viernes, 4 de enero de 2019

Lo que la guerra se lleva

Carola Chávez


Con Chávez hicimos un master en guerras no convencionales. La guerra mediática la teníamos descifradita, los bloqueos, las revoluciones de colores, los infiltrados, las ONGs como máscaras de la CIA, del Departamento de Estado, del Pentágono. Nos hicimos expertos en detección de fake news, por ser su objetivo principal. Más tarde, supimos del law fare y vimos hacia dónde van los tiros. Entonces llegó la guerra.
Antes de la guerra, había un embeleso con la lucha heroica de los pueblos hermanos bajo ataque. Cuba, un faro de resistencia. El Chile de Allende, un glorioso morir con las botas puestas, tras resistir todo tipo de sabotajes, bloqueos, carencias planificadas por el enemigo de siempre, el enemigo nuestro. La dignidad de no quebrarse, de no ceder, de no concederle al enemigo la satisfacción de vernos derrotados. “Primero muerto que de rodillas”… Hasta que nos tocó a nosotros…
Entonces las dimensiones de esta guerra escaparon de la compresión de quienes parecían comprenderlo todo. Así, de golpe y porrazo, después de vivir glorificando la resistencia de otros pueblos, supieron que no podían vivir sin internet veloz, sin flujo eléctrico constante, sin servicios públicos de calidad. Y empezaron a preguntarse en cuanto lugar los pudieran oír, qué carajo tiene que ver la guerra con la ineficiencia, “porque la luz, el agua, el ABA no se compran en dólares”, dicen, obviando maquinarias, repuestos, bloqueos, robos de material estratégico, sabotaje y ni hablar de los más de 500 años de dependencia colonial y neo colonial, que según, debió ser erradicada los últimos 20 con una receta mágica que los que saben, tienen.
Y se asombraron cuando el pollo desapareció de las carnicerías de un día para otro, y los huevos, y el azúcar, y las galletas, y lo necesario y lo no tanto, porque la calidad de vida y tal y cual… Se sorprendieron con el mercado de la guerra encarnado en los bachaqueros, especuladores y acaparadores, como si los mercados negros los hubiéramos inventado nosotros, tipo Chacumbele. Y se desmayan con precios que nos impone el capital, su arma más mortífera, y afirman indignados que el gobierno falló porque el enemigo, como es lógico en toda guerra, respondió con un feroz ataque al primer paso (de tantos que serán necesarios) del plan de recuperación económica que el Presidente anunció para los próximos dos años (por lo menos). Esa parte no la escucharon. 
Y miran en línea recta mientras patinan por este camino sinuoso y complicado que nadie ha andado, y se arropan en un manto de moral que más que moral es soberbia. Y corre la tinta del lamento y el lamento se difunde buscando aplausos derrotados, mientras se proscribe la alegría y se le salpica de sospecha, para que no estorbe, y en esta guerra que no solo nos quiere matar de hambre, sino primero de tristeza, solo el ego se alimenta.
Y lo cool, lo trendy, lo nice, es la narrativa de lo gris, de la desesperanza, del mínimo detalle del desaliento, del señor que vende verduras y que me vio feo bajo la lluvia eterna de Caracas, donde ya no sale el sol como antes. Invisibilizando al gentío que sale tempranito a enfrentar el día en medio de este chaparrón, cuando lo más fácil (y más inútil, claro) sería tirar la toalla. Invisibilizando la lucha heroica que alguna vez admiraron en otros pueblos y ahora está dando el suyo. La narrativa de la rendición, de los brazos caídos, de la queja sin propuesta, de la desesperanza, de la derrota. Un acto de ingenuidad suicida que ignora que nos jugamos la vida en esto, y que, para que sus argumentos cuadren, niega también que el primer sentenciado es Nicolás, que “está desconectado”, tú sabes, para que la revolución se vaya al carajo, y llegue la contrarrevolución a hacer lo que hace, y no te cuento el law fare, que con Lula no hemos visto nada… ¡Qué Lula! Gadafi sería poco para el odio que le tiene la derecha a Nicolás, tú sabes, porque él destruyó El Legado de Chávez… Oh, wait! Tan fácil que le hubiera sido traicionar como traiciona Lenin al Ecuador…
En fin, que en toda guerra hay bajas, y es doloroso verlas caer en vivo y directo por las redes sociales, mientras me pregunto cómo habría sido el Período Especial en Cuba con la lloradera de Twitter, la rumba de Instagram y esa sed insaciable efímeros e inútiles “me gusta”.

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