A mitad de año, los venezolanos recibimos la visita de la Alta Comisionada de la ONU para los DDHH, Michel Bachelet, en ocasión de reunirse con los distintos actores políticos del país para “evaluar” el complejo entorno económico y social al que nos trajo la decisión de la Casa Blanca.
Todos sabemos el vergonzoso final de la historia del informe. Otro instrumento, carente de rigurosidad, que le aporto argumentos a la oficialización del embargo económico contra Venezuela aplicado el 5 de agosto. El documento se vale de declaraciones parcializadas para imponer como verdad un estado de caos general, donde el gobierno de Nicolás Maduro es continuamente señalado, y al contrario, apenas se mencionan las sanciones estadounidenses.
Los medios, siguiendo la tradición de vender las versiones más escandalosas de una narrativa falsa, aseguraron que la evaluación de Bachelet demostraba que las venezolanas intercambiaban “sexo por comida”. Un rústico intento de aprovecharse de la violencia sexual contra la mujer, implícita en el sistema cultural del capitalismo, para sobredimensionarla en Venezuela y engordar el expediente contra la República Bolivariana.
Aunque este escenario no ocurre con el nivel de desastre humanitario que ansían los “defensores de DDHH” subordinados a Washington, tampoco son traídas de los pelos sus conclusiones. De hecho, sería normal que se diera como otra consecuencia del agresivo ataque a la estabilidad económica venezolana.
Si revisamos el mapa de conflictos globales en los que Estados Unidos ha intercedido, mediante mecanismos de asfixia financiera, para forzar el escenario a favor de sus intereses geoestratégicos, fácilmente vamos a detectar entre los grupos más vulnerables a las mujeres pobres y sus hijos.
Las sanciones económicas tienen un impacto directo en las mujeres, en la medida que agrava el bienestar social del territorio atacado. Ocurre un patrón en los más de 20 países que entran en la lista negra del Departamento del Tesoro: al precarizarse las industrias nacionales, como fue el caso de las fábricas textiles en Yugoslavia o Birmania, se le cortó un ingreso económico a las mujeres, empleadas tradicionalmente en este sector. Por ejemplo, tras las medidas estadounidenses contra las importaciones birmanas, se perdieron 180 mil puestos de trabajo, la mayoría ocupados por mujeres.
En un reporte sobre el impacto de las sanciones a Haití durante la década de los noventa, la consultora independiente de la ONU, Elizabeth Gibbons, ilustra el modo en que afectó a las mujeres, pues representaban el 80% de los trabajadores de la industria de ensamblaje, inoperativa por el embargo a las exportaciones.
En contextos de ese tipo, con instituciones nacionales debilitadas o sumidas en conflictos militares, el destino de las mujeres difícilmente puede escapar de la violencia y la prostitución.
¿Quería Bachelet, a fuerza de la palabra y por orden del poder financiero, proyectar el horizonte de las venezolanas al desasosiego que padece el género en otros puntos del mundo? ¿Tan flexible es su “sororidad”?
El por qué seguimos de pie
Nosotras, las venezolanas que decidimos fusionar la condición de mujer y chavista en una sola andanza, hemos tenido que superar contradicciones extrañas para el hombre chavista, al ritmo que impone la guerra. No es aire de superioridad, sino por el mismo puesto que tenemos en la composición de la familia pobre venezolana desde hace varias décadas.
En este país, la madre es el centro que reúne a la clase trabajadora, y los vínculos entre ellas han tejido una red de resistencia en las épocas más violentas del capitalismo. Un fenómeno que podemos identificar en el testimonio propio, las memorias de las generaciones más viejas y las vivencias de quiénes frecuentamos.
¿Quién no tiene un relato de la abuela que levantó seis, ocho, diez muchachos, ayudó a criar a los hijos de la comadre y tuvo tiempo para escarmentar nietos y bisnietos? De esas que asumieron el cuidado de la prole como su tarea fundamental en el terruño donde vivieron. Aunque la dinámica aséptica y trivial de la modernidad nos hizo renegar de este pasado, de allí venimos todas y algo de ese dato queda en el cuerpo.
De golpe, cinco años de continuadas agresiones financieras, guarimbas y amenazas bélicas, nos obligan a abandonar las costumbres de la clase media y sus discursos de familias aisladas, para retomar la protección del bienestar general del país, con la responsabilidad que eso implica.
Para decepción de algunos grupos sectarios, todos los días resistimos el impulso de las discusiones odiosas y sinsentido contra el sexo opuesto, tan de moda en la actualidad, priorizando la urgencia de atender un país atacado por el enemigo en común. Habría sido cuesta arriba conformar más de 30 mil organizaciones CLAP si las mujeres del chavismo hubiesen tomado una actitud de confrontación con su hermano de clase.
¿Qué somos al cierre de esta década?
Desde hace tres años venimos ensayando una de las formas organizativas que mejor expresan la voluntad de la venezolana pobre a resolver las dificultades económicas de la comunidad como si fueran las de su propio hogar. En marzo de 2017, durante una alocución en el estado Yaracuy, Nicolás Maduro lanzó el dato nada desestimable de que el 73% de los líderes de calle que conforman los CLAP son mujeres.
La mayoría son abuelas y madres adultas, acompañadas del voluntariado masculino, que se encargan de hacer inventario con los insumos que el Estado venezolano provee, ya no solo alimento a hogares y escuelas, sino medicinas, agua y gas doméstico para distribuirlos entre los grupos familiares que lo requieran.
Las jóvenes, más propensas a caer en las distracciones del consumismo 2.0, se concentran plataformas como Somos Venezuela, que canalizan las atenciones sociales desde la innovadora herramienta tecnológica del Carnet de la Patria, implementada por las instituciones venezolanas para sortear el bloqueo y eliminar procesos burocráticos dentro de las misiones sociales.
Ante las insinuaciones de invasión militar, añadimos a nuestra agenda la integración a la Milicia Bolivariana, componente de las Fuerzas Armadas que ya cuenta con 3,3 millones de milicianos.
Para el gobierno, somos un pilar fundamental en el aguante de las familias venezolanas, ante un destino hostil que se mantendrá mientras las decisiones del ejecutivo se orienten a construir espacios para el hábitat del Poder Popular.
Para la administración de turno en Estados Unidos, somos una amenaza digna de ser fulminada con exclusivas sanciones económicas. No se cansan de repetir que con su asfixia, presionan la salida de Nicolás Maduro, aunque las marcas en el cuello las tengamos nosotras.
Dos historias personales para un final
Perdí la cuenta de las veces que fui a comer empanadas este año en casa de la señora Ana, siempre acompañadas de un té de moringa. Al menos dos veces mandó a cortar las ramas de la mata, llega diciembre y sobrepasa otra vez el techo.
En su mesa se sentaron a comer jefes de UBCH, líderes de calle, brigadistas de Somos Venezuela, médicos cubanos, chavistas de todos los tamaños y procedencias, no solo de Maturín, y uno que otro escuálido. Solo una maestra de la cocina sabe estirar un guiso de lentejas con arroz sin que aburra o se sienta gusto a poco.
La sala puede transformarse en un módulo de salud si las afecciones de los vecinos lo solicitan. Ella hará evaluaciones, buscará medicamentos y recomendará a especialistas en los Centros de Diagnóstico Integral sin cobrar consulta.
Esta mujer presta su casa como presta su energía. Van tres cursos de panadería dictados por el INCES y realizados en los hornos de su cocina, porque no puede quedarse estática en los espacios que separan una entrega de caja de alimentos CLAP con la otra.
Por otro lado, también perdí la cuenta de los días que tengo sin conversar con mi hermana Olga. y sin abrazar a sus dos hijitas, que son mías por derecho de crianza. Ella perteneció al mismo grupo organizado en el que actúa la señora Ana.
Olga decidió marcharse a Colombia a mitad de año; no había pasado dos meses cuando ya estaba lista para despedirse. Se fue, deduzco yo, porque padeció la ausencia del padre de las niñas, de su falta de afecto a la familia. También porque los últimos días el bolsillo apretó significativamente, aunque nunca faltó el pan ni la compañía.
Esa pequeña tribu viajó hasta el norte del Cauca, tierra montañosa donde abundan siembras ilícitas de coca y paramilitares. La red que tejimos no logró retenerlas.
Son dos circunstancias distintas atravesadas por la misma condición de guerra que vive el país. De pequeñas victorias o derrotas las venezolanas tenemos colecciones de ovillos para compartir. Sin embargo, ninguna de esas historias, por más que nos enorgullezcan o nos produzcan tristeza, va a sobrevivirle al paso del tiempo.
Sobrevive el hecho extraordinario que logramos con la suma del esfuerzo colectivo: superar, bajo resistencia permanente, otro año en la disputa geopolítica de Estados Unidos contra el mundo, que tiene a Venezuela como uno de sus principales focos.
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