martes, 2 de junio de 2020

Crónicas en cuarentena

¿Que hay para cenar?

Gustavo Montenegro Cardona

En gratitud a Mario y su misión.

En un apartamento vecino se armó el zaperoco. Entre los gritos a todo pulmón y entre las palabras cruzadas que salen de distintas bocas con distintos timbres y volúmenes, se alcanza a escuchar que el tema de discusión es el menú del almuerzo. ¿Otra vez fríjoles? ¡Ya no más de eeeso mamá! ¡Entonces cocine usted! Punto final. La gritería se camufla entre las trompetas de una música tropical. Luego el silencio total. No pasan más de cinco minutos y el ambiente se estremece con el ruido de un par de platos que caen al piso. Ya no hay gritos. Un niño aulla como lobo.

En la casa de unos vecinos ya conocen todas las posibles recetas que se pueden elaborar con el pollo y todas sus presas. En las redes no faltan los bromistas que se burlan de sus propios platos de comida; también hay quienes comparten las delicias de la variada gastronomía que les hace compañía durante la cuarentena y los más solidarios han puesto a disposición suculentos recetarios caseros y más de un cocinero se ha dispuesto para enseñar a otros a preparar las cenas de sus sueños.

Desde el lugar de la comodidad pasa de todo y todo pasa. Sin embargo, afuera, en la calle, en la cotidianidad de los sin nombre, en el día a día de los anónimos de siempre, en el transcurrir de las horas de quienes se debieron acostumbrar a sobrevivir a causa de las mismas condiciones que les han sido impuestas por el mismo sistema que hoy les alborota el miedo y pretende inocular dosis extremas de pánico, allá, en la esquina, en la plaza, en las aceras sin dueño, en los escondites de la ciudad, las angustias se pagan a otro precio.

La noticia de la pandemia que comenzó su viaje desde China, pasó dejando estragos por toda Europa, se quedó navegando en los mares, y entre tanto la duda, el escepticismo, la desinformación y los primeros indicios de pánico se sentían en el continente americano. “Cuando esto nos llegue hay mucha gente que se va a quedar sin comer” fue una de las primeras conclusiones entre los integrantes de la Red de Voluntarios Galeras que se activa en casos de emergencia social como el que ahora vivimos.

“Somos hijos del lugar donde crecen las flores abajo del pavimento, somos el bosque dentro de nosotros mismos, somos la selva que ruge sin pedir permiso, somos la multitud sin patria porque la patria nos fue impuesta y su herencia no nos llena los sueños, somos el tejido que no cabe en el Estado Nación porque lo nuestro no es el orden de la institución si no la fuerza inconmensurable de la vida”, declararía uno de estos voluntarios en un manifiesto de corte humanitario que sería también un punto de arranque para instar a la solidaridad tangible y la acción real y contundente que permitiera atender en primer orden a aquellos que no gozan del derecho a pasar la cuarentena en condiciones de digna comodidad o que no cuentan siquiera con la posibilidad del refugio del que muchos gozamos al contar con las garantías básicas para un encierro condicionado.

Primero pensaron en mercados, pero cayeron en cuenta que recibir donativos no es garantía de que los alimentos se puedan cocinar. Pensaron en comedores comunitarios, pero la movilidad limitaba las condiciones de poder servir en medio del riesgo. Pusieron los ojos en todo el mundo, pero era necesario aterrizar los alcances de la misma ayuda humanitaria y se concentraron, inicialmente, en garantizar comida sana, nutritiva, sabrosa y digna para un grupo de veinte mujeres trabajadoras sexuales de la ciudad de Pasto. Sí, ellas, las mismas mujeres que dependen de un sustento diario medido por las horas de su trabajo, las mismas mujeres que tienen como casa un cuarto de hotel en precarias condiciones; las mismas mujeres en las que algunos piensan a la hora de satisfacer sus necesidades, pero que las olvidan al momento de conocer sus condiciones en tiempos de aislamiento social.

Alrededor de la iniciativa se han sumado muchas voluntarias y voluntarios dispuestos a servir. Agrupaciones de mujeres, ciudadanía que ha hecho donativos de alimentos perecederos y no perecederos así como de dinero en efectivo, gente que llega y aporta, anónimos solidarios y vanidosos ayudantes también han hecho caso a esta invitación para poder brindar alimento para estas mujeres que ya fueron atendidas durante la primera semana de este paro y que ahora, en medio de la quietud laboral, han decidido juntarse para ellas mismas preparar sus comidas y así darle paso a que la Red de Voluntarios pueda atender a otra población que podrá contar con 20 o 25 almuerzos y cenas como alimento sustancial para poder hacer frente a esta resistencia.

El ejemplo que nos brindan estas redes de apoyo, las y los voluntarios, las organizaciones que se han sumado a la iniciativa y la ciudadanía que a su manera ha querido ser aporte y contribución, nos deja abierta la puerta para pensar que estamos cada vez más cerca de la hora de la reorganización, más cerca del tiempo en el que logremos pasar de las ligeras indignaciones a las auténticas transformaciones de este mundo que al parecer ya no nos soporta siendo los mismos de siempre.


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