martes, 27 de febrero de 2018

Cuerpo e’ negra (2)



Ella, joven, negra y se molesta porque algún tipo le diga bembona. No sólo está ladillada, sin haberlo hecho consciente aún, de que un tipo cualquiera venga y se tome el permiso de invadirla y de darle donde le duele: en la piel, en la raza. En lo que por tanto tiempo le han dicho que es feo, no es atractivo y hay que mejorar.
Nos pasa con los labios, con los ojos, con el pelo, con las manos, con las piernas, con las tetas, con los pies, con el pensar, con el ser, con el hacer. Las mujeres negras, negrasindias, negrasindiasmestizas somos en eterna comparación con los cuerpos de mujeres blancas, y así, nos enseñaron a sentir vergüenza de nosotras mismas.
Sentimos vergüenza si tenemos los labios grandes, si tenemos las tetas muy chiquitas, si tenemos el cabello muy rizado, si tenemos la piel muy oscura… Entonces nos sometemos el coco y el cuerpo a cambios absurdos para parecernos a un cuerpo que de igual manera produce rechazo ante espacios masculinizados, clasistas y sumamente racistas.
Cuando, por ejemplo, me seco el pelo, me elogian en banda ancha: me dicen “guao, ¡qué bella! ¡Te ves más guapa!” Incluso, una vez, una muchacha me dijo que me veía más “ordenada”. El cabello liso afina los rasgos, ordena, asemeja el supuesto orden de la mujer blanca. Y, al mismo tiempo, me ha pasado que cuando me pongo mi rolo e turbante verde de animal print en la cabeza, me dicen “negrita, ¡qué guapa te ves así! ¡Ahora sí pareces de tu color!
Es decir, esta negra delgadita, pelo largo y rulo, careindia-negra, o es una cosa o la otra, no lo que en realidad es. Ejemplos así les tengo miles, pero la cuestión es que yo acá quiero poner sobre la mesa bien clarito y raspao que estamos sometidas constantemente a que nuestros cuerpos no son suficientes y no encajan en la categoría en la que deberían estar: somos entera comparación en vez de ser por nosotras mismas.
“Negra”, “negrita”. Gritao desde la otra esquina, desde el otro lado del teléfono, escrito en un mensaje de Whatsapp, susurrado en la cama. Caramba, qué vaina más bonita, más nuestra. Qué bonito que a mí me digan negrita por cariño, porque ese cariño reside en mi piel, y mi piel es mi identidad. Negrita, sí. Negritas todas, pa’lante y pa’rato. Con la bemba negra y dura como el cuero del budare bien quemaíto, con los pelos negros alborotaos o amarraos con turbantes o con trenzas, con las palmas de las manos curtidas por las marcas oscuras que nos signan, con las uñas duras y grandes; con la piel grasa, brillante, dura como el cuero, negra. Bien negra.
El mestizaje nos define y nos hace, dentro de nuestra negritud, tan maravillosamente distintas en la variedad de nuestros cuerpos. Que los bobos nos sigan diciendo bembonas, esta boca habla con furia y resistencia, y esta boca besa con deseo y amor. Esta bemba grande, carnosa, agrietada y oscura les recuerda quiénes somos y de dónde venimos, y grita desde sus fortalezas y dirige un par de pies que se mueven hacia adelante, en eterna lucha.
Esta bemba se pinta de colores, y habla, y come, y besa, y se sabe negra, bien negra.

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