Luisana Colomine
El vil asesinato de la estudiante de la UNEARTE, Mayell Hernández, nos enrostró la sociedad que no queremos. Pese a contar con una avanzada Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, debemos admitir, tristemente, que hasta ahora ese instrumento es letra muerta.
Y ojalá que la muerte de Mayell no haya sido en vano, que su martirio sirva para liberar a tantas mujeres que a diario sufren el maltrato no solo de sus parejas sino en cualquier situación de las 19 que tipifica la mencionada Ley: Violencia física, sexual y psicológica; amenaza; acto carnal con víctima especialmente vulnerable; actos lascivos; acoso sexual; tráfico ilícito de mujeres, niñas, niños o adolescentes; trata de mujeres, niñas y adolescentes; acoso u hostigamiento; prostitución forzada; esclavitud sexual; ofensa pública por razones de género; violencia institucional, laboral, patrimonial y económica; violencia obstétrica; esterilización forzada; impunidad.
La campaña que impulsó la familia de Mayell Hernández a través de las redes sociales logró visibilizar el problema. Pero hemos sido testigos de cómo las instituciones no respetan esa legislación; hemos visto la actitud de los funcionarios y funcionarias que reciben las denuncias de mujeres golpeadas y muchas veces se burlan y hasta terminan amparando al agresor. El machismo permea también la conciencia femenina y eso es vergonzoso.
En "Machismo y Vindicación: La mujer en el pensamiento sociofilosófico", la argentina Esther Pineda expone que en la sociedad occidental la desigualdad entre hombres y mujeres se construyó con el apoyo de la religión, la historia y la ciencia en distintas épocas. Esto sembró la idea de que las mujeres somos inferiores, incapaces, irracionales, pecadoras, viles, carentes de moral y ética, por lo cual requerimos de la constante y permanente tutela masculina: padre, hermanos, marido, hijos. Ese ha sido un pensamiento legitimado y difundido desde el cristianismo, según Pineda, y cita a Santo Tomás de Aquino quien afirmaba que la mujer "debe estar sometida al marido como su amo y señor, pues el varón tiene una inteligencia más perfecta y una virtud más robusta".
Ese machismo casi hace perder el caso de Mayell y, de hecho, su asesino fue liberado pese a las denuncias previas por maltrato. Pero lo peor (¿o lo mejor?) es que si el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, no hubiese mencionado el crimen en su programa de TV, quizás la historia sería la de miles de mujeres que padecen esa violencia pero que no se ven porque forman parte de una triste espiral de silencio que las autoridades apañan.
Diosdado dejó ver esa fisura en nuestras instituciones. Entonces el director del Cicpc, Douglas Rico se "interesó", destituyó gente y hasta tuiteó sobre un caso al cual realmente no prestó atención como a tantos otros.
Toca ahora una verdadera revolución que definitivamente nos salve a todas.
Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.
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