Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
(Texto)
El
fantasma del 27 de febrero recorre a la Revolución y clama por un
análisis que lo haga descansar en paz, ser historia, no amenaza.
La
anterior afirmación puede irritar a los ciegos, de ellos no esperamos
sino palos. Hablamos para los sensatos, para los que pueden corregir
errores que nos llevan, sin dudas, a la derrota. Es necesario un
análisis riguroso de las ideas que nos guían, corregir, aún hay tiempo.
Veamos.
Los
hechos: hubo un apagón, se lo endosamos a saboteo, correcto, estamos de
acuerdo. Pero, la pregunta es ¿qué buscaban con el saboteo, qué fuerza
pretendían activar, y cómo la Revolución evitó la intención?
Según
la hipótesis, la reacción pretendía inducir a saqueos, a repetir el 27
de febrero, situación de ingobernabilidad propicia para una intervención
interna o externa de fuerzas extraconstitucionales. El gobierno, con
mano firme, sacó el pueblo armado a la calle, al Ejército… para disuadir
al pueblo sin arma, a la multitud, a la muchedumbre, para evitar otro
27 de febrero y lo logró. Sobre esto se puede discutir mucho, pensar por
ejemplo: si hubiese sido tres horas más tarde, si hubiera mordido la
noche, qué habría pasado. Se puede hablar de comportamiento cívico, todo
es válido, lo que sería un error inmenso es no discutir, despachar la
situación como el avestruz.
Los
analistas nuestros coinciden en que la rapidez y la firmeza del
gobierno sacando la fuerza a la calle abortó las intenciones oligarcas,
de acuerdo. Pero queda un cabo suelto: dónde estuvo el "pueblo", dónde
sus organizaciones, dónde el polo, los partidos, el PSUV, los
movimientos sociales… ausentes, privados, expectantes, nada.
Digamos,
para decir lo menos, que hubo fallas, y busquemos las fallas, allí en
su origen, sin duda en un extravío ideológico, en un error de fondo que
de no corregirlo nos costará la vida de la Revolución. Busquemos.
El
populismo y el anarquismo, propios de la pequeña burguesía y de los
marginales, nos han guiado a una especie de endiosamiento de algo difuso
que denominamos "pueblo", éste supuestamente es sabio, "sabrá
reaccionar en las emergencias", sólo hay que transferirle algo también
difuso que llamamos "poder".
Para
esto lo medio organizamos en unidades egoístas, fragmentadas, las
comunas, los consejos comunales, encargados de gerenciar la vida en su
entorno. Esta misma ideología es la base de acción en las industrias de
Guayana, en Diana, en Lácteos Los Andes. De esta manera dispensamos a
los dirigentes nacionales de dirigir, de formar a la base, de
concientizarla y organizarla como un tejido social. Es suficiente que
bajen los recursos, que fluya la renta en forma de dádivas, sin formar a
la conciencia revolucionaria, sin politizar, sin sentido de pertenencia
a la sociedad, a lo sumo algún adelanto en convivencia vecinal.
El resultado está a la vista, hemos elevado el egoísmo propio del capitalismo, fragmentado la sociedad a niveles extremos,
la hemos privado de organización nacional, reducido la política a un
torneo de dimes y diretes, de retruécanos, donde gana el más cómico, el
más inventador, hemos reducido la política al carnaval electoral que
funciona como un ejercicio de marketing propio de las mercancías.
Seguimos, como en la cuarta, en un país en el que un apagón asusta.
La
solución está a la vista, se debe recoger el agua derramada por la
ideología anarcoide y marginal, devolverle a la masa el sentido de
pertenencia a la sociedad, darle razones sagradas por las cuales luchar,
organizarla en tejido social, politizarla, hacer de cada uno un
vigilante del bien social, y de los dirigentes nacionales verdaderas
referencias. Que el partido, el polo, dejen de ser herramientas
electorales, y sean instrumento para organizar la vida fraterna…
Sólo
así ahuyentaremos al fantasma del 27 de febrero, lo comprenderemos más
allá del folklore, la franelita y el regodeo de diletantes.
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