LUIS BRITTO GARCÍA
Poetas, prosistas, provocadores En 1958, la protesta popular y un pronunciamiento militar derrocan al dictador Marcos Pérez Jiménez. Ello abre paso a la participación política largamente reprimida y a la formulación de proyectos renovadores en todos los aspectos de la vida nacional.
Poetas, prosistas, provocadores En 1958, la protesta popular y un pronunciamiento militar derrocan al dictador Marcos Pérez Jiménez. Ello abre paso a la participación política largamente reprimida y a la formulación de proyectos renovadores en todos los aspectos de la vida nacional.
Poetas, prosistas, provocadores
En
1958, la protesta popular y un pronunciamiento militar derrocan al
dictador Marcos Pérez Jiménez. Ello abre paso a la participación
política largamente reprimida y a la formulación de proyectos
renovadores en todos los aspectos de la vida nacional. Por unas pocas
décadas luminosas y terribles, la vida no es diferente de la estética ni
esta de la utopía.
Estética de la violencia
En
literatura, los nuevos tiempos se traducen en nuevos grupos como
Sardio, nucleado desde 1958 en torno a la revista del mismo nombre.
Luego, El Techo de la Ballena irrumpe con provocaciones fabulosas que
constituyen piedras de escándalo para bienpensantes y medios de
comunicación conservadores. Aray, promotor cultural estrella, coordina
los disímiles talentos del grupo para bromas literarias tales como el
Homenaje a la cursilería, que satiriza la precariedad estética del
populismo gobernante, o el Homenaje a la necrofilia, una exposición de
vísceras de ganado recolectadas por Carlos Contramaestre que se vuelve
terrible emblema de la mortandad causada por la represión, y es
clausurada por las autoridades. Adriano González León puntualiza que “EL
TECHO DE LA BALLENA reconoce en las bases de su cargamento frecuentes y
agresivos animales marinos prestados a DADA y al SURREALISMO”. No hay,
sin embargo, entrega incondicional a estos ismos. En el N° 9 de En Letra
Roja, Carlos Noguera plantea en su ensayo Escritura automática y
autoexplicación, que la poesía surrealista, reflejo psíquico automático,
fracasó como mecanismo de autoanálisis y como proposición poética
irracional.
Insurrección editorial
El
techo es también editorial que, paralelamente con Ediciones Bárbara de
Pedro Duno, Nueva Izquierda y San Carlos Libre termina integrándose en
el Fondo Editorial Salvador de la Plaza, catálogo de la disidencia
cultural. Otros insurgentes se unen en torno a publicaciones de tono más
reflexivo: Tabla Redonda, En Letra Roja, Crítica Contemporánea. Edmundo
Aray prolonga hasta los setenta el debate político y estético en la
originalísima revista afiche Rocinante. Beligerante, directo y popular
es el semanario humorístico La Pava Macha, que dirige Francisco José
Delgado “Kotepa”. Un tanto alejada del debate político, la revista
multigrafiada En Haa en sus ocho números difunde textos de José Balza,
Lubio Cardozo Soto, Teodoro Pérez Peralta, Jorge Nunes, Argenis Daza
Guevara, Víctor Salazar, Aníbal Castillo y Carlos Noguera, signados por
preocupaciones estéticas personales de índole muy variada.
Carlos
Carlos
Noguera, nacido en 1943 en Tinaquillo, comparte rasgos con muchos de su
generación. La temprana afición por los cómics, compartida con Earle
Herrera y quien suscribe. La migración a la capital para los estudios y
el consiguiente deslumbramiento provinciano con el tumulto de la urbe.
La adolescente militancia en organizaciones ilegalizadas de la
izquierda. La edición de revistas con más ambiciones que duración. La
subsistencia en oficios académicos, de investigación profesional o
editoriales para mantener al escritor. La prematura iniciación como
poeta con Laberintos y Eros y Pallas para luego fantasear con la
escritura teatral y finalmente emplear un rico arsenal de técnicas de
vanguardia en Historias de la calle Lincoln, novela que narra la
disyunción de los destinos de la juventud intelectual entre una bohemia y
una guerrilla parejamente frustradas. Igual inventiva estilística y
riqueza de texturas narrativas, idéntica maestría en el manejo de la
coloquialidad ejercita en Inventando los días, Juegos bajo la luna y en
La flor escrita. Coqueteó, pero nunca se comprometió con una bohemia que
degeneró en bufonada tarifada por el poder. Se desposó para siempre
sentimentalmente con la insurrección, cuyos episodios permean sus
novelas. Su recuerdo perdurará asociado indeleblemente al de ella.
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