Carola Chávez.
Aunque ya no me hablen y me hayan borrado de sus vidas y de facebook, a veces yo siento la urgencia de hablar a mis viejas amigas, como para cuidarlas, como para cuidarnos. A veces quisiera que volvieran a ser aquellas muchachas que se sentaban a conversar en la cocina, con café y cigarros; cuando nos importaba lo que la otra decía, no por estar de acuerdo y muchas veces no estándolo, sino porque sabíamos quien decía lo decía. Conocíamos nuestras historias, nuestras razones, nuestros sueños.
Me gustaría poder decirles que seguimos soñando más o menos lo mismo. Queremos criar a nuestros hijos tranquilas, queremos que sean felices y buenos, que estudien, que no se enfermen, que si se enferman los podamos curar. A grandes rasgos, queremos lo mismo para ellos. Vivimos para ellos. Ninguna de nosotras haría algo que pudiera dañarlos, ninguna jugaría con la vida que les dimos, y es aquí, mis amigas, cuando este café que imagino que tomamos se nos pone bien amargo.
Es que hay que cosas deben saber y no saben, cosas que no salen en las revistas que leen, ni en la tele que ven. Las guerras suceden, mis amigas -y por favor no escupan el café-. Y lo peor es que las guerras, no se hacen por motivos nobles, nunca es noble matar así, la inventan grupos de poder que les sabe a mierda la felicidad de nuestros hijos, les sabe a mierda destruir la cocina de nuestras tardes, donde hoy toman café tus papás. Las guerras son un negocio que, además, permite quitarle al pez chico lo que el pez grande quiere, eso y nada más.
¿Saben que había mamás como nosotras en Bengazi, allá el Libia? Muchas de ellas, como ustedes, cacerolearon por una libertad que nadie les había quitado. Ya no cacerolean, no porque la paz llegó sino que llegó la guerra. Lo mismo pasó con las caceroleras de Siria, dos años de guerra sin tregua que les recuerda que antes eran felices. Sin saberlo, fueron accesorios mediáticos en el conjuro su propio infierno. Ustedes tampoco lo saben.
Sépanlo. Vean qué tenemos en común sus países y el nuestro. Sepan que tomamos café sobre incontables barriles de razones. Hilen la historia y véanse en los ojos de esas mamás que, buscando lo que no habían perdido, se encuentran atrapadas en su peor pesadilla. Sépanlo y defiendan la paz.
carolachavez.wordpress.com
tongorocho@gmail.com
Me gustaría poder decirles que seguimos soñando más o menos lo mismo. Queremos criar a nuestros hijos tranquilas, queremos que sean felices y buenos, que estudien, que no se enfermen, que si se enferman los podamos curar. A grandes rasgos, queremos lo mismo para ellos. Vivimos para ellos. Ninguna de nosotras haría algo que pudiera dañarlos, ninguna jugaría con la vida que les dimos, y es aquí, mis amigas, cuando este café que imagino que tomamos se nos pone bien amargo.
Es que hay que cosas deben saber y no saben, cosas que no salen en las revistas que leen, ni en la tele que ven. Las guerras suceden, mis amigas -y por favor no escupan el café-. Y lo peor es que las guerras, no se hacen por motivos nobles, nunca es noble matar así, la inventan grupos de poder que les sabe a mierda la felicidad de nuestros hijos, les sabe a mierda destruir la cocina de nuestras tardes, donde hoy toman café tus papás. Las guerras son un negocio que, además, permite quitarle al pez chico lo que el pez grande quiere, eso y nada más.
¿Saben que había mamás como nosotras en Bengazi, allá el Libia? Muchas de ellas, como ustedes, cacerolearon por una libertad que nadie les había quitado. Ya no cacerolean, no porque la paz llegó sino que llegó la guerra. Lo mismo pasó con las caceroleras de Siria, dos años de guerra sin tregua que les recuerda que antes eran felices. Sin saberlo, fueron accesorios mediáticos en el conjuro su propio infierno. Ustedes tampoco lo saben.
Sépanlo. Vean qué tenemos en común sus países y el nuestro. Sepan que tomamos café sobre incontables barriles de razones. Hilen la historia y véanse en los ojos de esas mamás que, buscando lo que no habían perdido, se encuentran atrapadas en su peor pesadilla. Sépanlo y defiendan la paz.
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