Vanessa Dourado
Nos encontramos en un momento donde ya es posible ver con nitidez las consecuencias del modelo de producción, distribución y consumo que el capitalismo, en su fase neoliberal, impone sobre nuestros cuerpos y territorios. La destrucción de los ecosistemas a ritmo acelerado, y los eventos extremos relacionados a la emergencia climática dejaron de ser temas abordados por las comunidades afectadas por proyectos contaminantes y depredadores. En los últimos años, la cuestión ambiental ha sido tema de debate en los medios hegemónicos de comunicación, y en las sociedades de todo el mundo.
Para las personas y organizaciones que acompañan la evolución de la problemática, las olas de calor, tsunamis, sequías, inundaciones, y tantos otros fenómenos que vivimos de forma más intensa desde hace por lo menos media década, no son una sorpresa. La tragedia anunciada, consecuencia de años de negacionismo y desprecio por los hallazgos científicos y la sistemática denuncia, desde los territorios en las voces de las comunidades que los habitan, sin embargo parece no estar del todo asimilada.
La insistencia en apoyar proyectos -comerciales, políticos y económicos- que profundizan una matriz extractivista suicida, que pone al lucro por encima de la sostenibilidad de la vida, no tiene una explicación lógica y, es sistemáticamente repetida a través de espacios como las COP (Conferencia de las Partes). Un espacio que, hasta la fecha, no ha hecho más que privilegiar a las grandes corporaciones contaminantes en detrimento de la urgencia en cambiar la matriz de producción.
Por otro lado, aumentan las narrativas en favor del cuidado del ambiente a través del apelo a los cambios individuales en los patrones de consumo, y la militancia basada en proyectos de generación de conciencia social sin un proyecto político de fondo que pueda atacar a las causas estructurales del problema y que sea capaz de hacer frente a la poderosa máquina neoliberal y su proyecto de muerte. Más allá de eso, están las falsas soluciones planteadas por las mismas empresas y actores que son, en gran parte, responsables por el actual estado de emergencia.
En América Latina y el Caribe, así como en todo el Sur Global, la cuestión ambiental está atravesada por el extractivismo depredador. El rol de los países del Sur como proveedores de materias primas para el desarrollo del Norte es una herencia colonial que perdura hasta hoy. Las consecuencias de esta división del trabajo, que impacta de forma diferenciada a las mujeres, pueblos indígenas, campesinos y a los sectores populares -en su mayoría racializados-, hace más evidente el actual sistema de acumulación por desposesión.
Todo este entramado no permite abordar la cuestión ambiental sin agregar su dimensión social. Las inmensas desigualdades producidas por esta forma de organizar el mundo, nos remite a cuestionar al capitalismo y a poner sobre la mesa las alternativas gestadas lejos de los mecanismos viciados de las instituciones, visiblemente controlados por los grupos de interés del capital.
Sin embargo, también abre una oportunidad de repensar las formas de hacer y participar en los espacios de decisión que, al fin y al cabo, son los que permiten el avance sobre los bienes comunes y que regulan la condición de vida de las personas, en muchos casos socavando los derechos fundamentales en los regímenes que se proponen democráticos.
Asimismo, la tarea de llevar a cabo proyectos que unan a los grupos en lucha por una vida digna para todos los seres humanos y no-humanos, y en relación armónica con los bienes comunes no es fácil. Son varias las luchas y las formas de pensar un mundo vivible.
En los últimos años estos debates se fueron intensificando y, desde los grupos que se denominan de izquierda radical hasta los que reivindican el autogobierno, las conclusiones son similares: es necesario frenar este proyecto dominante antes que este destruya la capacidad de reproducción de la vida en la Tierra. Sumado a esto están los últimos acontecimientos a nivel político-institucional, el avance de la extrema-derecha. Las narrativas de mercantilización total de la existencia, y el eco-fascismo que reduce vidas humanas a meras piezas descartables del sistema.
En momentos como los que vivimos, sobre todo para los que estamos en territorio argentino, se abren oportunidades para re-pensar nuestra lucha colectiva, nuestras tácticas y estrategias e invitan a la construcción solidaria entre los que entendemos que la salida es colectiva.
En este sentido, a pesar del enorme desafío que es construir procesos bajo un gobierno que tiene valores y objetivos completamente opuestos a los nuestros -hace poco Brasil pasó por una situación similar- invitamos a nuestres compañeres, camaradas de todo el mundo a participar del VI Encuentro Ecosocialista a realizarse los días 9, 10 y 11 de mayo de 2024 en Buenos Aires.
Esta iniciativa, que será el primer encuentro en territorio latinoamericano, nos da esperanzas y fuerzas para seguir luchando por un mundo justo, solidario y sin explotación. Estamos juntando esfuerzos y organizando el encuentro junto a otres compañeres y grupos que comparten el mismo espíritu de construcción y solidaridad internacionalista.
Estamos convencides de que juntarnos, sobre todo en este momento de mayor avance sobre los bienes comunes y de desmantelamiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo, es necesario y significará un valioso aporte a la organización de nuestras luchas.
Hay una tarea histórica que nos convoca. Frente a la crisis civilizatoria, más organización y construcción entre los pueblos. Son muchas las perspectivas y colores de nuestras convicciones, sin embargo, esa lucha es una sola y, el cuándo es ahora
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