Durante los años setenta y ochenta, la ONU impulsó el enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED). Desde entonces (y hasta nuestros días), muchos países han replicado esta estrategia con resultados insignificantes para transformar las condiciones materiales de las mujeres, pero sobre todo para generar cambios en el orden social de género.
Llueve sobre mojado
Este enfoque coloca únicamente la atención en las mujeres y supone que son estas quienes tienen el problema para sumarse al "desarrollo". El Estado se limita a dar micro (pero muy micro) créditos o apoyos económicos para que ellas se "empoderen", porque el poder consiste en tener algo de dinero.
Nada más alejado de la realidad.
El enfoque MED supone que las mujeres son un "recurso no utilizado para el desarrollo" (García Prince) y/o que las mujeres no están incorporadas a la economía. Esto desconoce, invisibiliza y subvalora su aportación a la economía del país y al sostenimiento de la vida a través del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado (TDCNR). Así se califica a todas las labores que hacemos de manera cotidiana en el hogar, como preparar alimentos, fregar, limpiar los baños y la casa en general, cuidar a las infancias y demás personas que integran las familias (independientemente de su condición), entre otras actividades.
Las mujeres siempre hemos trabajado, lo reconozcan o no.
En países donde se ha calculado en cuenta satelital cuál es la aportación de este trabajo impuesto a las mujeres por la diferencia sexual —o, dicho de otro modo, porque nacimos con una vagina—, sostienen que esta representa aproximadamente el 25% del producto interno bruto (PIB). Quiere decir que las mujeres, tengamos o no empleo, hacemos una contribución MUY importante a las economías.
Eso que llaman amor es trabajo no pago.
Las desigualdades entre mujeres y hombres —expresadas en la violencia de género que ellas afrontan en sus hogares, en la injusta distribución del TDCNR, en la subrepresentación de las mujeres en los cargos de liderazgo y toma de decisión, entre otras— no se resuelven con emprendimientos. Las mujeres no son las que deben vencer las barreras. No somos el problema, el problema es estructural y quien tiene los recursos materiales y la obligación normativa de impulsar las transformaciones es el Estado; por tanto, es el Estado el que debe eliminar las barreras.
El emprendimiento no libera porque no cuestiona ni transforma al patriarcado.
Entonces se preguntarán: ¿qué política pública podría ser más efectiva para atender las necesidades prácticas e intereses estratégicos de las mujeres? De entrada, sabemos que las mujeres necesitamos un Estado robusto que, a través de una política fiscal progresiva donde pague más el que más tiene, garantice el ejercicio de los derechos humanos, incluido el derecho a tomar decisiones sobre nuestro cuerpo. Las feministas llevamos décadas formándonos y dialogando estos temas, así que no es necesario descubrir el hilo negro.
Parafraseando a Francia Márquez y a Amaia Pérez Orozco, la libertad para las mujeres es gozar de una vida digna, sabrosa y que merezca la pena ser vivida.
Isabela Boada Guglielmi
No hay comentarios:
Publicar un comentario