hitler (3), una idea potenciada por esta época. La obtusa adopción por parte de los periodistas de la jerga cifrada, eufemística y empobrecida usada por los diferentes entes gubernamentales, en especial los directamente relacionados con la guerra, manipulando y mintiendo, afectando negativamente la cultura, contaminando el lenguaje al permitir que este haga opaca la realidad, es otro principio propagandístico rector, tanto en 1940 como en 1991 o en 2003. Esta es una táctica contraria al periodismo especialmente practicada sin recato por los informadores de renombre en los oligopolios de la comunicación. Goebbels en la cima del poderío nazi en 1942, planteó seriamente la intención de difundir en textos para la sociedad alemana y las subyugadas, un lenguaje enteramente controlado por el ideario del Nacional Socialismo: “He dado instrucciones para que nuestro ministerio prepare diccionarios con destino a las regiones ocupadas donde hay que enseñar y difundir el alemán. Tienen por encima de todo, que incluir una terminología conforme a nuestra moderna concepción del Estado, deben comprender también aquellas palabras que expresan nuestro dogmatismo político. Es una forma indirecta de propaganda de la que espero a la larga, los mejores frutos.” (4) En el siglo XXI el lenguaje amañado con el poder es impuesto como frases o palabras de presencia permanente en nuestras conversaciones, exhibiendo el dogmatismo del capitalismo en guerra perpetua. Daños colaterales, fuego amigo, lucha contra el terrorismo, enfrentamiento de estudiantes con la policía, comunidad internacional, líderes de occidente, amenazas a la estabilidad de la región, reparaciones a las víctimas, orden público, células terroristas dormidas, seguridad (esta palabra acompañada de calificativos como ciudadana, democrática, colectiva, global, hemisférica), ajuste económico, atracción de la inversión extranjera, etc., no son parte de un texto que se pueda comprar en librerías como el diccionario ideado por el ministro de propaganda nazi, sino que conforman libretos enteros traspasados a comunicados, declaraciones e informaciones de quienes colaboran de una u otra forma con la dictadura del capital. Un lenguaje así es redactado directamente en agencias de espionaje como la CIA y organismos afines de los estados bajo control o en alianza con Estados Unidos, e instituido como una especie de esperanto represivo para ser impuesto, con la ayuda de la colusión de los dueños y directores de los medios por un lado y los gobiernos depredadores y sus pares lacayos de otro. En sus antecedentes políticos esta comunicación represiva expuesta hoy, continúa la tradición de construir frases artificiales y pobres de contenido, a la manera de los tiempos de la Alemania nazi y el fascismo italiano, las cuales buscaban darle un nuevo valor al significado de las palabras, procurando servir de base cultural de la sumisión y obstáculo para la natural rebelión de los violentados y desposeídos; paradigma contemporáneo de esta manipulación es la palabra seguridad, la cual no designa en los medios algo exento de peligros y amenazas, sino absurdamente la acción de armarse y desconfiar aislándose de los demás, permitiendo la conculcación de las libertades, alejando solidaridades y transformando en sospechoso a todo extranjero, pobre, árabe, latinoamericano, africano, o simplemente disidente, distinto. Fácilmente se evidencia en la seguridad en la vida cotidiana deviene en la implantación de un férreo control social, acompañado de un funcional ambiente de terror, abulia y copiosas mentiras; sólo así se puede convertir a los seres humanos en rebaños camino al matadero (5). Por último, el relato de hechos deshilvanados sobre los cuales el ser humano común no tiene ningún dominio y por tanto se hallan en estado permanente de indefensión, forma parte del repertorio fascista en los medios tanto en el siglo XX como en lo que va del presente. Este estilo propagandístico determina la vida como un estado de sometimiento y abulia continuo, el cual resulta glamorosamente organizado en esta época por la rocambolesca industria del entretenimiento. Esta, en geométrico crecimiento precisamente desde la caída formal del fascismo, siendo buena muestra de totalitarismo, al no dejar espacio alguno sino a actividades lúdicas tiranizadas por el gran capital. Así los presupuestos sociales y políticos propiciatorios del fascismo del siglo anterior se han recreado con lujo de detalles y a la vez reforzado con los artilugios del presente, sobre todo en las ampliadas formas de la comunicación electrónica. Lo Individual Tanto en el fascismo tradicional como el que se va acrecentando en el presente siglo, entendidos uno y otro con variantes, como una cruelísima dictadura del capital (de lo que dan buena referencia los países poseedores de materias primas), se parte de la presión mediático-social al individuo. Te adaptas para no ser extraño dentro de las masificaciones del engaño, o te expones a la incomodidad del conflicto que espera a quien elude el mundo social totalizado y manipulado; las posturas adaptativas van de la indiferencia con lo dado y sus vaporosas promesas de felicidad a través del hedonismo representado en los fetiches electrónicos invasores de nuestra privacidad, a la defensa del orden impuesto a pesar de ser adverso, un atasco mental generado por la sensación de que lo “demás” es lo peor, incluso que los horrores vividos o por vivir. Cuando más le resta a la mujer u hombre el odio secreto de las formas propiciatorias de tal situación de servidumbre en veces imperceptible, junto con un sentimiento incitante al apego sumiso a cualquier proyecto de dominación universal que ofrezca renovar la realización de sueños inalcanzables, de obtención de las sobras de los ricos cuando caen de la mesa; una dañina trapacería en un planeta con recursos limitados y concentrados en quienes sabemos. El mérito del discurso de la propaganda fascista de hace setenta u ochenta años en lo político es el que oculta el desprecio por las mayorías en la forma de un absurdo: Sin haberse constituido la democracia verdadera, esta se considera responsable de la infelicidad individual y colectiva; lo contrario, la dictadura del capital, es el marco de todo aquello por seguir representado en el quimérico bienestar particular y general dentro del capitalismo. El autoritarismo político y social es vehículo mediante el cual se llega al paraíso, no importa que esta misma dictadura cada vez más evidente, se oponga en todo a los preceptos de libertad e imponer el recelo sobre quienes dice defender (6). En sus fundamentos la propaganda fascista pretende mostrar lo irracional tratado como racional, justo y deseable, pero mimetizado mediante el follaje de la ambigüedad. ¿Y como realizar tal acto de prestidigitación social? Pues apelando a enervar los sentidos, a saturarlos de emociones. Ahí estaba en la Alemania nazi el Sondermeldung (Comunicado), la más sofisticada técnica radiofónica de propaganda del régimen. No nos resultara extraña: era un montaje preparado de antemano, donde la música clásica imponente, los himnos guerreros y los silencios dramáticos fueron parte principal, al anunciar los importantes logros de guerra del gobierno de Hitler (7). Cualquiera radioescucha o telespectador frente en el telediario o noticiero de esta era percibirá un preconcebido libreto de héroes y villanos, con impactante música incidental, las frases grandilocuentes de utilería (como las ya nombradas), silencios melodramáticos, un ambiente destinado mediante estas técnicas y otras más, a reforzar la posición de las oligarquías globales o locales ante la población. El Sondermeldung es directo antecedente del mendaz noticiero de la televisión y la radio, con extensión en los medios impresos donde se colman estos de imágenes con iguales características. Hechos normalmente indeseables mediante tal apelación a las sensaciones, adquieren el ropaje de la calle sin perder su esencia detestable. Los textos empobrecidos, luces enceguecedoras, músicas sensibleras y voces afectadas le proporcionan respetabilidad a los irracionales sucesos del presente que toman forma en guerras de agresión, hambre, y destrucción del planeta, de manera semejante a como se hizo en el fascismo antiguo con sus guerras de agresión, el exterminio de minorías étnicas y el intento de subyugación racial del mundo entero. Ubicándonos en el tiempo y la distancia, debemos agregar que el tardofascismo de dependencia en el tercer mundo y particularmente en América Latina, se arraiga con fuerza mediante el empleo intensivo de tales maniobras propagandísticas, en sociedades con identidad nacional reciente, atacando a esta a través de campañas cuidadosamente montadas por las respectivas agencias estadounidenses; la independencia ya constituida en los casos de México y Argentina, la poco desarrollada como la de Perú, o la insignificantes del tipo de Colombia, son los blancos preferidos de la neopropaganda fascista; allí vemos los desarrollos más avanzados de comunicación neofascista, es decir antinacionalista, en esta parte del mundo. Neofascismo propagandístico y jerarquización social : En la Alemania nazi el doctor Goebbels a cada tarde en el despacho de su ministerio redactaba un comentario cuyos temas debían ser el tema central de los periódicos y radiodifusoras fascistas al día siguiente; nadie se atrevió a salirse de este esquema de control totalitario de las comunicaciones durante el gobierno hitleriano, las redacciones de los diarios y radiodifusoras cumplieron al pié de la letra las instrucciones del propagandaminister hasta la caída de Berlín. Con esto se revelaba la instauración de una rigurosa jerarquía en la distribución del poder de informar: partido-gobierno-medios. Hoy las cosas aunque menos ostensibles, guardan un orden similar en regiones como Latinoamérica: imperio-plutócratas criollos-gobierno-medios. No obstante, si bien no existe un Doctor Goebbels como persona física, diversos entes y organizaciones secretas y en veces reconocidas (los departamentos de propaganda E5, embajadas, o abiertamente la SIP, Reporteros Sin Fronteras, etc.,.) cumplen el papel de aquel célebre propagandista nazi, de forma más o menos discreta, salvo directas confabulaciones de jefes de gobiernos de regímenes despóticos al servicio del imperio estadounidense, a la manera del caso colombiano puesto de manifiesto recientemente (8). Si a esto agregamos la financiación secreta de medios y el pago en dinero y en especie a periodistas extranjeros en más de 70 países, a través de entes del espionaje estadounidense como la USAID, NED, USIP, etc., para difundir la propaganda sustentadora de la rapiña capitalista (9), la manipulación se lleva a una extensión jamás soñada en los totalitarismos conocidos. Con ello quienes se ven sometidos a recibir información y conceptos de estos medios, inadvertidamente son obligados a una inmersión en lo profundo de una cultura monopólica, en la cual incluso los periodistas en la base de la pirámide comunicacional son agentes dolosos en la abrumadora mayoría de las ocasiones. Goebbels no usaba los eufemismos de hoy para referirse al fenómeno: “La propaganda es un arma de guerra. Su objetivo es contribuir a ganar la guerra y no proporcionar información” (10). Y Frente a ello Ya sabemos que la mejor salvaguarda contra el fascismo es la extensión de la justicia social en la mayor medida posible (11); no obstante cuando encontramos que la comunicación imperante ha tomado las estrategias, tácticas, infraestructuras, medios, planeación, de los preceptos nazis de la guerra psicológica sobre la población (12), con el fin de hacerla proclive o víctima silenciosa de las guerras por recursos escasos en nuestro tiempo, es indispensable la ejecución de acciones practicas con el propósito de disipar los efectos de estas manipulaciones. Si se desea contrarrestar tan amenazantes intensiones en el terreno de la comunicación, es necesario abandonar el facilismo de la comunicación dirigida a la estimulación dentro de los mismos contrapoderes con capacidad de difundir su pensamiento; la toma de decisiones debe pasar en lo posible en cuestiones sociales en el convencimiento mediante razones alimentadas en las ciencias, no debe fundarse en la persuasión que se relaciona con las emociones manipuladas y por ello base de la publicidad consumista (13). El cuestionamiento de toda esa red de verdades intocables es un buen comienzo para develar la tramoya neofascista. Las herramientas para ello se encuentran en las ciencias sociales, y sobre todo en los recuerdos de las anteriores generaciones cuya existencia fue posible lejos de la intoxicación colectiva de los sentidos a la que somos forzados. Aunque los escenarios son distintos, las luchas del presente no son distintas a las de una centuria atrás en su anhelo de justicia, por ello la comunicación y discusión directa siempre es un arma de desenmascaramiento de falacias, no susceptible de manipulaciones tecnológicas. Adicionalmente los seres humanos no somos receptores pasivos de las informaciones globales mutadas en propaganda, por esto los ideólogos de las manipulación cambian permanentemente las tácticas, dejando, eso sí, intactas las estrategias centrales del legado nazi, a las cuales se apegan con devoción; al fin y al cabo los fines del fascismo y el capitalismo depredador no son en nada disimiles. Lo cotidiano hoy en la comunicación dominante es la incesante campaña de propaganda de guerra generalizada, pues como lo aseguró Theodor W. Adorno en los años cincuenta, la supervivencia del fascismo se debe a la subsistencia de los presupuestos sociales que le alimentan, ayer y hoy, la guerra. Se evidencia entonces, con otros nombres y supuestos, la tendencia de un ascenso fascista en los inicios del siglo, tanto en métodos como en los fines. Es el fascismo transmitido mediáticamente quien nos induce a aplaudir las infamias de los poderosos y a censurar la natural resistencia de las mayorías; el propósito último de la propaganda fascista es ese, deshumanizar.
lunes, 28 de julio de 2008
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