miércoles, 25 de noviembre de 2015

Macri ganó, y no está bien

Macri ganó, y no está bien

Marcos Salgado
Nadie sabía realmente qué sucedería el domingo 22 en Argentina. Y el resultado final del balotaje presidencial confirmó el interrogante previo: Mauricio Macri será el próximo presidente de la Argentina al ganar por una diferencia del 2,80%, apenas unos 700 mil votos entre los casi 26 millones que concurrieron a las urnas.
Una elección apretada. Como nunca había sucedido en la historia republicana de la Argentina, los comicios del 22N llevarán a un representante de la derecha no peronista por primera vez al “sillón de Rivadavia”, tal como se conoce en Argentina a la silla presidencial, uno de los símbolos vernáculos del poder.
Así, el próximo diez de diciembre la presidenta saliente, Cristina Fernández, le colocará la banda presidencial a Mauricio Macri. Culminarán así doce años de gobierno de los Kirchner. Cuatro de Néstor Kirchner primero, y ocho de su esposa y compañera, Cristina, después.
Nunca hubo en la historia democrática de la Argentina una hegemonía política tan extendida como la de los Kirchner. Hegemonía conquistada con políticas de Estado que nunca se habían visto en 70 años de accidentada política argentina. La asignación familiar por hijo, por caso, se dibuja como el principal hito de redistribución de la renta en el rico país del sur.
Y parece que los beneficiarios de los planes de asistencia social lo agradecen. Los datos oficiales provisorios de la elección de este domingo pueden consultarse on line y arrojan resultados reveladores: Scioli se impuso por entre 15 y hasta 20 puntos o más en los distritos del Gran Buenos Aires (las ciudades populares que rodean a la Capital Federal) donde se concentran los trabajadores asalariados de menor remuneración.
Pero esa ventaja no le alcanzó a Scioli para llegar a la Presidencia. ¿Por qué? Hay que anotar dos motivos. Uno, la extraordinaria elección de Macri en la provincia de Córdoba (centro del país). Allí el presidente electo obtuvo el 70 por ciento de los sufragios y una diferencia de más de 900 mil votos. Más que la diferencia total nacional (poco más de 700 mil).
Y Scioli no compensó esa diferencia en su terruño. En el total de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más grande del país que gobernó por dos períodos, Scioli se impuso, pero por poco: apenas 200 mil votos arriba. Así, se volvió a cumplir uno de los dos maleficios de la política argentina: gobernador de la provincia de Buenos Aires no llega a Presidente.
El otro maleficio está por verse. Y es que nunca en la historia democrática de la Argentina un presidente no peronista pudo completar su mandato. Y Macri no la tiene fácil. Por lo pronto, al menos hasta 2017 tendrá el Congreso en contra. El parlamento bicameral de Argentina se compone de dos cámaras: en la de Diputados, el kirchnerismo tiene mayoría simple y en Senadores cuenta con mayoría calificada. Así, si lo quisiera, el oficialismo ahora y desde diciembre en la oposición podría trabar toda la agenda parlamentaria del nuevo gobierno.
Pero más allá de los maleficios, lo cierto es que la Argentina (de la mano de una mayoría, es verdad, apretada) giró a la derecha. Las causas de este giro inesperado son múltiples. Entre las primeras, hay que anotar una eficaz campaña del candidato Macri, que supo velar su agenda política detrás de varias consignas efectistas, resumidas en una: El Cambio. Ya desde el mismo nombre de la alianza que encabezó “Cambiemos”, Macri supo sostener un discurso lleno de consignas de colores tan vivos como pretendidamente desideologizados.
En su primera rueda de prensa como presidente electo, el empresario millonario eludió definiciones de fondo, y pidió tiempo para asumir el gobierno. Analistas críticos aseguran que esto es así sencillamente porque Macri no puede admitir (al menos por ahora) a qué llegó a la Casa Rosada. Denuncian que lo que está detrás del discurso edulcorado del candidato ganador es el regreso del dominio del capital financiero a la suculenta economía argentina.
La primera medida anunciada, aunque también ahora eludida por el presidente electo, es la libre flotación de la cotización del dólar. Medida que -es de manual- beneficia a los que tienen acceso a divisas (el capital financiero y los exportadores), mientras pauperiza a los que cobran y viven en moneda local.
También el próximo Presidente de la Argentina tienen en agenda -pero no lo dice- un nuevo ciclo de endeudamiento con los organismos internacionales de crédito, lo que dará por tierra con la política de Néstor y Cristina Kirchner de terminar con la deuda externa de una manera tan eficaz como controversial: pagándola.
Así, en el panorama inmediato fulgura una luz de alerta: los argentinos y las argentinas podrían perder más temprano que tarde los logros obtenidos por un gobierno que -más que ningún otro en siete décadas- intentó desandar algunas inequidades.
¿Entonces por una estrecha mayoría el pueblo argentino se autopropinó un gobierno en contra? Sí. Aquí postulamos que sí, pero en esa suerte de suicidio colectivo hubo ayuda. Una, el candidato. Decidir que un no kirchnerista como Daniel Scioli fuera quien defendiera en las urnas electorales los logros de los tres gobiernos de los Kirchner se dibuja como un error de fondo central.
El otro error fue subestimar a la derecha, a sus afilados y cínicos propagandistas, a sus medios tan experimentados como eficaces. Hasta el desenlace de la primera vuelta ningún abanderado del kirchnerismo ubicó como una prioridad defender lo hecho, plantear nuevos objetivos, explicar cómo se desarrollarían nuevas políticas públicas para avanzar más allá de lo conquistado. El candidato Scioli no lo hizo, preocupado como estaba por perfilarse con imagen propia en la Casa Rosada. Mientras tanto, el kirchnerismo se encerraba en una burbuja, creyendo que con lo hecho, que es mucho, bastaba para convencer a las mayorías necesarias para el triunfo electoral. No fue así.
Algo está claro: la imagen que viene el inmediato diez de diciembre, la de Cristina Fernández colocando la banda presidencial a Mauricio Macri, no se ajustará, para nada, a la realidad de los últimos doce años de la Argentina.

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