miércoles, 28 de agosto de 2013

Siria desgarrada.

LAURA ANTILLANO.


La imagen de los cadáveres en fila podría parecer una escena montada por maquilladores para un filme de terror.
La imagen de los cadáveres en fila podría parecer una escena montada por maquilladores para un filme de terror.

Cuando entendemos que se trata del mundo real, y que 1.300 cuerpos humanos están allí, gente cuya vida podía significar un cada día, con escuela y madre, con paseo y abuelos, con sueños de futuro, plantas regadas, recuerdos, cuerpos para el amor y el contacto, cuerpos para el trabajo y el camino, cuando, en fin, definimos rasgos, y desgarradoramente nos sacude, este asunto, que no es un juego digital, una palanca en movimiento frente a una pantalla en el centro comercial, sino el llanto desgarrador de cientos y miles, porque un ataque con armas químicas cerca de Damasco ha dado este saldo de cerca de 1.300 cadáveres, muchos de los cuales son niños. La prensa internacional señala que se trata del ataque con armas químicas más brutal ocurrido en los últimos 25 años.

Los enfrentamientos de grupos religiosos y las artimañas escenográficas que ocultan la búsqueda de materia prima de los "grandes", en el ejercicio del poder "hegemónico", crea la telaraña capaz de producir circunstancias como la evidenciadas en esas imágenes, que desde el miércoles dan la vuelta al mundo llenándonos de horror y conmiseración.

Se acusa a Al Assad tanto como a las "fuerzas rebeldes" de la oposición, respaldadas por la amenaza occidental, y esa instancia competitiva de golpe y porrazo quiere diluir la brutalidad ilimitada que pone en evidencia esa masacre aberrante. De manera solapada se apoya los ataques terroristas en Siria y los organismos internacionales se hacen "los locos" ante las circunstancias más aberrantes. Dentro de las ambigüedades del caso, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decide no investigar lo ocurrido por "problemas de seguridad".

Mientras, las imágenes de los cadáveres envueltos en sábanas blancas, colocados en línea, nos muestran rostros sorprendidos, con ojos vidriosos en la inmovilidad de la muerte. Todos los informes señalan que la pérdida de la vida se produce por problemas respiratorios, estados de parálisis muscular, sin sangre, sin explosivos dinamitados, los cuerpos pierden el impulso de vida y, como en un filme de absoluta ficción, miles de seres humanos son borrados del planeta.

La experiencia con las armas químicas ya ha mostrado su falacia en el pasado. Viene a la memoria el llamado "mal amarillo" lanzado en Vietnam y sus consecuencias, hasta para los mismos soldados norteamericanos que lo lanzaban y terminaron sufriendo sus efectos por más de una generación. Hay quien critica ferozmente la publicación de las fotos con los resultados de la masacre, pero indudablemente es mucho más grave el que haya quien planifique eventos de esa dimensión en función de propósitos políticos claramente definidos. Lo terrible es que, progresivamente, hasta la sensibilidad frente a esas escenas pase a convertirse en un imposible, en la mimetización de lo real y lo ficticio. 

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