En
Venezuela, antes de Chávez, la derecha no existía. Existían los
socialdemócratas, los socialcristianos, los evangélicos, los
librepensadores y la izquierda “come niños” que nos instauró en el
cerebro la propaganda imperialista, la izquierda que nunca se ocultó.
Nos “representaban” dos diputados cuando mucho en el parlamento en el
que gobernaron a su antojo los verdes y los blancos por cuarenta años,
la famosa guanábana. La derecha venezolana siempre fue escurridiza,
camaleónica, camuflada, cobarde. Ni derecha quisieron ser. Así
estuvieron décadas fingiendo demencia. Con gente como Carlos Andrés
Pérez que se barnizaba de justo y se hizo uña y sucio de gentecita como
Felipe González y una ristra de impresentables de todo tipo que se
ampararon con el prefijo “social”, algunos por vergüenza y otros a
conciencia.
Como la mentira tiene piernas cortas y cuando Chávez dijo con esa voz inolvidable que “todo el poder es para el pueblo”, la diferencia entre lo que ellos nunca dijeron ser y lo que verdaderamente son quedó al descubierto, cuando el petróleo dejó de ser gringo para ser nuestro, cuando se les vio el bojote, pues, quedaron desnudos en su egoísmo. Quien los quiere es porque los quiere como son. Con su doble cara, con su insensibilidad, con sus mentiras, con su conservadurismo, con su fascismo soterrado y maldito.
Esa gentecita que es la misma aquí o en Siria, o en México o en Colombia, es la misma gentecita que trató de detener con violencia gorila a Delcy Rodríguez, la canciller de la República Bolivariana de Venezuela, en Argentina. Tres hombres: un paraguayo, un uruguayo y un brasilero y una mujer argentina, al igual que lo hicieron en Venezuela en el Palacio de Miraflores en abril de 2002, vieron al pueblo de Cristina y Néstor desde las ventanas, desde las cortinas. Esa misma gentecita no quiso enfrentarla no porque creyeran que tienen razón o por vergüenza, sino por cobardes. Son los mismos cobardes que disparan contra niños y niñas en Palestina, pero con drones asesinos. Son los mismos que mantienen encarcelada a la diputada Milagro Salas, son los mismos que asesinaron a Berta Cáceres, son los mismos que asesinan a los negros en Estados Unidos, son los mismos que rechazan a los refugiados en Europa, son los mismos que sacaron del poder a Dilma con su leguleyada y con su insolencia corrupta.
Los mismos que intentan detener a la diplomacia bolivariana intentan derrocar a Maduro con los mismos argumentos clasistas amparados por poder del capital internacional. La guerra contra Venezuela aún no es con bombas porque no han podido con nuestra fuerza moral, porque no han podido contra los poderosos argumentos de nuestra diplomacia.
Lo sucedido con nuestra moneda no está divorciado de la violencia contra nuestra canciller. No se pueden divorciar los hechos porque todos apuntan al mismo objetivo: derrocar a Maduro y, en consecuencia, a la Revolución Bolivariana. La indignación en esta guerra no puede ser selectiva. Sigamos.
mechacin@gmail.com
@mercedeschacin
Como la mentira tiene piernas cortas y cuando Chávez dijo con esa voz inolvidable que “todo el poder es para el pueblo”, la diferencia entre lo que ellos nunca dijeron ser y lo que verdaderamente son quedó al descubierto, cuando el petróleo dejó de ser gringo para ser nuestro, cuando se les vio el bojote, pues, quedaron desnudos en su egoísmo. Quien los quiere es porque los quiere como son. Con su doble cara, con su insensibilidad, con sus mentiras, con su conservadurismo, con su fascismo soterrado y maldito.
Esa gentecita que es la misma aquí o en Siria, o en México o en Colombia, es la misma gentecita que trató de detener con violencia gorila a Delcy Rodríguez, la canciller de la República Bolivariana de Venezuela, en Argentina. Tres hombres: un paraguayo, un uruguayo y un brasilero y una mujer argentina, al igual que lo hicieron en Venezuela en el Palacio de Miraflores en abril de 2002, vieron al pueblo de Cristina y Néstor desde las ventanas, desde las cortinas. Esa misma gentecita no quiso enfrentarla no porque creyeran que tienen razón o por vergüenza, sino por cobardes. Son los mismos cobardes que disparan contra niños y niñas en Palestina, pero con drones asesinos. Son los mismos que mantienen encarcelada a la diputada Milagro Salas, son los mismos que asesinaron a Berta Cáceres, son los mismos que asesinan a los negros en Estados Unidos, son los mismos que rechazan a los refugiados en Europa, son los mismos que sacaron del poder a Dilma con su leguleyada y con su insolencia corrupta.
Los mismos que intentan detener a la diplomacia bolivariana intentan derrocar a Maduro con los mismos argumentos clasistas amparados por poder del capital internacional. La guerra contra Venezuela aún no es con bombas porque no han podido con nuestra fuerza moral, porque no han podido contra los poderosos argumentos de nuestra diplomacia.
Lo sucedido con nuestra moneda no está divorciado de la violencia contra nuestra canciller. No se pueden divorciar los hechos porque todos apuntan al mismo objetivo: derrocar a Maduro y, en consecuencia, a la Revolución Bolivariana. La indignación en esta guerra no puede ser selectiva. Sigamos.
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