La revolución china triunfante en 1949 introdujo nuevas variables para la construcción de un pensamiento propio. Su filosofía, que surgió a partir de los siglos VI y V a.C. tuvo en Confucio y Laozi sus principales aunque no únicos exponentes. Desde ese momento, la larga historia china está preñada de novedosas investigaciones y opiniones en búsqueda de la sabiduría, el valor de la vida en sociedad, la importancia de las relaciones humanas y los valores morales para sostenerla. De ello y de muchos otros elementos se compone el pensamiento filosófico antiguo de China.
El siglo XX supuso la introducción de la filosofía occidental, en particular de las ideas de Marx, Engels y Lenin, que interpretadas por Mao Zedong de acuerdo a la idiosincrasia propia, originó un particular paradigma que dio soporte al inicio de la construcción del socialismo en China. Casi a finales del siglo pasado, el máximo dirigente nacional Deng Xiaoping fusionó el pensamiento tradicional chino con las ideas marxistas leninistas y los aportes de Mao, introduciendo además algunas doctrinas arraigadas en Occidente para crear un novedoso cuerpo de conceptos que –sin tener parangón con otra creencia o teoría– soportan el ideario actual de China, sobre el cual está edificado el potencial de la sociedad de cara al futuro.
El marxismo-leninismo, el ideario del presidente Mao, la religión budista y hasta siete escuelas filosóficas propias se han imbricado para construir un pensamiento peculiar y autóctono. Una de esas escuelas, con gran influencia en la actualidad es la de los legalistas. Los antecedentes del pensamiento legalista en la antigua China vienen dados por los estudios del maestro Guan Zhong durante el siglo VII (a.C.) quien formuló soluciones prácticas para la realización de un buen gobierno, temática que se convirtió en eje de las propuestas de subsecuentes seguidores de esta escuela.
Algunos exponentes posteriores del legalismo fueron Shen Buhai, considerado el primero en trabajar la idea de ley (fa); Shang Yang, quien centró sus trabajos en las técnicas para un buen gobierno (shu), y Shen Dao, cuyo mayor esfuerzo estuvo encaminado a la búsqueda de tendencias para el uso de la fuerza como fundamento del sostenimiento del poder, todos ellos en el siglo IV (a.C.). Pero sin duda el mayor exponente del legalismo fue Han Fei quien se planteó sintetizar y reunir todas las ideas esbozadas por los seguidores de esta escuela, según la cual la ley escrita es lo más importante a fin de que el Estado y el Príncipe adquieran y conserven poder y riqueza.
En el libro del Maestro Han Fei, obra cimera de esta escuela, se exponen las ideas políticas de los legalistas a partir de un profundo conocimiento de su época, desprendiéndose de hechos anteriores pues consideraban que el incesante cambio de las circunstancias políticas y sociales obliga a análisis puntuales en tiempo y espacio y a métodos innovadores por parte de los gobernantes. A este respecto, Shan Yang escribió que: “Cuando los principios que guían a la gente se vuelven inadecuados frente a las nuevas circunstancias, sus estándares valorativos deben cambiar. Cuando cambian las condiciones reales del mundo, también han de ponerse en práctica principios distintos”.
Los legalistas propugnaban un control estatal tan rígido que a pesar de ser defensores acérrimos de la propiedad privada, sus puntos de vista dejaban a ésta limitada de manera superlativa en sus derechos. La concepción legalista de establecer un cuerpo de leyes explícitas y promulgadas de manera pública a fin de ser conocidas por toda la sociedad, chocaba con la práctica del gobierno basado en ritos y tradiciones. En ese sentido, de forma contradictoria, apuntaban directamente a la organización y dirección del Estado y al éxito político y militar más que a los asuntos jurídicos propiamente dichos.
Shang Yang se dedicó de forma especial a estos asuntos cuando desempeñó un importante papel como asesor del monarca a comienzos del siglo V (a.C), elaboró reformas encaminadas a garantizar la supremacía del Estado y a abolir los privilegios de la aristocracia. Así mismo, escribió un código único de cumplimiento para toda la sociedad sin distinciones de clase, organizando el gobierno sobre la base de una cuantiosa burocracia que dependía directamente del monarca.
Por su parte, a través de su notable obra, Han Fei desarrolló como nunca antes algunas categorías orientadas al mejor control de la sociedad y al alcance de la armonía social. Entre ellas, la más importante es la “ley” introducida con anterioridad por Shang Yang establecida como normas y órdenes escritas que usa el gobernante para vigilar e intervenir en la sociedad, manteniendo el poder sobre sí mismo a partir de la efectividad que se hace patente a través de dos instrumentos de poder (erbing): la aplicación de castigos y la concesión de premios.
Muchos de sus aportes, junto a los de Confucio, amalgaman la doctrina que dio las características del imperio chino durante dos mil años. La influencia de las propuestas de los legalistas se manifestó en la unidad ideológica del pueblo y el gobierno, la unificación política y militar del territorio, la importancia del bienestar económico del pueblo como sustento del gobernante, la importancia de la eficiencia y realismo en el cumplimiento de los objetivos políticos del gobierno, todas ellas tareas presentes en la gestión del gobierno actual.
En este marco, vale destacar la reciente afirmación del presidente Xi Jinping de que “El camino del Estado de derecho socialista con características chinas debe mantenerse con un compromiso inquebrantable”. Xi resaltó la idea de reforzar la construcción de un sistema jurídico vinculado al extranjero para promover una “apertura de alto nivel”, así como estar atentos para “contrarrestar los riesgos y desafíos externos”.
Así mismo, llamó la atención sobre la importancia y urgencia del tema, afirmando que el principal objetivo de desarrollar la gobernanza jurídica en los asuntos exteriores es salvaguardar los intereses del país y del pueblo a través de métodos legales, promover el progreso del Estado de derecho internacional y fomentar la formación de una comunidad de destino unido para la humanidad.
Estas ideas cobran extraordinaria vigencia cuando China por una parte ha iniciado una trascendental transformación de su política exterior encaminada a jugar un papel más relevante en los asuntos internacionales. Y por la otra, toma conciencia que en su ejecutoria tendrá indeclinablemente que enfrentarse a la retórica occidental que propone construir un “sistema internacional basado en reglas”, las que por supuesto son elaboradas y aceptadas por ellos mismos.
Xi convocó a los ciudadanos y empresas chinas a guiarse por las leyes y reglamentos locales cuando estén en el extranjero y aplicarlas para proteger sus derechos e intereses. Asimismo, expuso que se deben realizar esfuerzos por mejorar las medidas y normativas pertinentes de manera tal que faciliten la vida de los extranjeros que viven en China.
Además, sostuvo que su país debería participar activamente en la elaboración de normas internacionales, así como promover el Estado de derecho en las relaciones internacionales para crear un sistema “abierto y transparente”. También mencionó la necesidad de elevar oportunamente a rango de ley, las medidas efectivas y la experiencia madura de apertura al exterior de alto nivel, como el desarrollo de zonas piloto de libre comercio.
Finalmente, hizo un llamado para que China se esfuerce en el reforzamiento de la confianza en el Estado de derecho a fin de aplicar activamente en política exterior sus conceptos, propuestas y prácticas de éxito únicos. Así mismo, manifestó que era necesario promover la transformación creativa y el desarrollo de la cultura jurídica tradicional china.
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