Luis Britto García
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Se supone que todos los seres humanos son iguales en derechos: todos los países también deberían serlo. Pero algunos se consideran más iguales que otros, y rehúyen el voto democrático de las grandes organizaciones internacionales, como el de los 191 países que en la ONU condenan el bloqueo a Cuba o el de los 15 miembros del Consejo de Seguridad que exigen el alto al fuego en Gaza.
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A fin de evitar que muchas manos pongan morado el caldo de la hegemonía, se reservan la administración de todo el planeta clubes de los países más ricos, como el G-7 o el G-20. Los miembros originarios de este último fueron elegidos arbitrariamente por un comité de funcionarios, y se oponen enérgicamente a la inclusión de nuevos integrantes. Para equilibrar estas camarillas exclusivas y excluyentes, el mundo multipolar crea el BRICS+, pero cada uno de sus fundadores puede a su vez ejercer el veto unilateral contra posibles nuevos miembros. Como reza la Ley de Hierro de las oligarquías de Robert Michels, el poder tiende a concentrarse en un número cada vez menor de manos.
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Afirmó Groucho Marx que no le interesaba ingresar a un club que lo aceptara como miembro. Basta hojear los integrantes del G-20 para calificarlo. Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, y el Reino Unido son además miembros del G-7, el excluyente bloque de los que fueran países más ricos. Sólo cinco afiliados (Arabia Saudita, Argentina, Brasil, México e Indonesia) están en vías de desarrollo, pero poseen inmensos recursos naturales. Apenas dos (China y la Federación Rusa) se desarrollaron revolucionariamente en pugna con el capitalismo. Cinco (Brasil, China, Rusia, India y Suráfrica) son también promotores de la alianza competidora del BRICS+, lo cual supone una incómoda doble personalidad o contradicción de intereses, que se intensificará progresivamente.
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Las entidades políticas integradas en este cenáculo de Presidentes representan un 56 % de la población mundial, ocupan el 60% del territorio del planeta, producen 85 % del PBI global y el 75% del comercio internacional. La distribución no es uniforme: la mayor parte del PIB es apropiada por los minoritarios países que también son miembros del G7; la mayoría de la población corresponde al depauperado Sur Global. Esa contradicción es el centro del G-20, o más bien la del planeta.
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La presidencia de este club de Presidentes es rotativa, ejercida anualmente por el primer mandatario del país huésped. La agenda para la Cumbre de 2024 comprende debates sobre 1) Inclusión social y lucha contra el hambre, 2) Transición energética y desarrollo sostenible en sus aspectos sociales, económicos y ambientales, 3) Reforma de las instituciones de gobernanza global: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
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No necesita el lector que le explique por qué tantos debates concluyeron en saludos a la bandera. La «Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza» no puede ser gerenciada justamente por el grupo de países que más han contribuido a que –según Oxfam- el 1% de la población mundial acapare cerca del 50% de la propiedad global, y sólo el 10% posea el 80% de dicha riqueza. Programas como el «Cero Fome» alivian a las masas de la depauperación que podría conducir al estallido social, pero no les procuran trabajo estable ni control de los medios de producción. Difícil es una «transición energética» o una «movilización mundial contra el cambio climático» dirigída por países responsables del 83,9% de las emisiones de CO2 provenientes de energía fósil (https://en.wikipedia.org/wiki/G20) o de la destrucción de la Amazonia. Dudamos de que reformen institucionalmente Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio y Consejo de Seguridad de la ONU quienes los usan como pilares de su poder. Si lo quisieran, los monopolios del agronegocio podrían suprimir el hambre, los países desarrollados clausurar las fábricas que supuestamente envenenan la atmósfera, disolver las instituciones que perpetúan la especulación financiera y acumulan una deuda que supera el 333% del PIB global. No lo hacen porque estropearía sus negociados. El G-20 no es la solución, sino el problema.
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No se sabe que el selecto grupo haya adoptado resoluciones viables y obligatorias para frenar el excesivo gasto armamentista, las continuas injerencias militares en países del Sur Global, la obscena inmunidad tributaria de los grandes capitales transnacionales, las medidas coercitivas unilaterales que destruyen a los países independientes, la necesaria anulación de la impagable Deuda Pública, la persecución racista contra grupos discriminados internos o migrantes, la falta de derechos sociales y laborales de quienes trabajan en esos agujeros negros de los derechos humanos llamados maquilas o Zonas Económicas Especiales. La juiciosa actitud de los integrantes del G-20 ha sido debatir los problemas propios como si se tratara de los del mundo, y nunca tratar los problemas del mundo como propios.
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El G-20 ha aceptado implícitamente sacrificar el planeta en aras de las potencias hegemónicas. Esta marcha hacia el precipicio resulta agravada por la contraorden sobre la estrategia y la táctica del enfrentamiento. Durante medio siglo impuso Estados Unidos a sangre y fuego el catecismo neoliberal resumido en dos mandamientos: cero proteccionismo estatal, absoluta libertad de empresa. Este suicidio económico fue forzado por golpes de Estado como los de Indonesia, Chile. Honduras y Panamá, por invasiones como la de Nicaragua, Cuba, República Dominicana, Libia, Irak, y ocupaciones militares como las de Colombia, Ecuador y Perú. Estados Unidos lleva más de un siglo obligando a los demás países a adoptar las políticas neoliberales que los llevaron a la ruina y que ahora lo arruinan a él.
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Pues al desechar todo proteccionismo permitió a los grandes capitales mudar sus industrias al exterior, dejar sin empleos a los estadounidenses, sustituir la producción de bienes materiales por la de dividendos especulativos e inmunizarse contra los impuestos mediante rebaja de las tasas tributarias y colocación de beneficios en Paraísos Fiscales. Donald Trump ganó la presidencia ofreciendo revertir estas políticas fatales, pero en el mejor de los casos su táctica será dual: reimpondrá el proteccionismo a favor de Estados Unidos, a costa de la desprotección económica, social y estratégica del resto del planeta. Es lo que se debatió a puerta cerrada en la cumbre del G-20. Suelen las organizaciones internacionales ser estructuras para barnizar de consenso los intereses del minoritario grupo de las potencias hegemónicas. Es hora de que participe en el debate toda la humanidad.
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