Carlos Aznárez*
Ganó Mauricio Macri, por poco pero ganó, y eso es lo que cuenta en estas contiendas tramposas del balotaje.

Los apoyos recibidos en esta instancia por el macrismo aparecen como expresiones coyunturales que tienen dos variantes bien definidas.La primera y más peligrosa, es la de aquellos nostálgicos de las políticas económicas privatistas y neo liberales de los 90, e incluso adherentes a consignas muy parecidas a las que se oyeran en recientes manifestaciones de la derecha brasileña, en lo que hace a reivindicar a los militares de la pasada dictadura. Son generalmente votantes de clase media y media alta, eternos “admiradores” de las burguesías pro-norteamericana y amiga de las trasnacionales europeas, gente que posee un nivel de revanchismo, resentimiento y xenofobia muy parecido al que expresan los gusanos cubanos de Miami o los escuálidos venezolanos. Sólo basta con leer los improperios soeces que esos “ciudadanos” escriben en los foros de las redes sociales.
El otro caudal de adhesiones al presidente electo proviene del rechazo -también conservador- al kirchnerismo, que: a) no obstante representar a un modelo de mayor inclusión para los sectores populares, no apostó en la distribución plena de la riqueza; y b) si bien está indudablemente ligado en política exterior a gobiernos de matriz progresista, a la vez se definió como un obstinado defensor del modelo capitalista y sus multinacionales, y por lo mismo, no partidario de los necesarios avances hacia el socialismo que exige la coyuntura internacional en que el imperialismo avanza a la vez en varios continentes.
Precisamente
la tibieza, falta de voluntad política y cortedad de miras a nivel
ideológico, expuestas durante este período K que ahora finaliza, así
como la soberbia y el tajante rechazo a admitir críticas
producidas desde el mismo campo popular, más la ausencia de democracia
interna que llevó a que cada candidato se eligiera a dedo y por ende
muchos de los designados fueron masivamente rechazados en el cuarto
oscuro, son algunos de los elementos donde hay que buscar algunas -no
todas, por supuesto- de las causas de este triunfo de la
derecha macrista.
Pero más
allá de razones internas y externas, lo cierto es que de nada sirve
ahora llorar sobre la leche derramada. La nueva era de una derecha
ligada muy íntimamente al avance imperial sobre el continente ya está
presente entre nosotros y con ello se acelerarán ataques a diversos
avances conquistados, con lucha, por los sectores populares. Todos ellos
son importantes, como ser los que incidirán directamente en el bolsillo
de los trabajadores y trabajadoras de este país, acostumbrados
a discutir sus salarios en paritarias, sobre las que el nuevo gobierno
tratará de embestir de la mano de las patronales ligadas a los grupos
privados, la mayoría de ellos de raíz multinacional. En ese mismo
andarivel, la devaluación ya anunciada e hipócritamente negada en la
campaña electoral, será un factor decisivo para que la canasta familiar
toque las nubes. También serán atacados por esta nueva vuelta de tuerca
de la avanzada neoliberal, los trabajadores estatales, notoriamente
maltratados durante el gobierno kirchnerista, y seguramente puestos en
la lista de la estrategia de achicar el Estado que figura en los
programas del macrismo.
Otro
factor sobre el que ya, sin siquiera asumir el mandato, el presidente
electo ha apuntado sus cañones, es sobre la política de derechos humanos
del actual gobierno, que podrá tener fallas y carencias (sobre todo en
lo que hace a los derechos humanos del presente, vinculados al accionar
impune de las policías y otros agentes de seguridad contra los más
pobres) pero que indudablemente tuvo aciertos y fortaleza suficiente
para llevar a la cárcel a algunos de los genocidas de la última
dictadura militar. El macrismo y sus adláteres han ido forjando una
promesa de terminar con los juicios a los militares y civiles del golpe
del 76 y, con la excusa de la “reconciliación”, devolverles la libertad.
Frente a esta instancia involucionista (acicateada por los medios
corporativos, como es el caso del matutino La Nación, en su editorial
del lunes 23-11-2015), es necesario que las diversas organizaciones del
campo popular, más allá de si votaron contra Macri o en blanco, cierren
filas junto a las organizaciones de derechos humanos para construir un
muro que derrota a la impunidad que se anuncia.
Pero hay
un rubro que define claramente por dónde quiere proyectarse el gobierno
que asumirá su cargo el 10 de diciembre próximo, y es el de la política
exterior. Una y otra vez, Macri ha amenazado a la Revolución Bolivariana
con sus dichos y sus advertencias de accionar inmediato. Con mentalidad
de amanuense del gendarme mundial con sede en Washington, repite una y
otra vez que quiere lograr la expulsión de Venezuela del Mercosur, que
perseguirá “hasta las últimas instancias” a la “dictadura encabezada por
Maduro” y que presionará internacionalmente para lograr la libertad del
golpista Leopoldo López y del alcalde derechista Antonio Ledezma.
(Macri junto a las esposas de ambos lo denominan “presos políticos”).
La
intención en este caso es de tal peligrosidad que merece suma atención
para contrarrestarla. Macri, amigo carnal de los Estados Unidos y de
Israel, del paramilitar Alvaro Uribe, del fascista español Jose Maria
Aznarequiere extirpar la influencia que Venezuela irradia sobre los
movimientos populares en Latinoamérica, y usará toda la fuerza de su
nuevo cargo para lograrlo. Con esa misma tesitura, y en este caso
para congraciarse con el lobby sionista mundial, ya ha prometido derogar
el Memoradum de entendimiento con Irán.
Frente a cada una de estas amenazas, como
también para ejercer la autodefensa ante cualquier otro intento de
recortar libertades, desatar campañas xenófobas, generar climas para que
avancen políticas sectarias y macartistas, o para que el país no se
convierta en un espejo de lo que plantea el funcionario norteamericano
John Kerry cuando habla de “militarizar la política y las sociedades
para enfrentar a los enemigos de Occidente”, hace falta que el amplísimo
arco del campo popular termine con su fragmentación. Que la gravedad de
lo que implica la institucionalización de la derecha más reaccionaria
genere una respuesta unificada. Que se abandonen las mezquindades y las
pequeñas islas para ir gestando poco a poco lo que no viene siendo
posible realizar desde la “restauración democrática” en 1983.
No es un tiempo de gestos mediocres,
para eso ya están los de los gobernantes que soportan nuestros pueblos.
Es hora de que, reivindicando las enseñanzas de Evita, del Che, de Hugo
Chávez y tantos otros patriotas latinoamericanos y caribeños, se
consolide la unidad popular que hace falta para que esa mitad del país
que no votó a Macri se convierta en el semillero de una profunda
resistencia que frene a los que vienen por todo y contra todos, aunque
intenten disimular su voracidad con globitos y gestos circenses.
*Director de Resumen Latinoamericano
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