María Alejandra Díaz Marín
En el neoliberalismo no existe compatibilidad entre política nacional
y economía liberalizada. Todo intento de construir un Estado inserto en
el liberalismo (dominación) es inversamente proporcional a una política
social y económica soberana, nacionalista.
En Alemania (1983), para salir de este dilema se inventa la fórmula del ordoliberalismo: arte de gobernar lo social (gobernanza) e imponer la legitimidad de la libre competencia artificialmente diseñada, reduciendo el Estado a su mínima expresión.
Plantean abstenernos de modificar la competencia e intervenir frente a las desigualdades iniciales. La intervención de los poderes públicos distorsiona la economía, favorece a unos discriminando a otros actores económicos.
Abandonar políticas sociales, controles y distribución equitativa en el acceso a bienes de consumo. Según estos dogmáticos el subconsumo generado por desventajas o incertidumbres compartidas garantizarían un mínimo vital a quienes no puedan asegurar su existencia: la administración de las migajas del Estado artefacto. La economía garantiza a cada quien autoasegurar su propia reserva privada contra fatalidades de la vida: cero pensiones, sistema de salud, educación y vivienda. Capitalismo popular en todo su apogeo.
El inconveniente de aplicar políticas ordoliberales en Venezuela es nuestra Constitución: el Estado es la expresión del pueblo, la economía de mercado no regula la sociedad, las políticas sociales no son de asistencia mínima vital sino de producción social, felicidad y bien común.
Nuestro modelo de Estado democrático social de derecho y de justicia removió obstáculos para garantizarnos una vida digna, utilizando como palanca el dominio público de los recursos naturales y el ideario bolivariano humanista emancipador.
Cualquier política contraria, destinada a abandonar el papel de Estado al servicio de la ciudadanía, renunciando a intervenir en la economía, a la larga será rechazada por todos los venezolanos.
Venezuela, con el conjunto de restricciones que sufre no debe proponerse el ordoliberalismo, necesita una política proteccionista nacional y familiar que nos haga ser mejores, nos dé coherencia en el tiempo, perdurando, sin deshacernos en el entorno hostil. Constituyente
En Alemania (1983), para salir de este dilema se inventa la fórmula del ordoliberalismo: arte de gobernar lo social (gobernanza) e imponer la legitimidad de la libre competencia artificialmente diseñada, reduciendo el Estado a su mínima expresión.
Plantean abstenernos de modificar la competencia e intervenir frente a las desigualdades iniciales. La intervención de los poderes públicos distorsiona la economía, favorece a unos discriminando a otros actores económicos.
Abandonar políticas sociales, controles y distribución equitativa en el acceso a bienes de consumo. Según estos dogmáticos el subconsumo generado por desventajas o incertidumbres compartidas garantizarían un mínimo vital a quienes no puedan asegurar su existencia: la administración de las migajas del Estado artefacto. La economía garantiza a cada quien autoasegurar su propia reserva privada contra fatalidades de la vida: cero pensiones, sistema de salud, educación y vivienda. Capitalismo popular en todo su apogeo.
El inconveniente de aplicar políticas ordoliberales en Venezuela es nuestra Constitución: el Estado es la expresión del pueblo, la economía de mercado no regula la sociedad, las políticas sociales no son de asistencia mínima vital sino de producción social, felicidad y bien común.
Nuestro modelo de Estado democrático social de derecho y de justicia removió obstáculos para garantizarnos una vida digna, utilizando como palanca el dominio público de los recursos naturales y el ideario bolivariano humanista emancipador.
Cualquier política contraria, destinada a abandonar el papel de Estado al servicio de la ciudadanía, renunciando a intervenir en la economía, a la larga será rechazada por todos los venezolanos.
Venezuela, con el conjunto de restricciones que sufre no debe proponerse el ordoliberalismo, necesita una política proteccionista nacional y familiar que nos haga ser mejores, nos dé coherencia en el tiempo, perdurando, sin deshacernos en el entorno hostil. Constituyente
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