A propósito de la presentación de la Memoria y Cuenta del presidente Nicolás Maduro ante la Asamblea Nacional, alguna gente se molestó porque el mandatario hizo un balance positivo de su propia gestión. Los más críticos aseguran que no dijo ni una sola verdad y que se dedicó a lanzar potes de humo y promesas repetidas.
Bueno, en primer lugar, entendamos que lo del balance positivo es normal. Insólito sería que un funcionario electo se subiera a una tribuna a enumerar sus fracasos, descalabros y frustraciones. No sé si se habrán visto casos, pero sospecho que no.
Es más, resulta difícil presenciar un acto así en cualquier otro nivel de dirección: sería algo para la antología de los comportamientos inesperados que un gobernador, un alcalde, un ministro, un director o un gerente de cualquier ente público o privado se pusiera al frente a un micrófono a decir: «Lo hice todo mal, puse la torta cada día, soy un desastre».
Revísese usted mismo a ver si alguna vez ha hecho algo así o al menos ligeramente parecido. Después me cuenta.
[Vivimos en un mundo donde todos tratamos de presentar nuestra mejor versión, pero más que nada en el sentido de la imagen pública. De allí el éxito que tienen el maquillaje, los tratamientos estéticos, los filtros cada día más audaces de la fotografía digital y las narrativas de la posverdad. Pero ese es otro tema].
Por supuesto que si un jerarca cualquiera sufre un acceso de sinceridad y se declara inepto tendría que renunciar a renglón seguido. Pero si se revisa la historia de las dimisiones célebres se verá que incluso quien renuncia por lo general le echa la culpa al entorno, a los adversarios o a los traidores. No la asume del todo o no la asume en absoluto.
Veamos el punto de si el presidente Maduro fantaseó o mintió en su discurso ante la Asamblea Nacional.
Habría que hacer una evaluación muy larga porque el recorrido hecho por el mandatario lo fue, pero vamos a concentrarnos en algunos aspectos polémicos. Por ejemplo, he oído y leído flamígeras declaraciones diciendo que Maduro mintió al anunciar un aumento salarial que no lo es, en realidad. Pero —al menos en mi comprensión de lo oído—, el jefe del Estado no habló de aumento de salario, sino del ingreso mínimo vital. Dejó claro que lo que se incrementa es un bono y el beneficio de cesta-ticket.
Entonces, uno puede estar o no de acuerdo con esa forma de aumentar el ingreso de los trabajadores, pero decir que Maduro pretendió hacer pasar como aumento salarial algo que no incide en el salario es una tergiversación, por decir lo menos.
Ahora bien, en aras del equilibrio, es posible encontrar en el mensaje presidencial algunas afirmaciones definitivamente divorciadas de la realidad, y que como tal son reconocidas por mucha gente (evitemos esas generalizaciones absurdas de «todos los venezolanos» para no complicar la cosa).
¿Operaciones gratuitas?
Voy a poner aquí un solo ejemplo que encontrará eco en un montón de compatriotas de todas las regiones, edades y estamentos sociales: la gratuidad de las intervenciones quirúrgicas en los hospitales públicos.
El presidente dijo que durante el año de la cuenta se realizaron 216 mil operaciones completamente gratuitas. De la cifra no tengo motivos para dudar, pero lo que se refiere al carácter gratuito, es algo que está lejos, muy, muy lejos de ser cierto. Tristemente.
Cada vez que una persona acude a un hospital para una intervención quirúrgica le ocurre lo siguiente:
Primero, debe ir a laboratorios y otros servicios médicos privados a realizarse exámenes imprescindibles para llegar al quirófano (perfil operatorio, radiografías, tomografías, resonancias magnéticas, electrocardiogramas y otros, dependiendo del tipo de intervención pautada), pues lo habitual es que en el centro asistencial público existan los equipos para hacer esas pruebas, pero estén dañados o esperando por un repuesto. Esos pasos previos son costosos. Algunos de ellos muy costosos.
Segundo, a los pacientes o a sus familiares les dan una lista sumamente extensa de insumos médicos que deben comprar para la operación. Incluye todos los instrumentos y equipos desechables que se usan en las cirugías y también otros renglones, como materiales de uso administrativo (hasta papel y bolígrafos, aunque usted no lo crea). Esas listas pueden costar decenas, cientos o miles de dólares.
Algunas veces ocurre que la intervención se suspende por diversas razones (se averió un equipo, faltó un médico, el paciente tenía alta la tensión arterial o el índice glicémico) y, entonces, se debe reprogramar para dentro de dos meses… y hay que realizar de nuevo los exámenes privados. Sume usted.
Está claro, entonces, que la operación es gratuita en comparación con lo que costaría en una clínica privada (honorarios médicos, quirófanos, hospitalización, etc.), pero no es gratuita en lo que respecta a todos los demás costos. Y es muy cara si se considera el nivel socioeconómico de la mayoría de los pacientes.
Aquí llegamos a un punto ya muy tradicional en estos 25 años de Revolución: la asignación de la culpa acerca de estas disonancias entre los dichos y los hechos. En tiempos del comandante Hugo Chávez, sus más fieles seguidores, ante alguna situación parecida, aseguraban que al presidente lo tenían engañado.
[Por cierto, entiendo que a Chávez le molestaba mucho que lo engañaran, pero también le molestaba que se dijera que lo tenían engañado porque lo hacía sentir como «un lacio», vocablo propio de los cuarteles para referirse al oficial o soldado apendejeado. Pero, de nuevo, ese no es el tema].
Entonces, aquí surge la duda de si Maduro dijo esa cifra de operaciones completamente gratuitas porque está convencido de que es cierta (lo que significa que alguien le está metiendo cobas, presidente) o con plena conciencia del problema, con la intención de maquillar una realidad que dista mucho de ser así de positiva.
Sea cual sea el caso, no le hace bien a la imagen del presidente porque esa visión auspiciosa del acontecer sanitario del país choca de frente con la realidad que deben sufrir cada día miles de familias.
Algunos dirán que hace falta que el presidente se disfrace de eso que los políticos llaman “ciudadano de a pie” y vaya a gestionar una intervención quirúrgica cualquiera en el sistema público de salud. Pero a mí me parece que no son necesarios esos ejercicios de gestión inmersiva de gobierno, pues estamos hablando de una realidad que puede constatarse incluso sin ir a los hospitales. Es posible percibirla desde los escenarios virtuales, pues a diario en las redes sociales aparecen las solicitudes de ayuda para realizarse exámenes y comprar insumos de personas en diverso grado de desesperación.
[Quienes tenemos el privilegio de ejercer el periodismo recibimos a menudo el ruego de canalizar estas solicitudes de ayuda. Se parte de la idea de que contamos con acceso a las “palancas” adecuadas. No necesariamente es así y la prueba es que entre los pacientes que andan por ahí pasando el sombrero para poder operarse hay también unos cuantos comunicadores. Vengan de donde vengan, esas peticiones siempre son conmovedoras y dramáticas, y se siente una terrible frustración cuando no resulta posible ayudar. Disculpen tantas acotaciones al margen].
Las causas del problema
Para ir a fondo en este tema específico (que es solo uno entre los muchos tocados en la Memoria y Cuenta), aparece acá la recurrente controversia sobre por qué los hospitales se encuentran tan faltos de todo lo necesario para una atención en verdad gratuita.
¿Es porque el gobierno (aquejado por el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales) no puede cubrir los costos para surtirlos o es porque los insumos llegan, pero de inmediato desaparecen en los laberintos de la corrupción que alimentan los consultorios de médicos inescrupulosos o los almacenes de los mismos comercios adonde deben acudir los pacientes o sus familiares desesperados a comprar la lista de peticiones?
Conocedores de ese mundo (o inframundo) dicen que en las mafias que controlan tan deplorable negocio ilícito participan altos funcionarios del sector, directivos de hospitales, falsos sindicalistas, oficiales de cuerpos de seguridad, personal médico y de enfermería y «empresarios» que reciclan los equipos, materiales e instrumentos sustraídos al Estado y, en última instancia, robados a los enfermos y a sus parientes.
Son gente desalmada a más no poder que se lucra con el dolor y la enfermedad del prójimo más pobre, con el agravante de que luego, algunas de esas malas personas, salen a protestar por la crisis en materia de salud.
En fin, volviendo al tema de la Memoria y Cuenta, sus verdades o falta de ellas, sus promesas y planes, sería este año una ocasión muy apropiada para llevar a cabo la madre de todas las “operaciones” en el ámbito sanitario, la que haría posible que las otras sean en realidad gratuitas: una versión mejorada de Caiga quien caiga en el sector hospitalario [última digresión: en la original todavía no han caído todos los que son] para extirpar de raíz el cáncer de la corrupción. Sería un logro enorme con miras a la Memoria y Cuenta de 2024.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
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