lunes, 8 de octubre de 2018

Brasil a segunda vuelta: el trasfondo de la victoria de Jair Bolsonaro

Bruno Sgarzini

Inédito fue el proceso que derivó en esta elección, por ende lo son también sus resultados y el panorama que queda tras una primera vuelta marcada por hechos simbólicos.
48 millones de brasileros votaron por Jair Bolsonaro; 30 millones por Fernando Haddad del PT; y 13 millones por Ciro Gómez del Partido Democrático Laborista. Un país pintado al norte de rojo ptista, y de centro a sur de verde bolsonarista, con las principales ciudades bajo su estricto control electoral. Estos son algunos apuntes de este proceso, que siendo tan inédito, se hace imposible analizar de una forma lineal y convencional.

Una victoria que reorganiza las relaciones de poder en Brasil

Dos años después de 2013, las protestas por la Copa Confederaciones se transformaron en un movimiento político de calle conformado por sectores de clase media alta, ruralistas del agronegocio, militares reinvidicadores del golpe de 1964, evangelistas conservadores de ultraderecha, medios corporativos como O Globo, representantes de ONGs afiliadas a la poderosa oligarquía industrial estadounidense de la familia Koch, jueces y fiscales de la estirpe de Sérgio Moro, y personajes de la política dura de Miami y Washington.
Unidos por su odio al PT, la corrupción y el establecimiento político de su país, salieron a las calles a destilar su animadversión a Dilma Rousseff y presionaron activamente porque se diese el golpe en su contra. Este domingo, la mejor expresión de este movimiento, el ex capitán Jair Bolsonaro, coronó nada más y nada menos que 48 millones de votos con gran desempeño en ciudades como Sao Paolo y Rio de Janeiro, epicentros de sus movilizaciones de 2013 y 2015.
El resultado de este domingo es la cristalización de este proceso que radicalizó a todos los actores involucrados en darle cuerpo activo a la concreción de un solo objetivo: sacar al PT ("los políticos corruptos") del poder y aislarlos como si fueran una plaga.
Como sabemos, en el Congreso, el Partido de la Social Democracia Brasileña de Aécio Neves y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño de Michel Temer fueron claves para lograr el primer objetivo, mientras que el juez Sérgio Moro, junto a la Procuradoría de la República y la Policía Federal hicieron lo propio apresando a Lula Da Silva, el principal hacedor de grandes acuerdos nacionales que podría haber intentado aislar a una expresión tan radical de la política con algún tipo de pacto con la corporación política-empresarial del país.
En cambio, este domingo el candidato a congresista más votado fue el hijo de Jair Bolsonaro, seguido de Kim Kataguiri del Movimiento Brasil Libre, protagonista de las protestas de 2013, y Celso Russomanno, representante evangélico de la poderosa Iglesia Universal, cuyos legisladores fueron claves en la destitución de Rousseff. Un reflejo más que elocuente del avance del movimiento golpista impulsado hace cinco años.
En ese contexto, el saldo de este proceso, afincado en una gaseosa lucha contra la corrupción, es la reorganización del campo político brasileño en dos polos: el ptismo y el antiptismo. De esto deriva que el centro político, representado por el PSDB y PMDB, haya desaparecido en estas elecciones de la contienda presidencial, al punto que los de Aécio Neves pasaron de un 33% a un 4% entre las elecciones de 2014 y las de este domingo. Paradójicamente: quienes pensaron que se beneficiarían del golpe a Dilma Rousseff fueron liquidados por quienes los instrumentalizaron para tal fin. Moralejas de la historia.

La victoria no es de Bolsonaro, sino del partido de la excepción que representa

Por otro lado, la última semana fue bastante representativa del entorno en el que se realizaron las elecciones. El Supremo Tribunal de Justicia se alineó con la candidatura de Bolsonaro al prohibirle a Lula Da Silva dar una entrevista, mientras su sala electoral suspendió el derecho a votar a 3.4 millones de brasileros en áreas favorables al PT. En paralelo, el juez Sérgio Moro levantó el secreto de sumario sobre la confesión del ex ministro de Hacienda de Lula, Antonio Palocci, donde éste lo acusaba de haber orquestado una red de sobornos en una de las campañas del PT.
El objetivo fue claro y directo: detener a toda costa el traslado de votos de Lula a Fernando Haddad.
En ese sentido, el casi 30% de Haddad palidece ante las cifras de intención de voto a Lula ubicadas en cerca del 40%. El contraste es más que evidente entre un Lula que se tuvo que comunicar con sus seguidores a través de cartas, como si estuviésemos en el siglo XX, y un Bolsonaro que no se detuvo en bombardear con mensajes de su campaña y noticias falsas a través de más de 200 grupos de WhatsApp, de alta penetración en el electorado brasileño. Es casi una obviedad reafirmar que todos los actores antes mencionados tuvieron una especial dedicación en entubar un clima de opinión favorable a la candidatura de Bolsonaro, que tranquilamente canalizara todo el voto blando a su figura.
Mientras que la mano de Steve Bannon, estratega de Donald Trump, se vio en la elección de un perfil de Bolsonaro hiper estandarizado en las redes sociales, enfocado en ser antiestado, políticamente incorrecto, un paladín de la lucha contra la corrupción y la inseguridad. Así, al igual que con Trump, cualquier ataque a su figura no hizo más que reforzar su identidad con sus votantes, como sucedió con la marcha de mujeres que le hizo crecer inmediatamente en intención de votos en mujeres pobres evangélicas.
De esta forma, Bolsonaro se posicionó como un político antiestablisment cuando, en realidad, por una revelación de un alto mando militar se conoce que su candidatura es un proyecto de un grupo castrense, cuyo objetivo es erradicar la "extrema izquierda", la lucha contra la corrupción, un ajuste fiscal del Estado, la privatización de las empresas públicas y la institucionalización del actual estado de excepción con el que hoy es gobernado Brasil.

Unas elecciones que se traducen en un Congreso fragmentado y conservador

Según el mencionado alto mando militar, entrevistado por Marcelo Falak, el proyecto de los militares que acompañan a Bolsonaro es el de crear "una nueva democracia" en Brasil basada en valores conservadores y liberales en la economía.
Quizás, en ese sentido, sea más que revelador la entrevista que hace un tiempo hiciéramos a Stella Calloni en esta tribuna debido a su señalamiento en torno a lo siguiente: Estados Unidos tiene como objetivo crear "democracias de la seguridad" en el continente, digitadas por la justicia, los medios, la policía y los militares, entre otros actores.
En este contexto, resalta por demás el término "nueva democracia" en un grupo de militares formados en la doctrina de Seguridad Nacional, cuyo máximo exponente es el candidato a vice de Bolsonaro, Hamilton Mourao, un consumado general racista que reinvidica el golpe de 1964 y propone que una Comisión de Notables reforme la Constitución brasileña de 1988 como una forma de institucionalizar un nuevo orden de cosas en el país.
Sin embargo, uno de los déficit primarios de este plan es la actual fragmentación que surge de estas elecciones en ambas cámaras del Congreso. Se estima que en Diputados tienen representación 20 partidos, mientras que 30 poseen legisladores en el Senado. En ambas, el Partido Social Liberal de Bolsonaro no tendrá una mayoría propia, lo que lo obligará a estar condicionado al toma y dame que caracteriza a la política parlamentaria en Brasil. Una falla de origen que es, paradójicamente, lo que hizo al PT débil en el mandato de Rousseff y convierte a los presidentes en rehenes de quienes controlan el Congreso.
A su favor tiene que, pese a la fragmentación, hay una renovación del 50% del Congreso, especialmente representada por la caída en desgracia de los caciques políticos tradicionales del PSDB y PMDB, y el ascenso de legisladores evangélicos, figuras de redes sociales conocidas por el Lava Jato y representantes de la banca.
De ahí deriva que este Congreso sea más conservador y retrógrado que el que destituyó a Dilma, y por ende, más permeable a un agenda del ex capitán en caso de ganar en segunda vuelta.

La elección del PT y un dilema político más que electoral

Si estas presidenciales se contextualizan con su principal líder político preso, el partido culpado de corrupción y todos los males nacionales, asediado por el poder real de adentro y fuera del país, y con un candidato presidencial nominado unos días antes, la elección del PT podría ser positiva por rozar el 30% de los votos, un 14% menos que la perfomance de Dilma Rousseff en 2014.
Su registro mantuvo inalterable su fuerte presencia en el nordeste del país, frente al sur del agronegocio y el centro sur del país asociado a las áreas urbanas de mayor densidad poblacional, donde Bolsonaro prevaleció con fuerza. Un país que en la foto electoral se ve totalmente dividido, exactamente igual a los comicios de 2014, entre las zonas tradicionalmente desfavorecidas y las más ricas del país.
Sin embargo, el PT parece tener un problema en su estrategia, que encierra un dilema crucial si pretende, al menos, esperanzarse en una segunda vuelta. Sobre todo, si tiene en cuenta que perdió ampliamente en los tres principales distritos electorales del país: Minas Gerais, Sao Paolo y Rio de Janeiro (en los dos primeros con números por encima de 50%).
Por un lado, el intento de reeditar un pacto con el centro político del país, sumando a los empresarios afectados por el proceso de destrucción de sus industrias, se hace necesario para tener una mínima base de poder que le permita competir con Bolsonaro. Pero justamente esa necesidad es su talón de Aquiles, explotado por el ex capitán, quien en su primer discurso post electoral afirmó que el PT "tiene un enorme poder, además del control social sobre los medios comunicación y una serie de empresarios que les pertenecen".
En ese sentido, si la candidatura de Haddad se queda pegada con el centro político, los empresarios, la civilización frente a la barbarie de Bolsonaro, difícilmente pueda romper el clima de opinión sobre el que surfea al ubicarse como un político que, en solitario, se enfrenta al establishment identificado con el PT.
Por eso, es más que llamativa la escasa inventiva del PT para responder las críticas sobre la barbarie representada por Bolsonaro, en vez de enfocarse en caracterizarlo como la continuación del actual gobierno de Michel Temer.
Ejemplos como el de la segunda vuelta en Argentina en 2015 demuestran que las posibilidades crecen si hay una enorme cantidad de personas movilizadas, distribuyendo un mismo mensaje de boca en boca alertando sobre las consecuencias de una eventual elección de Bolsonaro. Pero, para eso, el PT tiene que sacudir radicalmente el tablero haciendo en tres semanas lo que no pudo hacer en cinco años de proceso. Un objetivo que se denota peliagudo con más de 10 millones de votos de ventaja, pero que deja por verse si hay segundas partes que, a veces, son una excepción a la regla.


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