Carolina Vásquez Araya
A pesar de que con el transcurrir de los años he perdido el interés por
esta festividad, la Navidad siempre me pareció una hermosa celebración
de familia y, mientras mi hija estuvo en casa, realicé los mayores
esfuerzos por hacer de esos momentos algo digno de recordar. Ahora ella
repite los ceremoniales de fin de año con sus propios hijos y estoy
segura de que en algún rincón de su mente revive las sensaciones de su
niñez. Esta experiencia no es única ni original, en millones de hogares
alrededor del mundo hay una familia reunida alrededor de un símbolo
navideño, aun cuando no profese religión alguna.
En Guatemala, un país en donde predomina el cristianismo, los ritos
alrededor de la fecha del nacimiento de Jesús son múltiples y variados.
Las casas se adornan profusamente con ristras de manzanilla, agujas de
pino, ramas de pinabete, musgo, patas de gallo y grandes puñados de
barbas de viejo para acolchonar los pesebres. Todo muy tradicional y muy
apreciado, hasta cuando nos ponemos a reflexionar sobre el nivel de
depredación implícito en esa bella decoración navideña.
El pinabete (Abis guatemalensis) es una especie endémica de Guatemala y
crece en las zonas montañosas, en donde prolifera la extracción de
madera, los incendios forestales (algunos provocados para extender los
campos de siembra) y el corte de los arbolitos durante los últimos meses
del año con vistas a venderlos como adorno para la Navidad. Cuando no
se corta el árbol sino solamente sus ramas, de todos modos el ejemplar
se degenera y al poco tiempo muere. Al efectuar esta operación justo en
época de producción de semillas, las perspectivas de conservación y
reproducción de ejemplares se ve seriamente afectada. Esta costumbre ha
obligado a las autoridades a declararlo en peligro de extinción.
Por su parte, las barbas de viejo (Tilandsia usneoides) una especie de
bromelia cuyo hábitat son las ramas de los árboles, preferentemente en
ambientes húmedos y temperados, también se ha convertido en símbolo de
esta temporada. Su uso como adorno durante las festividades decembrinas,
así como la pérdida de su hábitat por la incontrolable deforestación
que sufre Guatemala, la han colocado en la lista de especies en peligro
de extinción junto con las patas de gallo (Lonicera etrusca) y el musgo,
especie también en peligro, natural de las escasas áreas de bosque
nativo que aún quedan en el país.
Por eso es importante llamar la atención de la población para restringir
el uso de estas valiosas especies y de ese modo detener su acelerado
proceso de extinción. Para quienes profesan alguna fé, no importa cuál,
es oportuno recordarles que en toda doctrina espiritual el respeto por
la vida es la piedra sobre la cual se fundan sus principios y valores.
Entonces resulta incongruente mantener una tradición atentatoria contra
la existencia de especies cuya función, en este planeta tan agredido, es
proveer el sustento vital a un ecosistema del cual depende también la
supervivencia humana.
A la irresponsabilidad de quienes, a pesar de las prohibiciones de las
autoridades, insisten en cortar ramas de pinabete o arrancar las barbas
de viejo para comercializarlas en los mercados, se suma la ligereza de
quienes acuden a comprarlas aún a sabiendas de la ilegalidad de ese
comercio. Detener ese tráfico de especies en extinción es
responsabilidad de todos, porque la salvaguarda de nuestro entorno
natural no responde a exigencias arbitrarias, sino a medidas de
protección sustentadas científicamente y respaldadas por una legislación
ad hoc para sancionar a quienes las violen.
Una Navidad feliz no puede depender de la destrucción de un entorno privilegiado por su diversidad y belleza.
Periodista y analista política chilena, con más de 30 años de
experiencia. Radica en Guatemala. Su columna se publica desde 1993 en el
periódico más influyente de Guatemala y está centrada en derechos
humanos, justicia, ambiente, derechos de la niñez y violencia de género.
Visite su bitácora en: https://carolinavasquezaraya.com
elquintopatio@gmail.com @carvasar
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