Por Amaury González V.
Desde hace algunos meses un grupo de intelectuales y académicos viene debatiendo sobre un supuesto “fin del ciclo progresista” en América Latina, y debo decir en primer lugar que considero altamente positiva una discusión de carácter continental que asume la visión de los ciclos para referirse a procesos y períodos históricos complejos, luego de que en nuestra historia reciente algunos eufóricos del neoliberalismo postularan un supuesto fin de la historia como punto de llegada civilizatorio, visto desde la clásica linealidad de la modernidad.
Al adoptarse una visión cíclica para referirse a un período “progresista”, se legitima la presencia de un movimiento histórico en el que las luchas políticas están a la orden del día y, asumida por izquierdas y derechas, queda fuera de discusión que nuestras sociedades despertaron y que los pueblos del mundo siguen marcando la pauta de una historia mundial que, ciertamente, ha cambiado sensiblemente en los últimos quince años. En lo personal, cuando escuché sobre un ciclo progresista que había llegado a su fin en Nuestra América, lo primero que recordé fue la teoría de los ciclos económicos de N. Kondratieff.
Revisando en la red sobre el tema, encontré diversos materiales que hablan del economista ruso como un respetado pensador cuya fama se ha incrementó a lo largo del siglo XX a medida que el paso del tiempo convalidaba su planteamiento de las “ondas largas”, según la cual el mundo se ha venido desplazando desde una primavera económica, luego de la cual tuvo su verano y su otoño, hasta llegar a nuestra época, en la cual se vendría la estación que falta: el invierno. Y antes de discurrir sobre el tema del FCP, me pareció pertinente recordar la teoría del ruso, solo para dejar sentada la idea según la cual en nuestro mundo de hoy, interconectado e interdependiente como en ninguna época anterior, los movimientos y azares de la geoestrategia y la geopolítica global resultan cada vez más centrales para comprender nuestras realidades regionales y locales.
De ahí, la necesidad de pensar globalmente y actual localmente, como han dicho diversos autores. Y si hacemos lo primero y ensayamos un análisis del contexto económico mundial, lo primero que ocurre es que el discurso del supuesto final del ciclo progresista en Latinoamérica se pone en perspectiva, cuando no se desdibuja. En otras palabras, las dificultades que plantea, por ejemplo en Venezuela, el bajón vertiginoso de los precios del petróleo, no tiene que ser visto como el final del progresismo. Más aún, podría verse como el comienzo de un ciclo revolucionario, así sea porque plantea la necesidad de una revolución industrial urgente, si se nos permite la distinción.
Ahora, empecemos por decir que indistintamente del debate sobre si hay o no un fin del progresismo en la región, los signos del cambio de época son indiscutibles y claros. El mundo que se viene delineando en el nuevo siglo es efectivamente muy diferente al que teníamos a finales de los noventa. Hace algunas semanas, Ángel Guerra Cabrera esbozó algunas líneas del nuevo entorno que se configura frente a nosotros y, en gran medida, desde nosotros. Como ha reiterado Rafael Correa con su juego de palabras, no se trataba de una mera “época de cambios” sino de un “cambio de época”. Niveles de integración sin precedentes con el nacimiento del Alba, la Celac y la Unasur; la inminente Paz en Colombia luego de décadas de guerra civil, con la sensación de anacronismo atravesada; la retirada del primer plano político de Fidel Castro y el histórico restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y la visita del “revolucionario” Papa latinoamericano a la región ―particularmente su gira por Cuba y Estados Unidos―, son todos hechos que no carecen de elocuencia y que nos hablan de una nueva realidad. Mencionemos también al presidente negro, que con todo y el derrumbe de las expectativas no deja de de ser un signo de esta “nueva era”.
Sobre este último, ya se olía desde la época de su primera campaña, y a pesar de las lágrimas de emoción del reverendo Jesse Jackson, que lo que estábamos viendo con el lanzamiento de Barack Obama al ruedo era una de las más grandes operaciones de marketing político diseñadas en esta “civilización el espectáculo”. Obama no era Malcolm X pero tampoco Colin Powell, se decía en aquel entonces en medio del optimismo que despertaba el negro y además demócrata, Barack Hussein Obama. En tal sentido, hablamos de marketing porque la actual estrategia de las oligarquías del continente para dar al traste y revertir las conquistas populares de los últimos años, consiste en combinar renovadas estrategias de marketing con diversas formas de sabotaje económico y guerras mediáticas, adaptadas a la realidad de cada país de la región.
Así, estas operaciones, como bien lo hemos constatado en Venezuela, pretenden aprovechar el nuevo espíritu de la época la naciente para desdibujar los contornos del “Kairós transformacional”.
¿Fin del ciclo progresista? ...
Desde hace algunos meses un grupo de intelectuales y académicos viene debatiendo sobre un supuesto “fin del ciclo progresista” en América Latina, y debo decir en primer lugar que considero altamente positiva una discusión de carácter continental que asume la visión de los ciclos para referirse a procesos y períodos históricos complejos, luego de que en nuestra historia reciente algunos eufóricos del neoliberalismo postularan un supuesto fin de la historia como punto de llegada civilizatorio, visto desde la clásica linealidad de la modernidad.
Al adoptarse una visión cíclica para referirse a un período “progresista”, se legitima la presencia de un movimiento histórico en el que las luchas políticas están a la orden del día y, asumida por izquierdas y derechas, queda fuera de discusión que nuestras sociedades despertaron y que los pueblos del mundo siguen marcando la pauta de una historia mundial que, ciertamente, ha cambiado sensiblemente en los últimos quince años. En lo personal, cuando escuché sobre un ciclo progresista que había llegado a su fin en Nuestra América, lo primero que recordé fue la teoría de los ciclos económicos de N. Kondratieff.
Revisando en la red sobre el tema, encontré diversos materiales que hablan del economista ruso como un respetado pensador cuya fama se ha incrementó a lo largo del siglo XX a medida que el paso del tiempo convalidaba su planteamiento de las “ondas largas”, según la cual el mundo se ha venido desplazando desde una primavera económica, luego de la cual tuvo su verano y su otoño, hasta llegar a nuestra época, en la cual se vendría la estación que falta: el invierno. Y antes de discurrir sobre el tema del FCP, me pareció pertinente recordar la teoría del ruso, solo para dejar sentada la idea según la cual en nuestro mundo de hoy, interconectado e interdependiente como en ninguna época anterior, los movimientos y azares de la geoestrategia y la geopolítica global resultan cada vez más centrales para comprender nuestras realidades regionales y locales.
De ahí, la necesidad de pensar globalmente y actual localmente, como han dicho diversos autores. Y si hacemos lo primero y ensayamos un análisis del contexto económico mundial, lo primero que ocurre es que el discurso del supuesto final del ciclo progresista en Latinoamérica se pone en perspectiva, cuando no se desdibuja. En otras palabras, las dificultades que plantea, por ejemplo en Venezuela, el bajón vertiginoso de los precios del petróleo, no tiene que ser visto como el final del progresismo. Más aún, podría verse como el comienzo de un ciclo revolucionario, así sea porque plantea la necesidad de una revolución industrial urgente, si se nos permite la distinción.
Ahora, empecemos por decir que indistintamente del debate sobre si hay o no un fin del progresismo en la región, los signos del cambio de época son indiscutibles y claros. El mundo que se viene delineando en el nuevo siglo es efectivamente muy diferente al que teníamos a finales de los noventa. Hace algunas semanas, Ángel Guerra Cabrera esbozó algunas líneas del nuevo entorno que se configura frente a nosotros y, en gran medida, desde nosotros. Como ha reiterado Rafael Correa con su juego de palabras, no se trataba de una mera “época de cambios” sino de un “cambio de época”. Niveles de integración sin precedentes con el nacimiento del Alba, la Celac y la Unasur; la inminente Paz en Colombia luego de décadas de guerra civil, con la sensación de anacronismo atravesada; la retirada del primer plano político de Fidel Castro y el histórico restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y la visita del “revolucionario” Papa latinoamericano a la región ―particularmente su gira por Cuba y Estados Unidos―, son todos hechos que no carecen de elocuencia y que nos hablan de una nueva realidad. Mencionemos también al presidente negro, que con todo y el derrumbe de las expectativas no deja de de ser un signo de esta “nueva era”.
Sobre este último, ya se olía desde la época de su primera campaña, y a pesar de las lágrimas de emoción del reverendo Jesse Jackson, que lo que estábamos viendo con el lanzamiento de Barack Obama al ruedo era una de las más grandes operaciones de marketing político diseñadas en esta “civilización el espectáculo”. Obama no era Malcolm X pero tampoco Colin Powell, se decía en aquel entonces en medio del optimismo que despertaba el negro y además demócrata, Barack Hussein Obama. En tal sentido, hablamos de marketing porque la actual estrategia de las oligarquías del continente para dar al traste y revertir las conquistas populares de los últimos años, consiste en combinar renovadas estrategias de marketing con diversas formas de sabotaje económico y guerras mediáticas, adaptadas a la realidad de cada país de la región.
Así, estas operaciones, como bien lo hemos constatado en Venezuela, pretenden aprovechar el nuevo espíritu de la época la naciente para desdibujar los contornos del “Kairós transformacional”.
¿Fin del ciclo progresista? ...
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