miércoles, 27 de septiembre de 2023

Los niños toñecos de la oposición lloriquean porque no los dejan ganar

  

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Algunas actitudes de la oposición son típicas de niños malcriados: quieren un tipo de juego en el que tengan garantizado el triunfo; ansían tener derecho a golpear sin que nadie les devuelva el golpe, que el adversario político no se defienda y mucho menos que contraataque. 
 
Me recuerdan a un compañero de clases del liceo Felipe Fermín Paúl, de Antímano, en los años 70, la vez que “se entró a golpes” con uno de otra sección. Bueno, lo de que “se entró a golpes” es solo una manera de decirlo porque lo que ocurrió fue que el otro lo noqueó feo. Cuando le preguntaron por qué casi no le pegó a su rival, respondió: “Es que él no se dejaba pegar”. Lo dijo en tono de reclamo, como si el otro le hubiese jugado sucio. 
 
[Juro que estoy hablando de algo ocurrido hace casi 50 años, no de un suceso de esta semana. Lo juro]. 
 
Bueno, esa actitud inmadura aparece a cada rato. Verbigracia: una parte de la oposición monta su tinglado de primarias y pretende que el país gire alrededor de ese evento aún hipotético. Como el gobierno y su partido, por un lado; y el resto de la oposición, por el otro, se dedican a hacer sus propias jugadas, los primarios lloriquean. 
 
Llegan al colmo de exigir que los dirigentes chavistas no hablen del tema de las primarias. Les van con el chisme a los gringos y a los europeos cuando el diputado Diosdado Cabello reseña sus controversias en el programa de televisión. Dicen que lo hace maliciosa y ácidamente, pero ¿qué quieren? ¿Acaso no es así el juego político desde que el mundo es mundo? 
 
Se les ha escuchado en las últimas horas, denunciando que el gobierno les quiere montar un evento electoral paralelo a sus primarias, con el referendo sobre el Esequibo. Y se dividen las opiniones entre los que consideran que es una treta muy bien planificada (obra del maquiavélico psiquiatra) y quienes dicen que es una maniobra desesperada porque las primarias tienen al gobierno y al PSUV al borde de un ataque de nervios. 

En cualquier caso, es una iniciativa que puede salir bien o puede salir mal, pero que forma parte del juego político. Pero ese sector opositor no quiere entender que en la cancha hay más de un equipo. No están jugando solos. No es un entrenamiento sino una guerra de verdad, con fuego real, metafóricamente, claro.  

El carácter de muchachos mimados se acentúa cuando toman decisiones erráticas. Otro ejemplo primario: Inicialmente dicen que van a solicitar el apoyo del Consejo Nacional Electoral (CNE) para sus elecciones internas, pero la niña bonita de papá y mamá monta en cólera, arma una escena, se sacude, berrea. Y, entonces, “deciden” que el proceso será como ella dice que debe ser. Al que expresa críticas o dudas lo sacan del club social, le hacen bullying, le aplican la ley del hielo, lo llaman alacrán, feo castigo en el código del oposicionismo. Un día, sin embargo, cambian de opinión y dicen que quieren apoyo técnico. Nadie reconoce que lo de antes era una equivocación. Admitir errores no es propio de los muchachos caprichosos. 

Hasta la hora de escribir este artículo, esto no ha pasado, pero ciertas fuentes del maricorinismo deslenguado aseguran que la nena consentida va a poner cara de bravita y va a decir que acepta la intervención del CNE bajo protesta, por el bien del país. Ya veremos.  

Debido a esa alineación repentina de todos los factores, se cree que esto de pedir cacao al CNE lo mandaron a hacer desde las riberas del Potomac. Pero, ¿qué va a saber uno de esos asuntos si ni siquiera espiquen inglis? 

Para seguir con el símil de los “hijitos de buena familia”, este asunto de “con-CNE-sin-CNE-con-CNE” viene siendo como cuando el vástago ebrio (o quién sabe qué) choca el carro en la madrugada, hay lesionados y grandes daños. Llama al poderoso padre y este acude raudo a sacarlo del brete. 

Pataletas por el escenario internacional

Una de las esferas en las que la oposición se pone más consentida y toñeca es en la internacional. Están tan convencidos de que ese escenario les pertenece, que cuando el gobierno se anota un éxito, se ponen como Quico (no el periodista, sino el personaje de El Chavo del 8), en la típica escena en la que sale disparado a buscar a su mamá para que lo defienda de la chusma a punta de cachetadas. 
 
Es que se acostumbraron demasiado a que lo internacional era “de ellos”. Y se niegan a admitir que el mundo está cambiando. No toleran la idea de que su “apá” (Estados Unidos) está perdiendo rounds, uno tras otro, en el plano geopolítico. 
 
Les parecía muy bien que Washington impusiera su voluntad de aislar a Maduro de la “comunidad internacional”. Aplaudieron que hasta pusieran una recompensa por entregarlo vivo o muerto, cual cuatrero de una película western. Pidieron y agradecieron sanciones y bloqueos, incluso en medio de la pandemia. Todas esas fueron acciones ejecutadas en el plano internacional, reflejo de la hegemonía estadounidense. Y presentaron todo eso como prueba de que Maduro era ilegítimo. 
 
El mundo ha dado unas vueltas inusuales y ahora todos esos esfuerzos por convertir al gobierno de Venezuela en un paria planetario han fracasado. Muy por lo contrario, el presidente ha realizado una gira muy exitosa y, adicionalmente, muy vistosa, muy mediática, muy 2.0, para despecho de los que apostaron por su confinamiento, por su condena perpetua al ostracismo. 

Cuando el presidente viajaba a Cuba, decían que “eso no vale porque es otra dictadura”. En noviembre de 2022, cuando fue a Egipto a participar en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en su edición número 27 (COP27), apostaron a que Estados Unidos (papi, pues) lo capturara espectacularmente y lo llevara preso. No ocurrió y, antes bien, Maduro hasta apareció en imágenes hablando con Emmanuel Macron, muy sonreídos y gentiles, ambos. El berrinche fue de pronóstico reservado. 

Ahora se pusieron peor porque el jefe del Estado acaba de estar en China, codeándose literalmente con Xi Jinping, que es uno de los nuevos interlocutores globales y luce robusto y saludable mientras Joe Biden está que se pierde cuando deambula por los jardines de la Casa Blanca. Eso ha sido mucho más de lo que puede soportar un opositor acostumbrado al ecosistema internacional en el que mandaba Estados Unidos sin posibilidades de apelación. 
 
Los reveses de la antisociedad 

Otro campo en el que la oposición (guapa y apoyada por el poder imperial) cree tener derecho a actuar impunemente, sin recibir respuesta, es en el de la violencia. 
 
En las oleadas de 2014 y 2017, pusieron en práctica toda clase de métodos bárbaros y luego se victimizaron, presentándose como palomas de la paz brutalmente agredidas por una dictadura. El aparato diplomático, oenegista y mediático al servicio del imperio logró santificar a los degolladores de motorizados, lanzadores de puputovs e incendiarios de gente.  

[Por cierto, si hubiesen hecho una cuarta parte de esas tropelías en ciudades de Estados Unidos, los líderes de tales protestas no habrían vivido para contarlo o estarían enfrentando penas de prisión muy largas, sin que nadie intercediera por ellas y ellos. Pero ese es otro tema]. 
 
Fuera de esos períodos de máxima locura no es que han estado siempre tranquilos: lo han intentado todo, incluyendo la alianza con las fuerzas más oscuras de la delincuencia común, con el propósito de hacer disfuncional el Estado y llevar al país al caos, como lo dicen abiertamente (y hasta con pretendido aire académico) algunos de los psicópatas involucrados en esos planes genocidas, como el prófugo Iván Simonovis

En 2020, horas antes del intento de invasión mercenaria por Macuto, hubo escaramuzas y extraños tiroteos en Petare, supuestamente por ajustes de cuentas en el territorio de “el Wilexis”. Luego se supo que era un señuelo para distraer a los organismos de seguridad y facilitar la Operación Gedeón. 

En 2021, varios de los niñatos opositores andaban en tratos con ese mismo pran y con otros jefes de megabandas del área metropolitana y sus alrededores para montar lo que llamaron “la fiesta de Caracas”. Esa alianza apuntaba a generar una orgía de sangre que le daría razones a la “comunidad internacional” para aplicar la doctrina de la Responsabilidad de Proteger, el célebre R2P, que la gente bilingüe de alto coturno pronuncia “irtupí”. 
 
Y aquí se presenta de nuevo el síndrome del niño malcriado: cuando el gobierno se decide a jugar en ese tablero y llevar algo de orden, los dirigentes opositores se ponen fúricos. 

Una de las reacciones es colocarse abiertamente del lado de los malandros. Elevan a la categoría de líderes a los pranes, aplauden sus habilidades escapistas y sus desplantes en redes sociales. Lo hicieron con “el Koki”, con “el Conejo” y lo están haciendo actualmente con «el Niño«. 
 
En cada uno de esos momentos (incluyendo el actual) quedan desconcertados ante la respuesta de las autoridades a los nuevos planes de violencia y desestabilización. “¡Es que no se deja pegar!”, diría Abreu, mi excompañero antimanense. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV) 

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