Carola Chávez.
Recuerdo, cuando vivía en Miami, allá en los años noventa, que me impresionó ver cómo el exilio cubano vivía en una burbuja. Los programas de tele, las novelas, la radio, la vida misma que se preservaba de la realidad mayamera en sus cafeterías, en las sus partidas de dominó, en sus tertulias que advertían siempre que Fidel estaba a punto de caer. La Pequeña Habana, donde parecía haberse congelado el tiempo.
Tenían los cubanos entonces, y supongo que aún lo tienen, sus referentes políticos: una especie de gobierno en el exilio cuyo presidente murió esperando que Fidel muriera. La muerte de Fidel, decían sería el fin de la “dictadura” y el inicio del retorno y recolonización de la isla por parte de los verdaderos cubanos, es decir, los mayameros, los que sí saben de libertad, los que en lugar de llamarse Juan, se llaman John, Mike, o Bill. Allá, en la Pequeña Habana los cubanos eran libres de expresar su odio a Fidel y si alguien quería expresar lo contrario, pues, que se fuera al carajo.
En esa burbuja, un equipo de periodistas corrió todo un día, de arriba a abajo por Miami, interrumpiendo la programación de Univisión cada dos minutos, porque estaban a punto de atrapar ”al grupo musical castrista” Los Van Van. Aparecía el periodista frente a un local, y luego otro, y luego otro, porque los anteriores no eran, avisando al exilio que ahí sería el concierto de esos músicos del régimen, y corrían al lugar grupos señores con guayaberas y bigotes de pachuco, de señores redondas, con batas de flores y rollos en la cabeza, como los que usaba mi abuela en los años sesenta -donde se quedó estacionado el reloj del exilio cubano- corrían algunos muchachos que explicaban en spanglish que en los EEUU, la tierra de la libertad, ellos no podían permitir que unos músicos comunistas tocaran libremente. ”Esta es un free country, tú sabes”…
En ese contexto viví, en vivo y directo, el drama del secuestro de Elián González y el circo que montaron frente a la casa de los parientes que tenían al niño y se negaban a “devolverlo a las garras de castrismo”. Vi a su prima Mariesleisys, una niña de 15 años, ser venerada por viejas beatas vestidas de estricto negro, “porque es una Santa, es una virgen, yo hasta la vi levitar en el porche de su casa ayer cuando vino Gloria Stefan”. “Ese niño no puede volver porque allá en Cuba no hay juguetes de Mattel” Decía un concejal que le había donado a Elian un carro de juguete que podía manejar de verdad y que el niño, aterrado, no quería usar.
La locura del encierro en una burbuja, donde nadie contradice a nadie, so pena de ser execrado. Allí donde por no contradecir a nadie florece la irrealidad y sobre ella se construyen proyectos de humo. Allí, donde llevan décadas esperando un fin que no llega, que no va a llegar…
Así como el anticastrismo, antichavismo que se fue a Miami, adoptó sus mismas formas, y uno no entiende por qué, ya que los cubanos mayameros políticamente, no conocen sino el fracaso. Fue así como aquel dispersor de odio que fue Globovisión, se mudó a Miami y se transformó en una serie programas de bajo presupuesto y calaña, donde sus voceros, anclados en el año 2001, mantiene feliz a la audiencia del Doral y Weston con historias delirantes en las que Pablo Medina, o Carlos Ortega son dirigentes opositores importantísimos, y Diosdado tiene una mansión en Sunny Isles y Tareck un yate en Coconut Grove. Y las sanciones contra el “régimen chavista” van a hacer maravillas como el bloqueo al “régimen castrista” -que lleva 60 años y el gobierno sigue allí-. Y desde El Arepazo piden a Marco Rubio una invasión que convierta a Caracas en Bagdad…
En ese manicomio, Capriles es el hombre, un día y el otro, es un traidor entreguista, lo mismo que Ramos Allup, Leopoldo Lopez, Julio Borges… “Definitivamente, el hombre es Pablo Medina”.
Allá, en la burbuja del antichavismo mayamero, un poquito de realidad, o de razón, puede causar escenitas que para ellos son dramáticas, y para el resto del mundo, aquí afuera, son, aparte de comiquísimas, dignas de observación científica para dar con el origen molecular de la estupidez.
En esa burbuja, un apátrida como Rafaél Poleo termina siendo un tipo con ápice de claridad que provoca su expulsión del programa en el que estaba siendo entrevistado, por decir que Jorge Rodríguez es culto, vaina inadmisible para un público que se plantea el mundo a partir de la idea de los chavistas somos brutos. Y se genera toda una tormenta en la que su hija Patricia, la que salió huyendo de Miraflores con los tacones en la mano, se burla de los insultos que recibió su padre, al que no llama padre sino “el señor Poleo”. Y Carla Angola -la que se puso fúrica con Teodoro Petkoff cuando éste le dijo que no había vías inmediatas para terminar con la presidencia de Chávez, recién reelecto; la que cortó a José Luís Rodriguez, el Puma, cuando dijo que el país no se estaba cayendo a pedazos, como Carla y Kiko decían; la que casi mata a Trapiello cuando les torció una entrevista que tenía que destrozar al gobierno y terminó dándole la razón- esa misma Carla Angola, se puso moderadita porque “así sea desacertado“ no se ataca así a un entrevistado.
Y Patricia le contesta a Carla, y Poleo le tira a Bayly, y a su jefe “el banquero prófugo”, y a dos bandas, de retruque, le tira a Lorenzo Mendoza, y Ramos Allup retuitea a Poleo y Tongo le dio a Borondogo y Borondongo le dio a Bernabé y todos odian a todos, y mientras, los adictos al odio prenden la tele para seguir elaborando sobre las fantasías perversas que les cuentan en los programas como el de Jaime Bayly, y sus delirantes invitados.
Después, pierden ooootra vez las elecciones y se van todos a llorar a El Arepazo.
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