MARIADELA LINARES.
Es un gran honor para todos haber nacido en esta tierra en los tiempos que vivimos. Ya somos parte de una historia que aún no termina de escribirse, pero que sin duda estará signada por la grandeza. Este país ha cambiado para siempre. Podremos seguir tropezándonos en lo adelante con las mismas piedras, que se empecinan en no apartarse del camino, pero estamos seguros de que los pasos serán desde ahora más firmes, más sólidos, porque están reforzados por un aprendizaje muy duro.
Este domingo efectuamos una elección que habrá de ser un homenaje póstumo. Pero este hecho acontece justamente en una fecha, que quedó marcada en el calendario, como la de la dignidad de un pueblo que retomó las riendas que una vez quisieron arrebatarle.
La República soberana e independiente que somos, está sembrada en una patria hermosa, en una tierra de hombres libres y libertadores, que ha parido gigantes a lo largo de su corta historia.
A los habitantes de este suelo ya nadie nos engaña. Hemos aprendido a pensar y a discernir de acuerdo a nuestros criterios. Ya no nos manipulan porque sabemos detectar engaños, tumbar máscaras y develar componendas para quitarnos lo que es nuestro. Aquí nunca más habrá bota ni imperio que se interponga.
Este pueblo comprendió que los recursos del suelo le pertenecen y que no volverá a ser marioneta de intereses subordinados de terceros, a quienes no les importa realmente su destino. La patria que ahora somos, inmensa y generosa, tomará su decisión "plena, como la luna llena", movida por el amor y la gratitud. Contra eso, jamás podrán las mezquindades imponerse. Patria, patria, patria querida…
De los ya no sabemos cuántos procesos electorales que hemos vivido en los últimos 15 años, el que culmina hoy ha sido el más intenso, no sólo por lo corto, sino por la inmensa carga emotiva que lo ha caracterizado. Esta ha sido, sin duda alguna, la campaña del amor, de la pasión, de la entrega, del tributo, de la honra.
En la noche conoceremos los frutos, en cantidad, de lo sembrado hasta ahora. Sabremos a cuánto alcanza la cosecha. Pero lo más importante, lo cualitativo, es inconmensurable. He allí el valor inestimable de la conciencia adquirida.
Es un gran honor para todos haber nacido en esta tierra en los tiempos que vivimos. Ya somos parte de una historia que aún no termina de escribirse, pero que sin duda estará signada por la grandeza. Este país ha cambiado para siempre. Podremos seguir tropezándonos en lo adelante con las mismas piedras, que se empecinan en no apartarse del camino, pero estamos seguros de que los pasos serán desde ahora más firmes, más sólidos, porque están reforzados por un aprendizaje muy duro.
Este domingo efectuamos una elección que habrá de ser un homenaje póstumo. Pero este hecho acontece justamente en una fecha, que quedó marcada en el calendario, como la de la dignidad de un pueblo que retomó las riendas que una vez quisieron arrebatarle.
La República soberana e independiente que somos, está sembrada en una patria hermosa, en una tierra de hombres libres y libertadores, que ha parido gigantes a lo largo de su corta historia.
A los habitantes de este suelo ya nadie nos engaña. Hemos aprendido a pensar y a discernir de acuerdo a nuestros criterios. Ya no nos manipulan porque sabemos detectar engaños, tumbar máscaras y develar componendas para quitarnos lo que es nuestro. Aquí nunca más habrá bota ni imperio que se interponga.
Este pueblo comprendió que los recursos del suelo le pertenecen y que no volverá a ser marioneta de intereses subordinados de terceros, a quienes no les importa realmente su destino. La patria que ahora somos, inmensa y generosa, tomará su decisión "plena, como la luna llena", movida por el amor y la gratitud. Contra eso, jamás podrán las mezquindades imponerse. Patria, patria, patria querida…
mlinar2004@yahoo.es
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