Por Juan Carlos Valdez G.
Hoy día, los venezolanas y venezolanas casi no hablamos ni pensamos otra cosa que no sea: precios. Y si eso es así es porque, más allá de hablarlos y pensarlos, los padecemos ferozmente. Sin embargo, la mayor parte de las veces damos por hecho lo que los precios son. Y esto es de alguna manera lógico: en efecto, todos sabemos lo que es un precio, es decir, la cantidad de plata que tenemos que dar por algo que queremos comprar.
¿Pero es así de simple? ¿Acaba ahí el debate? Una larga serie de pensadores de la economía, desde Aristóteles pasando por Smith, Marx y hasta premios Nobel contemporáneos (Stiglitz, por solo nombrar uno), aseguran que no. Así pues, no se deje llevar por los espadachines a sueldo del capital (de izquierda y derecha) que dicen que los precios son solo un mero tema técnico-contable: los precios implican valores, consideraciones, juicios, etc., y, cómo no, relaciones de poder. Y no en balde su debate nació como una rama de la reflexión moral y política antes que de “economía”: ¿es justo cobrar por la adquisición de un bien o servicio determinado? Y si lo fuera, ¿cuánto? ¿Quién cobra qué a quién? Esas son las preguntas que a través de siglos se han hecho los grandes pensadores de las relaciones económicas y que Juan Carlos Valdez trae a colación, en este momento tan álgido que vivimos cuando los precios parecen tomar vida propia y acabar con todas nuestras esperanzas y esfuerzos.
Importantes Consideraciones Previas
La economía nació como un desprendimiento de la moral y la ética; la profesión de economista es muy reciente. Adam Smith mismo era un “filósofo moral” Las primeras reflexiones sobre temas económicos trataban de contestar a las siguientes preguntas: ¿Cuál es el precio justo? ¿Es justo cobrar interés por un crédito en pesos? Los temas económicos eran una parte de largos tratados de justicia y ética; pero poco a poco, la teoría económica fue creciendo hasta transformarse en una ciencia propia, que sólo da respuesta a las relaciones de causa y efecto con independencia de los juicios morales.
Recordemos una lapidaria expresión de Karl Marx, cuando dijo en su obra Miseria de la Filosofía: “Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria”. Esta es una de las expresiones de Marx con mayor vigencia, ya que las escuelas económicas nacieron al calor del triunfo histórico del Liberalismo como ideología dominante, hasta nuestros días. El sistema educativo implantado, está diseñado para que aprendamos por repetición; nos enseñan a repetir y no a analizar, por eso el mejor estudiante no es el que más analiza sino el que mejor repite; eso explica el por qué seguimos avalando las teorías liberales de hace 200 años, aun cuando éstas sólo sustentan las desigualdades económicas en el planeta; en consecuencia, todas las escuelas de economía siguen siendo Liberales o Neoliberales, aunque estén en Rusia, China o Cuba. Teniendo esto claro, cobra valor de urgencia, aprender a desaprender cuestionando las teorías y leyes económicas que sustentan el actual sistema Capitalista Liberal y que avalan el latrocinio que se perpetra a través del precio.
Estamos históricamente obligados a crear nuevas teorías y leyes que favorezcan a las mayorías que habitan el planeta, con lo cual se garantizaría la paz del mundo y la supervivencia de todas las especies.
Siendo que el precio es una objetivación del valor de cambio de los bienes y servicios, y el valor de cambio es una característica natural de todo producto, el precio se convierte en un elemento esencial en la distribución de bienes y servicios.
El monto del precio del bien o servicio que se incorpora al mercado, viene determinado por la suma de los costos de producción más la ganancia del dueño del medio de producción. En este artículo develaremos las verdaderas causas de la variación del precio, cuando esta variación es hacia el alza; porque es en ese momento que se perpetra la mayor expoliación continuada de la historia.
El precio termina siendo el canal a través del cual se distribuye casi toda la riqueza producida por el ser humano. Por eso consideramos el estudio profundo de esta categoría económica, de vital importancia para el desarrollo de nuevas teorías y leyes que rijan un posterior mercado donde prevalezcan los valores de justicia, solidaridad y proporcionalidad del esfuerzo en la ganancia.
Una visión histórica que ayuda a ocultar el poder del Precio
Quizás los socialistas, actualmente, hemos equivocado el diagnóstico sobre cuál es el canal y mecanismo que dentro del capitalismo, empobrece y subyuga a las grandes mayorías en favor de unas minorías. En ese sentido, nos seguimos centrado en la propiedad de los medios de producción.
Pareciera algo de Perogrullo: si los seres humanos para satisfacer nuestras necesidades, requerimos bienes y servicios, y la propiedad de los medios de producción de esos bienes y servicios están en manos de algunas personas, esas personas se colocan en una posición de dominio respecto de aquellas que no poseen medios de producción, y esa posición de dominio permite que los propietarios tengan la tendencia a aprovecharse de ella para acumular capital en perjuicio de las mayorías. Sin embargo, lo que directamente se deriva de la propiedad de los medios de producción, son las relaciones de producción; es decir, la forma en que los hombres producen mercancías. En el seno de las relaciones de producción, el papel que ocupa cada individuo está determinado por la división del trabajo: aquellos que desarrollan una misma actividad -y por tanto están sometidos a idénticas condiciones- conforman una clase social. Las clases sociales vienen determinadas por el lugar que ocupan en el proceso de producción de la riqueza; unos la producen y otros se apropian de una porción de la misma. Esta relación de producción, que es por naturaleza desigual, y que permite al dueño del medio de producción tomar una parte importante de lo que el trabajador dependiente produce, no puede explicar la transferencia de riquezas del consumidor hacia los oferentes de bienes y servicios. Bajo la perspectiva de las relaciones de producción, sólo se explica la apropiación de la plusvalía y las relaciones de poder que de ahí se derivan. Además, las luchas que históricamente se han librado en el ámbito laboral, han logrado reducir, de manera importante, la magnitud de la plusvalía apropiada por el dueño de los medios de producción. No obstante, si bien, en la apropiación de la plusvalía podemos ver una de las fuentes del poder económico de los oferentes de bienes y servicios, ésta es sólo una de las fuentes de las riquezas de la clase explotadora; es la primera forma de expoliar al trabajador. La otra forma que utilizan los oferentes de bienes y servicios para sustraer el resto de las riquezas de los trabajadores, y desde nuestra perspectiva es la que más capital le proporciona, es a través del precio; fundamentalmente, perpetrándose cuando se produce una variación del precio al alza. Esta variación al alza de los precios se ve afectada constantemente por la guerra no declarada de precios que mantienen los oferentes de bienes y servicios, ya que el productor y el comerciante son también consumidores; pero tienen la posibilidad, con el fin de mantener o incrementar su estatus de vida, de trasladar al trabajador asalariado el importe de los precios que pagan, y eso lo hacen a través del precio de sus productos.
Elementos que fortalecen el precio
La mayoría de las necesidades humanas se satisfacen con el consumo de bienes o servicios. Los productores y comerciantes, al ser titulares de los productos que las demás personas necesitan, se colocan en una posición privilegiada y de dominio frente a aquellos. El consumidor se sitúa en una posición de dependencia, similar a lo que ocurre en las relaciones laborales, pues ante la necesidad insatisfecha, el comprador rara vez tiene la facultad de elegir si adquiere o no el producto, ya que regularmente es la fuerza de la necesidad quien lo obliga a adquirirlo. Desde esta perspectiva, podemos notar que la necesidad es uno de los elementos que le dan fuerza al precio, en virtud de que la necesidad obliga al intercambio. Otro elemento que le otorga fuerza al precio es el hecho de que todos los bienes materiales son finitos; vale decir: son limitados. Al ser limitados los bienes materiales con los que los seres humanos satisfacen buena parte de sus necesidades, la carencia de ellos, en un momento determinado, genera angustia e incrementa la sensación de necesidad, por lo que el comprador se coloca en una posición de mayor vulnerabilidad frente a los oferentes de bienes y servicios.
Entonces, tanto la necesidad como la escasez son los elementos principales que le dan fuerza al precio. Esto es importante tenerlo en cuenta porque independientemente de la teoría que se esgrima para explicar la variación de los precios, ambos elementos son la piedra angular del análisis.
Psicología del productor o comerciante
Los seres humanos tenemos iguales capacidades pero distintas habilidades, y son esas habilidades distintas las que hacen que la sociedad funcione como un gran motor. Precisamente en un motor podemos ver piezas de distintos tamaños y formas, porque cada una cumple una función determinada dentro del motor, y para que el motor funcione perfectamente, cada pieza es igual de importante. Si vemos una pieza muy pequeña en un motor, es porque es necesaria para que el motor funcione cabalmente, sino no estuviese allí. Desde ese punto de vista, ninguna pieza domina o es más importante que otra, son todas complementarias. Volviendo al símil con las sociedades humanas, la diferencia de habilidades que distinguen a los seres humanos constituyen las diferentes piezas del motor, y en consecuencia, determinadas habilidades no deben convertirse en instrumentos de dominación o de esclavitud de unas personas respecto a otras, ya que todas las habilidades humanas son, y deben ser complementarias, como las piezas de un motor. Sin embargo, el primitivismo liberal que aún persiste en la actualidad y que el Sistema Capitalista exacerba, es el que incita a utilizar las diferencias naturales como instrumentos de dominación de unos seres humanos sobre otros.
Sobre la psicología primitiva del productor y del comerciante, en su habilidad para el comercio está intrínseco el afán de lucro; y en virtud de éste, el productor o comerciante procura cada vez la mayor ganancia posible y hará lo que esté a su alcance para obtenerla. En este marco de ideas, cabe recordar una expresión de Karl Marx en el Libro Primero de El Capital: “Si la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10% seguro, y se lo podrá emplear dondequiera; 20%, y se pondrá impulsivo; 50%, y llegará positivamente a la temeridad; por 100% pisoteará todas las leyes humanas; 300%, y no hay crimen que lo desaliente, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulencia y la refriega producen ganancias, el capital alentará una y otra…”Esta característica es clave para comprender que los precios no suben ni bajan solos, ya que no poseen vida propia, son en realidad, las expectativas de mayor ganancia del oferente las que suben o bajan los precios. Cuando la oferta supera a la demanda, el oferente baja los precios para atraer a los consumidores hacia su producto y de esa manera obtener mayor ganancia a través de la venta por volúmenes; y cuando la demanda supera a la oferta, se genera una escasez y el oferente se aprovecha del miedo y el nerviosismo que la escasez crea en el consumidor; luego, aprovechándose de su posición de dominio en esa relación de vendedor-comprador, sube el precio, pero la porción del precio que sube, es la ganancia. De esta forma gana más sin necesidad de incrementar la producción; en otros términos: gana más con menos esfuerzo.
Pero aun en condiciones de estabilidad entre la oferta y la demanda, el oferente buscará la manera de incrementar su ganancia, y no lo puede hacer de otra forma sino a través del incremento del precio; y como ellos saben que la necesidad y la escasez le dan fuerza al precio, buscarán la manera de crear artificialmente ambos elementos. Una forma de hacerlo es invirtiendo en publicidad para minar la mente de los consumidores y lograr que estos sientan mayor necesidad de sus productos, y al incrementarse la demanda, el oferente se aprovecha de la situación para elevar el margen de ganancia contenido en el precio. En este punto cabe citar a Edward Bernays, en su libro “Propaganda”, cuando se refiere a la manipulación de quienes manejan bien lo que hoy conocemos como publicidad y propaganda:
“LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad… Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder… Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas; son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar.”
Así describía Bernays el poder de la publicidad y la propaganda.
Otra de las formas que utiliza el oferente de bienes y servicios para incrementar la ganancia es sencillamente esconder los bienes o reducir la producción para crear una escasez y por esa vía obtener mayor ganancia al incrementar los precios, utilizando como excusa la escasez. Recordemos lo que decíamos supra: cuando se crea una escasez, en los consumidores se genera angustia y se incrementa en ellos la sensación de necesidad, por lo que el comprador se coloca en una posición de mayor vulnerabilidad frente a los oferentes de bienes y servicios. En ese momento, los oferentes saben que los consumidores están dispuestos a pagar más por el bien o servicios que satisfaga su necesidad y sólo por eso, aumentan el precio.
Una modalidad relativamente nueva para generar escasez, es lo que se conoce como simplificación de la producción, y esto se aplica en la producción de bienes que se empacan en presentaciones pequeñas y medianas para su distribución masiva, La simplificación consiste en sustituir las presentaciones pequeñas y/o medianas por presentaciones grandes, de manera que manteniendo el mismo volumen de producción, se sacan al mercado menos unidades del producto, lo que genera una escasez del producto simplificado, y permite la elevación del precio por dos vías: por tratarse de una presentación con mayor cantidad del producto a consumir, y por la escasez misma del producto que le permite especular, con lo cual se eleva de manera importante la ganancia, ya que entre otras cosas, el oferente se ahorra el costo de los envases pequeños y medianos.
Esa tendencia cuasi natural al abuso con el incremento de precios se evidencia en los controles de precios que a lo largo de la historia, han tenido que implementar los gobiernos en el mundo. En ese sentido vemos que en el Antiguo Testamento se insistía en que la autoridad debía mantener un límite sobre los precios en el comercio entre las tribus de Israel. En el año 301 el emperador romano Diocleciano emitió su “Edicto Sobre Precios Máximos” que regulaba prácticamente todo el comercio de bienes y servicios dentro del Imperio Romano. Durante el Mercantilismo se produjeron numerosas medidas de control de precios, y durante la Revolución Francesa, la Convención Nacional emitió la “Ley del máximum general”, fijando precios máximos para los cereales panificables; entre otros ejemplos que podemos citar.
Existen formas económica y éticamente idóneas para incrementar las ganancias, como por ejemplo, la inversión en ciencia y tecnología que permitan la reducción de los costos de producción, lo que produce un incremento en los márgenes de ganancia sin elevar el precio del bien o servicio. Otra es, sencillamente, producir más ante un incremento de la demanda, lo que incrementaría la ganancia por las cantidades vendidas, y no por, simplemente, subir el precio.
Teorías que legalizaron el latrocinio
La situación de abuso de los oferentes de bienes y servicios en contra de las grandes masas asalariadas consumidoras, no es una situación nueva y sólo es el reflejo del primitivismo depredador humano. Ya lo decía Thomas Hobbes en el “Leviatán”: Hommo Homini Lupus (El hombre es un lobo para el hombre). La frase, en ese sentido, se convierte en la metáfora del animal salvaje que el hombre lleva por dentro capaz de realizar grandes atrocidades y barbaridades contra elementos de su propia especie.
No olvidemos que el padre de la economía liberal: Adam Smith, fue y para muchos sigue siendo, el gran apologista de la libertad económica; era un ferviente defensor de las leyes de la naturaleza, del orden natural, y cuestionaba las imperfecciones de las instituciones humanas. El problema de seguir la conseja de Smith, radica en que en la naturaleza rige es la Ley del más fuerte (el grande se come al pequeño) y los humanos, hoy en día creemos en la igualdad social, lo que supone que nadie puede aprovechar sus habilidades naturales en perjuicio de los otros: sin embargo, el liberalismo propicia y promueve la ley de la selva; dicho en otras palabras, el salvajismo.
Las teorías que actualmente dominan lo relativo a la variación del precio al alza se encuentran en el grupo de las llamadas teorías del valor subjetivo. Las teorías del valor se han dividido globalmente en dos grandes grupos: objetivas (teorías del valor-trabajio; teorías del valor como costos de producción) y subjetivas (teoría marginalista; teoría monetarista de la inflación, entre otras). Las teorías objetivas sostienen que el valor está en las cosas, mientras que las subjetivas sostienen que el valor lo da el individuo.
Las teorías del valor subjetivo toman el valor de uso de los bienes y servicios, y lo incorporan al precio. El valor de uso se refiere a las características que tienen los bienes de consumo, y que hacen que el ser humano vea en ellas la posibilidad de satisfacer sus necesidades. En otras palabras, el valor de uso está determinado por la utilidad, o uso que las personas le dan a los bienes y servicios, con lo cual buscan satisfacer necesidades o deseos. Entendiendo entonces, que las personas percibimos las necesidades y deseos de forma distinta, nadie que sea partidario de una teoría subjetiva puede coherentemente decir que una cosa vale más que otra, salvo a título personal. Una mercancía no tiene “un” valor sino tantos valores como individuos. Siempre que se dice que una cosa vale más o menos que otra se está emitiendo un juicio subjetivo, es la apreciación de una persona en un momento y circunstancia particular. No solamente los individuos valoran de distintas maneras una misma cosa, sino que, además, pueden valorar diferente una misma cosa en distintos momentos y circunstancias. Es muy probable que un físico o un ingeniero valoren en forma muy distinta una calculadora científica que un abogado. Una misma persona seguramente valorará de manera diferente a un médico cuando está enferma que cuando está sana. En estas apreciaciones está la trampa de las teorías liberales dominantes, que sustentan la variación de los precios en alza. Veamos
Tanto en la teoría de utilidad marginal, que es la teoría del valor de Friedrich von Wieser, perteneciente a la escuela austríaca, como en la teoría neoclásica, el valor es una magnitud subjetiva que se mide por la estima que el público le da a un objeto. Por ello, la teoría neo-clásica supone que los precios no tienen por qué tener ninguna cercanía con los costos de producción.
La escasez relativa, sirve de base al análisis marginal, ya que eleva la percepción de necesidad de los bienes y servicios al generar temor de no poder satisfacer la necesidad; crea angustia en las personas y hasta desesperación. Sobre esta base surge el concepto de utilidad marginal, dependiente de la cantidad de bienes disponibles.
Estas teorías se ven retroalimentas con la famosa Ley de Oferta y Demanda, que no es más que otra teoría; y al igual que en las teorías antes vistas, el valor es una magnitud subjetiva que se mide por la estima que el público le da a un objeto; sólo que en este caso, a esta teoría se le identifica con la expresión “Ley” para que no haya discusión sobre su validez, y sirva de soporte a todas las teorías que avalen el valor subjetivo como justificación de la subida de los precios.
Aunque ya explicamos supra, someramente, cómo funciona la Ley de Oferta y Demanda, consideramos importante, profundizar un poco más en su funcionamiento, para su mejor comprensión.
El postulado de la Ley de oferta y demanda implica tres leyes:
I.- Cuando, al precio corriente, la demanda excede la oferta, el precio tiende a aumentar. Inversamente, cuando la oferta excede la demanda, el precio tiende a disminuir.
II.- Un aumento en el precio tiende, más tarde o más temprano, a disminuir la demanda y a aumentar la oferta. Inversamente, una disminución en el precio tiende, más tarde o más temprano, a aumentar la demanda y disminuir la oferta.
III: El precio tiende al nivel en el cual la demanda iguala la oferta
La primera Ley del postulado de la Ley de Oferta y Demanda, establece:
“Cuando, al precio corriente, la demanda excede la oferta, el precio tiende a aumentar. Inversamente, cuando la oferta excede la demanda, el precio tiende a disminuir.”
La pregunta necesaria en este punto es ¿qué ocasiona que los precios suban cuando la demanda supera a la oferta? La respuesta es simple: la voluntad del que presta el servicio u ofrece el bien. No existe otra razón. Hemos aceptado que eso sea así por más de 200 años sin siquiera cuestionar esa causa. Quizás por el hecho de que se haya establecido que eso corresponde a una “Ley” económica, se asumió entonces que estaba signada por la naturaleza o por la Divina Providencia y en consecuencia se ha aceptado así hasta el presente.
Veamos un poco más claro cómo opera esta Ley: cuando la demanda supera a la oferta. En este punto es importante recordar que el hecho de que el productor o comerciante sean propietarios de bienes y servicios necesarios para los consumidores, colocan a los primeros en una situación de ventaja sobre los segundos y cuando se produce una especie de escasez del bien o servicio demandado, esa escasez sitúa a los oferentes de bienes y servicios en una posición aún más ventajosa frente a los consumidores, quienes movidos por la necesidad y amenazados por la escasez se convierten en presas fáciles de la usura y la avaricia de los oferentes, que aprovechándose de la situación, aumentan a voluntad el precio de lo que ofrecen, hasta el punto máximo que mantenga la demanda suficiente, que le permita a los oferentes mantener márgenes de ganancias atractivos para ellos. En ese momento, se detiene el aumento y se estabiliza el precio en el punto máximo soportado por la demanda.
Fijémonos que en el caso planteado, la estabilización de los precios no obedeció a que la oferta alcanzó a la demanda, sino que el precio desestimuló la demanda; ocasionando que la mayoría de las personas se viesen imposibilitadas de adquirir el bien o servicio, y dejándole la posibilidad de adquisición a una pequeña élite económicamente aventajada.
Si los oferentes de bienes y servicios no incrementaran los precios o los obligasen a no hacerlo, tendrían que aumentar la producción de bienes y la oferta de servicios para cubrir la demanda, con lo cual, más personas podrían acceder al bien o servicio ofertado; el aparato productivo se dinamizaría y los oferentes ganarían más dinero producto de su trabajo y no del latrocinio. En tal sentido, el deber ser es que ante un incremento de la demanda que supere a la oferta, lo que debe subir es la producción y no el precio de los bienes y servicios. La excusa, para subir el precio, no puede ser la escasez que se produce por el aumento de la demanda, ni la dificultad que supone producir a la velocidad que la demanda impone; ya que lo que puede ocurrir, mientras la producción de bienes y servicios alcance a la demanda, es que algunas personas no podrán satisfacer esa necesidad porque sencillamente no se ha producido aún el bien o servicio para satisfacerla; no obstante, esa demanda insatisfecha siempre será un motivo para producir el bien o servicio demandado. Pero lo que debe ser señalado y eliminado es que las personas no puedan satisfacer su necesidad porque subieron el precio a tal punto que escapa del alcance del poder adquisitivo de la mayoría de los consumidores; basándose sólo en que la demanda superó a la oferta, sin más explicación que esa; con el agravante, que la parte del precio que más sube es la ganancia.
La segunda parte de esa primera ley del postulado, establece:
“cuando la oferta excede la demanda, el precio tiende a disminuir.”
Esto no requiere más explicación que la natural tendencia a garantizarse, por parte de los oferentes de bienes y servicios, un ingreso mínimo que les permita cubrir sus necesidades primordiales y continuar con sus respectivos negocios. En este supuesto, los oferentes no deciden qué hacer; se ven obligados por la circunstancia. Esta conclusión es importante recordarla, porque más adelante hablaremos de la ética y su influencia en la conducta humana y la sociedad, con lo cual entenderemos mejor lo que acabamos de explicar.
La demanda puede influir en la disminución de los precios pero nunca en su aumento, como acabamos de explicar.
La segunda ley del postulado establece:
“Un aumento en el precio tiende, más tarde o más temprano, a disminuir la demanda y a aumentar la oferta. Inversamente, una disminución en el precio tiende, más tarde o más temprano, a aumentar la demanda y disminuir la oferta.”
Como ya dijimos: aquí es obvio que no se refieren al precio sino a la ganancia contenida en el precio. Sin dudas que un aumento en el precio desestimula la demanda, pero la única razón por la que un aumento de precio estimule la oferta, es porque ese aumento contiene una mayor ganancia para el oferente; lo que significa que ese crecimiento del precio no obedece a un incremento en los costos de producción sino a un aumento discrecional del margen de ganancia. Visto así, esta ley es igual a la primera ley del postulado analizada supra, sólo que desde una perspectiva diferente. Pero en ambos supuestos, se refieren a incrementos de precios debido a la voluntad del oferente.
La tercera ley del postulado establece:
“El precio tiende al nivel en el cual la demanda iguala la oferta”.
Esta es la guinda que adorna ese gran sofisma que se llama Ley de Oferta y Demanda. En teoría, para que esta tercera ley se materialice, debemos estar en el marco de una competencia perfecta, lo cual nunca ha existido en la historia de la humanidad. Para que ese mercado pueda ser considerado de competencia perfecta tiene que mostrar, al menos, las siguientes características:
- Libre concurrencia. Ningún agente puede influir en el mercado. El número de compradores y vendedores es muy alto y las cantidades producidas o demandadas por cada uno de ellos son tan pequeñas en relación con el total que su influencia sobre los precios es inapreciable. (Ningún fabricante individual ni ningún comprador puede influir sobre el precio). Para que haya libre concurrencia es imprescindible la libertad de entrada y salida en las industrias, es decir, que no haya barreras que impidan a una empresa dedicarse a producir cualquier cosa. La expresión “industria” indica el conjunto de empresas que se dedican a producir el mismo bien.
Para que esta característica se de no deben existir monopolios, oligopolios, monopsonios ni oligopsonios.
La libre concurrencia en realidad es la excepción y no la regla. Algunos economistas sugieren que para estudiar el sistema económico capitalista habría que empezar analizando el monopolio, que es lo más habitual, y no la libre competencia. Tan es así, que los mercados de libre competencia son presentados como la meta a la que se debe tender. En tal sentido, las legislaciones nacionales y las normativas supranacionales se plantean como objetivo explícito el fomento de la libre competencia y la represión de las prácticas que la limitan.
- Homogeneidad del producto. Para que haya un mercado de competencia perfecta es necesario que el consumidor sea indiferente a comprar el producto de una empresa o de otra, por tanto los productos tienen que ser exactamente iguales; sólo así se hará realidad que si una empresa pusiera el precio por encima del establecido por el mercado, los consumidores dejarían de comprarlo. La homogeneidad debe incluir todas las condiciones de venta tales como garantías o financiación. En la realidad, como todos sabemos, las empresas tratan de diferenciar sus productos mediante campañas publicitarias, envases llamativos o pequeños cambios en el diseño o la composición, con la intención de inducir al comprador a inclinarse por una u otra “marca” aunque en términos reales es el mismo producto de cualquier otra marca. Para que esta condición sea realmente justa al consumidor, no debería permitirse diferenciación alguna, en productos cuyas características funcionales sean las mismas. Es decir, si algunos productos tienen la misma composición, sirven para lo mismo, y producen iguales efectos en el consumidor, no deberían ser diferentes en su presentación a menos que la presentación sea parte del gusto del consumidor para usar el producto, por ejemplo la forma de un vehículo; aun cuando mecánicamente puedan ser iguales su forma externa pudiera ser diferente, ya que ésta forma parte del gusto del consumidor.
- Información veraz y necesaria. En los mercados de competencia perfecta, los agentes económicos conocen los precios de todos los productos y factores, sus características y la existencia de posibles sustitutos. En el momento de decidir entre diferentes alternativas, los consumidores elegirán aquellas que maximicen su utilidad y los productores las que maximicen sus beneficios. Esto supone el acceso de los consumidores a toda la información relativa al producto que desea adquirir para que no haya equivocación entre sus expectativas y el bien o servicio que termine adquiriendo.
Como podemos evidenciar, la Ley de Oferta y Demanda, según sus teóricos, debe funcionar en unas condiciones “ideales” que nunca han existido, ni existirán en un sistema capitalista. En todo caso, si el mercado funcionase como lo acabamos de describir, lo que realmente ocurriría es que la Ley de Oferta y demanda no existiría; por lo menos, no como la conocemos hasta ahora.
La farsa de la oferta y la demanda, ya había sido develada por David Ricardo en su libro Principios de política económica e impositiva de 1817, en el capítulo “Influencia de la demanda y la oferta en el precio” :
“Por abundante que sea la demanda, nunca puede elevar permanentemente el precio de una mercancía sobre los gastos de su producción, incluyendo en ese gasto la ganancia de los productores. Parece natural por lo tanto buscar la causa de la variación del precio permanente en los gastos de producción. Disminúyase esos y (el precio de) la mercadería debe finalmente decaer, auméntense y seguramente subirán. ¿Qué tiene todo eso que ver con la demanda?”
Sobre la farsa de la oferta y la demanda, también se erige la teoría dominante de la inflación: la teoría monetarista. Uno de los defensores de esta teoría era el economista Milton Friedman, quien afirmaba que la inflación es siempre un fenómeno monetario. Según esta teoría un incremento en la masa monetaria empuja los precios al alza ¿Esto es así como por arte de magia? Veamos cómo funciona: Cuando se produce un incremento de la liquidez; vale decir, cuando se incorpora una masa extra de dinero en la sociedad, ésta se distribuye a sus habitantes, por distintos mecanismos. Al poseer más dinero, la tendencia de la gente es a incrementar su consumo, y al incrementarse la demanda sin que aumente la oferta, se produce una escasez de los productos más demandados, y es entonces que los consumidores, movidos por la necesidad y amenazados por la escasez se convierten en presas fáciles de la usura y la avaricia de los oferentes, que aprovechándose de la situación, aumentan a voluntad el precio de lo que ofrecen.
Conclusiones y propuestas
Como podemos ver, el capitalismo siempre se ha aprovechado de las necesidades humanas en tiempos de escasez, por la posición de dominio que otorga la propiedad de los bienes y servicios de consumo, lo cual no sería mayor problema si no se utilizara esa ventaja para expoliar a la mayoría de los congéneres a través de la manipulación perversa del precio.
Como ya dijimos, el precio no es más que el resultado de la suma de los costos de producción de los bienes y servicios más la ganancia del productor. Así sale el bien o el servicio al mercado, con un precio ya determinado. Cuando estudiamos las teorías utilitaristas o subjetivas, nos da la impresión que el precio de los bienes y servicios se los da el mercado y no el fabricante; es como si las cosas salieran al mercado sin precio y es el mercado quien se los coloca; y quienes avalan la teoría monetarista de la inflación, deben creer que el productor antes de sacar el bien o el servicio al mercado, llama al banco central para preguntar cómo está el nivel de liquidez, y luego, el productor sabe cuánto de esa liquidez corresponde a sus productos, y es entonces cuando fija el precio. Estas teorías absurdas se han mantenido en el tiempo por la forma en que el liberalismo diseñó el sistema educativo, como ya dijimos: un sistema educativo que se basa en la repetición y no en el análisis y la crítica
Estamos en una etapa de la historia universal donde se hace necesario revisar las teorías económicas y crear nuevas teorías en función del bienestar de la gran mayoría de los pobladores del planeta; pero para eso, lo primero que debemos hacer es volver a vincular la economía con la ética. Una economía sin ética es un instrumento para la exclusión, la guerra y por ende: la destrucción; como efectivamente está ocurriendo.
En el caso del precio, lo éticamente correcto es evitar que la escasez siga siendo utilizada como excusa para elevar los precios. Ya sabemos que los bienes materiales son finitos, y que un incremento repentino de la demanda, que llegue a superar la oferta, produciría una escasez; pero elevar los precios no es lo correcto; ni siquiera es lo lógico, ya que si la escasez la crea la demanda, lo lógico es incrementar la producción, lo cual no genera inflación ni siquiera por la vía de los costos marginales, que son aquellos que se conciben por un incremento en la producción; vale decir: cuando hay un incremento en la producción, más allá del promedio de producción corriente, se incrementan los costos de materia prima, personal, energía y algunos otros, pero esos costos se ven ampliamente compensados con la reducción de los costos fijo, producto de los volúmenes de ventas.
Otra forma de escasez se da cuando, manteniéndose la demanda, se produce una contracción de la oferta; pero para que esta contracción de la oferta impacte en los precios, debe ser el resultado de hechos que afecten la estructura de costos de los productores. De no ser así, tampoco se justifica la subida de los precios.
Cuando los precios suben, se saca a alguien del alcance de los bienes cuyo precio se elevó, y eso es una forma de escasez, pero es la más cruel, porque la persona puede ver el bien para satisfacer su necesidad pero no puede adquirirlo por el precio.
El Estado debe reconocer las estructuras de y aceptar un margen razonable de ganancia, pero nunca aceptar un incremento de precios que tenga como fundamento la escasez, por las razones que acabamos de esgrimir en este artículo.
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