miércoles, 6 de junio de 2018

Como Cuba.

Carola Chávez

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“¡Nos va a convertir en una Cuba!” –decía una señora con los ojos desorbitados de rabia y terror, allá en 2001. Ella sabía, lo había leído en infinidad de cadenas de email, él último grito en tecnología para `romper el cerco informativo de la recién instalada dictadura chavista, que acabó con la libertad de expresión, y bueno, también lo leyó en El Nacional, El Universal, 2001, El Mundo… y lo escuchó en Unión Radio, RCR, La Mega… y lo vió en Globovisión, Venevisión, RCTV, Televen… “¡Gracias, medios de comunicación!”… 

“¡Nos van a convertir en una Cuba! Te van a quitar a tus hijos, te van a meter una familia cubana a vivir en cada habitación de tu casa, te van a quitar tu carro, te van a quitar…” Mientras reenviaba cadenas de email, se anotó en el plan carro familiar y se compró una camioneta y luego sacó un crédito hipotecario con intereses protegidos y compró el apartamento que siempre soñó tener, y ¡lo podía pagar! y montó un negocio y solicitó dólares de CADIVI y el negocio creció y viajó con su familia, tres veces al año, sufriendo en cada regreso, según lo expresaba en Facebook, “por tener que volver de Disney World al infierno de la dictadura que te quiere quitar todo lo que me he ganado yo solita con mi esfuerzo”

Sus hijos se casaron y el negocio familiar daba para todos, y más cuando el precio del dólar negro se distanció del oficial, y los precios del negocio subían y subían, y el “compro barato y vendo caro”, axioma del capitalista exitoso, se hizo realidad y la familia toda se forró de logotipos y subió al frágil pedestalito del neo riquismo. Eso sí, maldiciendo al gobierno, todavía, porque una cadena de SMS les dijo que Chávez les quería quitar todo. 

Y Ganó Chávez, una y otra y otra vez y en 2012, cuando ya no se calaban otro triunfo chavista, volvió a ganar. Y la guerra no declarada apretó con fuerza. Entonces estuve en su negocio y la señora –que acababa de leer unos tuits alarmantes sobre cómo, ahora sí, nos iban a cubanizar– me atendió con ojos de llamarada y me lanzó un precio grotesco por el pecho. Al ver mi cara de asombro y sin dejarme pronunciar ni una palabra, escupió, con una sonrisa sádica: “Y esto se va a poner peor… sigan votando por el castro chavismo, pues”

Meses después estaba de fiesta, con los precios ya por las nubes, y ella embutida en su look fitness ADIDAS que no ocultaba lo bien y abundante que estaba comiendo. Ella, su esposo sus hijos, nueras, nietos, y hasta un sobrino. El negocio iba sobre ruedas, como nunca, porque ahora no solo los hacía ricos, sino que servía como arma para tumbar al gobierno. Desde la caja, la mujer se burlaba del “difunto” y cuando alguien reclamaba por los precios, le contestaba, agria y venenosa: “Pero tenemos Patria”…

Era tan su locura, que no notaba que cada vez había menos gente entrando a su negocio, y no tanto por su veneno sino por los precios que subían de manera militante. ”Dile a Nicolás que te lo compre, si no lo puedes pagar”. Y cuando Nicolás subió los salarios para que pudieras comprar, la mujer subía los precios y “dile a Nicolás que siga subiendo el salario, para que no puedas comprar más”… Y el proveedor le subía los precios a ella, es cierto, y ella lo celebraba porque eran del mismo equipo, “y va a caerrr, y va a caeeer…” y el golpe del precio lo recibía el cliente, que nunca, pero nunca, nunca, tuvo la razón.

“¡Nos quieren convertir en una Cuba!” –decía, mirando aterrada a Miraflores, mientras que en sus filas, sus dirigentes, los que la pusieron a marchar, a cerrar, a calarse meses de guarimbas frente a su negocio, que la llevaron borde de la quiebra, no una sino varias veces… Esos, dirigentes, como Julio Borges, que le juró que el chavismo, además de quitarle a sus hijos, le iba a prohibir el internet para que ni siquiera pudieran hablar con ellos por Skype; bueno, esos dirigentes recorrían el mundo mendigando sanciones contra Venezuela.

Y llegaron la sanciones, primero con un sabotaje financiero no declarado, con calificadoras de riesgo poniéndonos la nota que les daba la gana, no importa que tanto ni qué tan puntualmente pagáramos. Y los bonos del país, justo antes de su vencimiento, eran embarrados por una guerra de rumores para tumbarles el precio, y luego el rumor se disolvía, y aquí no ha pasado nada, y la señora en su negocio leía cadenas de whatsapp que decían que el país estaba al borde del default, y ella no sabía qué era eso pero, si lo decía La Patilla, tenía que ser algo para celebrar… Y celebraba remarcando precios, aquí y allá, con un marcador que servia como varita mágica al hada de la especulación.

Y luego fue oficial: “¡Tiembla, Maduro!”, decía la cadena de whatsapp que anunciaba sanciones y más sanciones, y bloqueo a PDVSA, y Julio Borges y Ledezma celebran y ella celebra, pero no tanto, no vaya a ser cosa que se le suba la tensión, porque lleva días recortando el Losartán, que no se consigue. Celebra y espera que alguien entre al negocio, para decirle que esto ya está a punto de acabar “tic, tac, tic, tac“, pero no entra nadie en toda la mañana. Ni siquiera la clienta fiel aquella que defendía la libertad del comerciante de vender “al precio que le de la gana“, y que más tarde clamaba “que lleguen los productos, al precio que sea, pero que lleguen”… Ni ella…

Y ya el negocio no alcanza para todos, y el local no tiene mercancía, y el proveedor, que era su cómplice y amigo, ahora le condiciona la compra y imponiéndole productos carísimos, que siempre se quedan fríos, para poder adquirir los que la gente sí quiere y necesita comprar. Y así no se puede, y “no hay gobierno que ponga orden… yo no sé cómo vamos a hacer”

Y un hijo se fue a Chile, con la esposa y la bebé, sí, la que es igualita a la abuela; y el otro, está por irse a Ecuador, a encontrarse con su esposa que se fue adelante con prima. Y quedan ella y el marido, solos, y el negocio sigue abierto, aunque vacío, porque una cadena de whatsapp les advirtió el gobierno lo va a expropiar para los CLAP los locales que estén cerrados. Y que los apartamentos vacíos también y que te van a quitar a tus hijos y bla, bla, bla, bla bla… Y ella, victimaria convertida en víctima de su ignorancia y estupidez, reenvía la cadena, compulsivamente, sin entender nada, todavía, a pesar de todo, con un angustiado y rabioso ”Nos van a convertir en una Cuba”.

Y como Cuba, nosotros venceremos.



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