Giordana García Sojo
Ilustración: Comando Creativo
Escribir sobre Chávez no deja de ser una provocación a la hondura afectiva, incluso a la cursilería bien plantada, sí, dicen que soy cursi… Y si es su cumpleaños la cosa se pone como de sancocho y de río grande. Si somos cursis por juntarnos a celebrar a un hombre como Chávez, si somos cursis por cantarle cumpleaños y sentirlo vivo y andando cerquita, si es así, es porque no nos da vergüenza bañarnos en esa especie de afinidad emotiva y casi mística que es el chavismo.
No exagero cuando hablo de mística, y tampoco me refiero solamente a las velas que doñas, dones y chamxs le colocan en más de un altar casero al Comandante (que la llama no cese). Me refiero a ese despertar de fe en el ser humano que nos dejara el hombre, esta certeza que nace de la construcción colectiva de relatos propios y de nuevos sentidos para la historia que nos conforma. Volver a creer en nosotros y nosotras desde el amor al otro y la otra, conjurar el bombardeo de egoísmos y visiones mezquinas del afecto humano que nos endilgara la industria cultural occidental, consolidar la identidad de lo que somos en el reconocimiento de los que fueron antes y de lo que somos capaces de ser, esa potencia de entendernos a través del brillo de la humanidad de un pueblo, eso es el chavismo. Reconocernos pueblo, llenar de sentidos lo que fue vaciado por siglos de godarria, puntofijismo y decadentismo humanista. Volver a lo humano. Lo humano no como humanismo superior y todopoderoso, lo humano como agente de la posibilidad de transformación y creatividad permanente. ¡Mi amor humano! como lo cantara Lorca.
Si no se siente no se entiende, eso lo sabía Robinson y lo sabe el Pentágono. Chávez lo actualizó en clave popular y lo convirtió en la estrategia mayor del estadista: hablar y actuar como pueblo, aceitar en un mismo carácter esa mezcla sensible de gestas, saberes e intuiciones que conforman nuestra identidad diversa. Nos reconocimos en él. Nos reconocimos así en nosotros y nosotras. Y se hizo patente y visible que no había relato muerto, que lo que había y hay es una encarnecida disputa de visiones de mundo, de sentidos de la realidad, de clases. Chávez ayudó a unir lo que por décadas estuvo fragmentado a punta de golpes de traición y asesinato. Recobramos el gusto por la lucha justa, la actitud creativa que avanza hacia un bien común. Eso es chavismo: mística, deseo, plan de acción y política.
En constante movimiento vital, el chavismo abreva de las gestas de independencia bolivarianas y boveras, brega por la soberanía patria y por la subversión libertaria, recoge experiencias autonomistas, visiones telúricas indígenas y alguna que otra afición estetizante de la clase media occidental. Esa capacidad heterogénea del chavismo lejos de ser “post” algo, conjuga la cualidad unificadora que garantiza su permanencia. El infantilismo divisionista de la izquierda debe terminar de fenecer para dar paso a la unidad de los y las comunes, quienes somos más y estamos no a la vanguardia de la historia, sino sumergidos en ella como en magma telúrico. Del sentimiento de la unidad chavista debe emerger lo verdaderamente nuevo, capaz de deslastrarse de capas nocivas de su propia corporeidad, en la claridad de que se avanza hacia las más consolidadas formas de solidaridad y sosiego humano. Que se burlen los desencantados, no hay tiempo para dudar por el estilo o por tal o cual experiencia fallida.
Nos toca hacer del chavismo concreción permanente. No podremos derribar siglos de expoliación e inquina si no logramos asimismo que hierva un sentimiento raizal dentro de cada unx de nosotros y nosotras. Hoy es día de júbilo, soñemos y hagamos lo posible que el camino y las cartas están de nuestro lado.
¡Feliz cumpleaños!
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