sábado, 2 de abril de 2016

Incorregibles de pie

Carola Chávez

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Argentina, la de los amigotes entrañables, los compañeros incorregibles, irreductibles. Veinte años no es nada, cuarenta tampoco, la memoria sigue viva, la dignidad intacta.
A esa Argentina querida llegó Obama, justo a tiempo para el Día de la Memoria, con su reiterado discursito que invita a la amnesia. Lo recibe un presidente con ojitos de ratón que lo mira desde abajo porque está de rodillas. Le habla en inglés a su jefe y en spanglish a los medios, para que quede claro dónde está el corazón que no tiene.
Argento-mayameros ondeaban su severo complejo de inferioridad con banderas de barras y estrellas atadas al cuello a modo de capa de Superman, esperando ver pasar al único negro que les parece cool. En la plaza, un incorregible vestido de celeste y blanco le grita a La Bestia: ¡Esta Plaza es del General!
Felicitó Obama a su mascota porque en tan solo 100 días había hecho muy felices a los inversionistas gringos, “Estoy impresionado” -dijo-. Los ojitos de roedor brillaban, quizá hasta con una lagrimita, porque no es cualquier cosa el reconocimiento que le hacía Darth Vader. No es cualquier cosa haber entregado a un país con tanta celeridad y tan poco disimulo como lo ha hecho Mauricio. Eso hay que reconocerlo.
Michelle Obama, creyendo que estaba en la villa de Speddy González y no en la tierra de Evita, Soltó un discurso envasado sobre el empoderamiento de la mujer: “Necesitamos que se contraten más mujeres en las empresas y que desbanquen el mito de que la ciencia y las matemáticas son solo para hombres, necesitamos que sean líderes en la Casa Rosada y el Congreso”. Las palabras de la Primera Dama arrancaron lágrimas a la Segunda Dama, Juliana Awada, que lo que necesita es mano de obra esclava.
Mientras políticos y faranduleros, a modo de mira mirita cara de papita, agradecían por Twitter el honor de haber sido invitados cenar con Obama, la abuela Estela Carlotto rechazó acercarse al premio Nobel del genocidio.
La dignidad incomoda. Más que incomodar, jode, porque nadie puede arrastrase sin parecer un gusano mientras haya quienes insistan en permanecer de pie.
Hoy, mientras escribo, mis compañeros argentinos, militantes de la dignidad, colman la calles recordándole al mundo que no pudieron con ellos, que no van a poder y que sepan todos  que ¡vamos a volver!

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