viernes, 26 de agosto de 2016

Mi niña con alas de colores

Carola Chávez

Dani4


Hace trece años la desperté y le puse la batica a cuadros que se estaban poniendo esa mañana la todos los niños de su edad. Tenía tres años y mucho sueño. ¡Es tu primer día de cole! –le dije con una sonrisa temblorosa y un nudo en la garganta. Ella me miraba sin saber si alegrarse, sin saber qué esperar. Le esperaban años y años de colegio que se fueron volando.
Esa mañana se me hizo eterna. Caminaba por la calle sin la mano de mi niña tomando la mía, me faltaba su manita, me faltaba su manera de llenar mi tiempo, entonces el tiempo sin ella era soledad.
A la hora de la salida, yo fui el primer chicharrón. La maestra me la trajo con una sentencia: ¡Tu hija es una salvaje! Mi pequeña salvaje había pasado el día orbitando por un salón donde se hablaba un idioma extraño y la maestra no entendía que ella no pudiera entender.
¿Cómo te fue en el cole? –Silencio. Pasó muchos días sin querer hablar del tema. ¿Cómo te fue el el cole? – insistía en preguntarle, hasta que un día me respondió desde el fondo de su alma: “Patal”. Le iba fatal. Pensé que era una cuestión de adaptación y me propuse darle tiempo. Pensando que algo, aunque fuera una cosita, tenía que gustarle, le pregunté otro día: ¿Qué es lo que más te gusta del cole? Su respuesta fue inmediata: “Cuando me vienes a buscar”. “Un pajarito viene siempre a saludarme en la ventana y luego va a volar por el cielo” –Me contó una vez mi pajarito enjaulado. “Los conejos pueden ser de muchos colores” –Ese día tuvo que colorear un conejo obligatoriamente marrón. El cole no es para niños artistas, supimos. Entonces puse en su bolso creyones de contrabando para que pintara conejos color “comomedalagana”. Así fue cómo empezamos a contrabandear ideas. Empezó el proceso de resistencia al convencionalismo, el desaprendizaje, la defensa de su esencia. Ella iba armada con su libreta de dibujo. Ese ha sido su escudo y su remanso.
Dibujando contra viento y marea, llegó al bachillerato y lo pasó liso. Entre mil bocetos, las tres Marías fueron pan comido, sin angustias, sin desvelos… y yo que las había sufrido tanto. Mi niña fluía de un modo que hasta el agua le envidiaría. Mi niña de mirada siempre asombrada termina hoy el cole y el mundo, con todos sus colores, la espera para que lo pinte tal como su ojos asombrados lo quieran mirar.

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