Mariadela Linares
Hace unos cuantos años, un grupo de jovencitas venezolanas, opositoras ellas, se presentaron en un programa de concurso de canto español de mucho éxito, y lograron colarse en el público, ataviadas con las típicas franelas fashion “nacionalistas” que por entonces proliferaban.
La audacia de las chamitas tuvo su clímax cuando lograron que la ganadora del concurso le dedicara unas frases de aliento a esa juventud venezolana que “la está pasando tan mal y está luchando tanto por su libertad”, palabras más palabras menos. Nuestro asombro de entonces se ha repetido infinidad de veces.
En estos días un conocido cantante, favorecido por la ventaja que significa que los parientes sean dueños de emisoras de radio, sacó al aire una cancioncita que pretende pasar como un himno de amor y conciliación, pero que si uno escucha la letra se percata de que el cantante dice con claridad que llegó la hora de salir a echar el resto, como quien dice. El señor, de esos bien entraditos en años pero que se niega a que se note el paso del tiempo, y pronto los hijos van a parecer mayores que él, curiosamente nació en Argentina. Presumimos que por boca de sus progenitores debe conocer bien cómo operaron las dictaduras en el Cono Sur y qué es realmente perder la libertad de expresión. Sin embargo, él es muy exitoso, debe tener casa en Miami, entra y sale cuando le da la gana y, lo más contradictorio, canta y dice lo que se le antoja.
El Día del Periodista, Globovisión sacó un aviso que decía que dentro de cada periodista vive un “superhéroe”. Lástima que realmente los colegas se lo creen y han asumido con tanta seriedad el papel de actores políticos que ya son más famosos que los dirigentes partidistas. Muchos de esos “superhéroes” tienen programas propios, revistas, emisoras, y un montón de publicidad que los ha convertido en prósperos empresarios de su imagen. En una afrenta a la ética, es la credibilidad del periodista, convertida en lucrativa mercancía.
Tanto las jóvenes que mencionamos al comienzo, como el cantante que cree haber compuesto “la canción de Venezuela”, como los periodistas, y las decenas de opositores que se prestan para salir del país a hablar mal de él, gozan de unos privilegios insólitos. Viven en una dictadura insufrible, pero no se bajan de un avión, se alojan en hoteles de lujo, salen en cuanto programa existe y viven de la cháchara que han montado.
Realmente es una manguangua muy grande ser opositor en Venezuela. Ellos están clarísimos de que es mucho más fácil atacar que defender, tanto así que vociferan en todos los espacios posibles su odio visceral y los chavistas se ven obligados a vivir dentro del armario. Claro, soltar un chisme, poner a correr un rumor, criticar por cada cosa que se haga y por las que se dejan de hacer, no cuesta mucho esfuerzo. Para construir se necesita trabajo, tesón y tiempo. Para destruir, con unos cuantos mandarriazos basta. Ellos critican y critican, y no les pasa nada. Y hasta a los muertos les sacan partido, así hayan fallecido en un accidente.
Estudiantes mediocres y desabridos, convertidos en líderes, becados y promocionados internacionalmente; artistas candidateados a cargos de elección popular; periodistas forrados de publicidad; cantantes convertidos en voceros de la libertad; de todo se ve en este país. Ser antichavista también es un negocio.
La audacia de las chamitas tuvo su clímax cuando lograron que la ganadora del concurso le dedicara unas frases de aliento a esa juventud venezolana que “la está pasando tan mal y está luchando tanto por su libertad”, palabras más palabras menos. Nuestro asombro de entonces se ha repetido infinidad de veces.
En estos días un conocido cantante, favorecido por la ventaja que significa que los parientes sean dueños de emisoras de radio, sacó al aire una cancioncita que pretende pasar como un himno de amor y conciliación, pero que si uno escucha la letra se percata de que el cantante dice con claridad que llegó la hora de salir a echar el resto, como quien dice. El señor, de esos bien entraditos en años pero que se niega a que se note el paso del tiempo, y pronto los hijos van a parecer mayores que él, curiosamente nació en Argentina. Presumimos que por boca de sus progenitores debe conocer bien cómo operaron las dictaduras en el Cono Sur y qué es realmente perder la libertad de expresión. Sin embargo, él es muy exitoso, debe tener casa en Miami, entra y sale cuando le da la gana y, lo más contradictorio, canta y dice lo que se le antoja.
El Día del Periodista, Globovisión sacó un aviso que decía que dentro de cada periodista vive un “superhéroe”. Lástima que realmente los colegas se lo creen y han asumido con tanta seriedad el papel de actores políticos que ya son más famosos que los dirigentes partidistas. Muchos de esos “superhéroes” tienen programas propios, revistas, emisoras, y un montón de publicidad que los ha convertido en prósperos empresarios de su imagen. En una afrenta a la ética, es la credibilidad del periodista, convertida en lucrativa mercancía.
Tanto las jóvenes que mencionamos al comienzo, como el cantante que cree haber compuesto “la canción de Venezuela”, como los periodistas, y las decenas de opositores que se prestan para salir del país a hablar mal de él, gozan de unos privilegios insólitos. Viven en una dictadura insufrible, pero no se bajan de un avión, se alojan en hoteles de lujo, salen en cuanto programa existe y viven de la cháchara que han montado.
Realmente es una manguangua muy grande ser opositor en Venezuela. Ellos están clarísimos de que es mucho más fácil atacar que defender, tanto así que vociferan en todos los espacios posibles su odio visceral y los chavistas se ven obligados a vivir dentro del armario. Claro, soltar un chisme, poner a correr un rumor, criticar por cada cosa que se haga y por las que se dejan de hacer, no cuesta mucho esfuerzo. Para construir se necesita trabajo, tesón y tiempo. Para destruir, con unos cuantos mandarriazos basta. Ellos critican y critican, y no les pasa nada. Y hasta a los muertos les sacan partido, así hayan fallecido en un accidente.
Estudiantes mediocres y desabridos, convertidos en líderes, becados y promocionados internacionalmente; artistas candidateados a cargos de elección popular; periodistas forrados de publicidad; cantantes convertidos en voceros de la libertad; de todo se ve en este país. Ser antichavista también es un negocio.
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