1. Empecemos hablando de un elemento central de la política, la democracia. ¿Cuál crees que es su estado de salud en la actual América Latina en disputa?
América
Latina es el escenario de intensa disputa por lo que va a entenderse y
defenderse como democracia. Por una parte están las fuerzas
conservadoras, neoliberales y neofascistas, para quienes democracia es y
tiene que ser el endurecimiento de los roles, los lugares y las
fronteras entre los que mandan, por sus destrezas políticas, y los que
obedecen, por su hábito de sumisión; entre los que tienen méritos,
conocimientos y son exitosos, y los que son ignorantes y por ello
atrasados; entre los que tienen riqueza por sus elevadas competencias, y
los pobres que son los fracasados. Para ellos la democracia es sólo un
mecanismo de selección rutinaria de los más fuertes, competitivos y
astutos para contener y disciplinar a los perdedores. Por eso no es
extraño que en momentos de emergencia el discurso neoliberal transite de
manera normal al discurso fascistoide, porque es sólo una exacerbación
en momentos de excepción.
Frente a
ellos, está una manera plebeya de entender, practicar y defender la
democracia como un continuo movimiento de ampliación de derechos,
comenzando por los derechos políticos a participar en la toma de
decisiones de la vida en común, culminando en la ampliación del derecho a
participar en el disfrute de los bienes económicos de una sociedad, de
la riqueza colectiva, de los bienes colectivos y de la propiedad.
Democracia como estrategias de contención de la plebe
o democracia como igualdad plebeya son las dos narrativas prácticas de
lo democrático que se están disputando en el territorio latinoamericano
de una manera tal que ninguna logra consolidarse de manera duradera, en
medio de avances y retrocesos simultáneos. La democracia de igualdad
retrocede en Brasil, pero logra triunfar México; logra una gran
victoria en Argentina, pero cede frente al neofascismo en Bolivia.
A
inicios del siglo XXI vino toda una década de una gran oleada de
ampliación sustantiva de la democracia que llevó a que la mayor parte de
los países latinoamericanos tuviera una sociedad movilizada expandiendo
democracia y eligiendo gobiernos progresistas que fueron
institucionalizando esos logros. Sin embargo, se trató de una oleada
temporal que no logró consolidarse estructuralmente, ya sea por límites y
luchas internas como por asedios externos, que dio paso a un reflujo de
estas experiencias y a una contraoleada conservadora. Esta última
tampoco logró ocupar todo el espacio continental ni articular un
horizonte de expectativas de largo aliento, dando lugar a un escenario
complejo de una simultaneidad coetánea de oleadas progresistas y
restauradoras, de democratizaciones y desdemocratizaciones.
Lo
paradójico de este escenario es que tanto la ampliación de derechos
como la contrainsurgencia social -de hecho, procesos antagónicos- se
hacen a nombre de la “democracia”; es como si la palabra desempeñara el
rol de un imperativo de verdad, del que nadie puede desprenderse, pero
al que todos quisieran darle su propia definición. Por ello lo que está
en disputa no es tanto la “democracia” como forma de gobierno sino el
significante de lo democrático: como modo de construcción ampliada de
igualdades sociales sustantivas o como modo de sujeción de las
desigualdades sociales. Y esa batalla por la significación de lo
democrático, que tiene a su vez una función performativa de la realidad
material del mundo, tiene como escenario a América Latina; una geografía
social convulsa, intensa y en muchos aspectos vanguardista. De cierto
modo, de lo que pase en América Latina va a depender lo que se entenderá
por democracia en el mundo a futuro.
Está
claro que para las clases populares la lucha por la democracia y la
importancia de los actos electorales sólo cobran sentido si son el modo
para lograr la igualdad, la ampliación de derechos, la satisfacción de
necesidades. Por eso a medida que las distintas fracciones populares
concurren en cohesión creciente, la democracia de igualdad gana
terreno y legitimidad en nuestras sociedades. E inversamente, a medida
que las elites adineradas y privilegiadas logran fragmentar y
desmoralizar a los sectores populares, la democracia de contención adquiere
preponderancia con su apego a los rituales electorales como único
contenido de lo democrático. Y ambas maneras de entender la democracia
hoy se disputan en cada rincón del continente, sin una clara supremacía
de una sobre la otra, en un tipo de escurridizo y geográficamente
cambiante “equilibrio catastrófico”.
2. ¿Pueden convivir el racismo (más estructural) con la democracia en América Latina? ¿Hay solución frente a esa pulsión de odio hacia los sectores populares que se observa en Bolivia, pero también fuertemente en países como Brasil, Perú o Argentina?
Toda
sociedad está conformada por personas que tienen más dinero que otras;
que poseen propiedades inmuebles, una o varias, mientras que otras no; o
familias cuyos miembros, de dos o más generaciones, han alcanzado
profesionalizarse en tanto que otras familias sólo lograron terminar el
bachillerato o menos. Pues bien, esas familias que poseen muchas
propiedades, mucho dinero, muchos recursos, aunque no se conozcan entre
sí, tienen afinidades en su preocupación por defender sus riquezas, por
rodearse de personas que piensen más o menos parecido y que sus hijos se
emparenten con otros jóvenes que ayuden a preservar o aumentar sus
posesiones. Esta convergencia de intereses objetivos y expectativas
subjetivas de conglomerados sociales es una clase social. Y lo mismo
sucederá con quienes no tienen ninguna propiedad inmueble o muy bajos
ingresos monetarios; o entre quienes tienen pequeñas propiedades
inmuebles o empresariales. Cada una de estos conglomerados es una clase
social o una fracción de clase.
Sin
embargo, en sociedades poscolonizadas, las diferencias étnicas -ya sea
idiomáticas, culturales o somáticas con las que inicialmente se
identificaba visiblemente la ubicación de la clase colonizadora o de la
clase o clases colonizadas- con el tiempo se constituyen en bienes
igualmente monopolizables que demarca distinciones con efecto material
en una economía de valoraciones y devaluaciones, según se exhiba alguno
de los polos. Esto hace de la etnicidad un recurso, un activo, un
“capital” en el caso de exhibir la etnicidad dominante; o una
devaluación de su condición social, en el caso de que se exhiba la
etnicidad dominada. Esto significa que en sociedades poscoloniales, la
etnicidad es un componente objetivo más de la condición de clase social,
y es usado para establecer estrategias de contención, devaluación o
ascenso social.
Pero también en las sociedades poscolonizadoras -y en momentos de una intensificación de los flujos migratorios de países pobres a países más ricos- la etnicidad va a ser usada para regular el acceso a derechos de reconocimiento y de ciudadanía. De ahí que, en general en el mundo, la etnicidad sea una estrategia discursiva performativa de reubicación subalternizada de clase, un modo de forzar permanentemente fronteras imaginadas y visualizadas de clase con efecto de construcción material de clase social.
Pero también en las sociedades poscolonizadoras -y en momentos de una intensificación de los flujos migratorios de países pobres a países más ricos- la etnicidad va a ser usada para regular el acceso a derechos de reconocimiento y de ciudadanía. De ahí que, en general en el mundo, la etnicidad sea una estrategia discursiva performativa de reubicación subalternizada de clase, un modo de forzar permanentemente fronteras imaginadas y visualizadas de clase con efecto de construcción material de clase social.
Por
ello todo proceso de construcción de igualdad social necesariamente
requiere desmontar el capital étnico, diluir las fronteras étnicas que
“naturalizan” las desigualdades. Toda democracia de igualdad no
sólo debe mejorar los ingresos de las clases populares sino que
obligatoriamente debe suprimir las barreras discursivas e imaginadas de
los “lugares” de las clases sociales. Pero, a la vez, toda democracia de contención
ha de revitalizar y exacerbar esas diferencias étnicas precisamente
para blindar los privilegios de los pocos ante el ascenso y el derecho
de los muchos. Toda igualdad vuelve porosa, difusa y flexible los
lugares de clase, los oficios de clase, las fronteras étnicas de clase. Y
esto erosiona muchos privilegios de clase. Y es contra ello que las
clases que se ven afectadas por sus privilegios, antiguas clases altas y
medias, buscarán oponer resistencia, utilizar la fuerza y, por sobre
todo, reforzar las distinciones étnicas. Se trata de una manera
emocional y corporal de oponerse a la igualdad y, por ello, tanto más
rencorosa y brutal. Es el momento de paroxismo político de las clases
privilegiadas que las lleva a diluir sus diferencias con las formas
fascistizadas del poder estatal y a revelar la impostura que se halla
detrás de cualquier democracia de contención.
Todo proceso de construcción de igualdad social necesariamente requiere desmontar el capital étnico, diluir las fronteras étnicas que “naturalizan” las desigualdades.
De
una u otra manera la etnicidad es, por tanto, un campo de batalla de la
propia democracia a la que ningún país del mundo escapa. Las políticas
de inmigración implementadas por los países del Norte son, sin lugar a
dudas, políticas racistas que subalternizan y limitan derechos,
planetariamente a países, o nacionalmente a las clases laboriosas
migrantes.
El hecho de que el racismo nuevamente haya despertado en el mundo -y, particularmente, en algunos países del continente- es una señal de la gravedad y radicalidad que están alcanzado las luchas por la igualdad y contra la igualdad. Y, de hecho, es previsible una intensificación de las luchas por las fronteras étnicas como estrategia de defensa de privilegios de clase. En el fondo, todo racismo es un método contrainsurgente de la igualdad, es decir, de la democracia.
El hecho de que el racismo nuevamente haya despertado en el mundo -y, particularmente, en algunos países del continente- es una señal de la gravedad y radicalidad que están alcanzado las luchas por la igualdad y contra la igualdad. Y, de hecho, es previsible una intensificación de las luchas por las fronteras étnicas como estrategia de defensa de privilegios de clase. En el fondo, todo racismo es un método contrainsurgente de la igualdad, es decir, de la democracia.
3. ¿Cuáles son los principales desafíos que tienen las fuerzas del espectro progresista en la región, considerando el contexto global de avance de la hegemonía neoliberal y la radicalización de las fuerzas conservadoras?
En
términos generales, construir expansivamente fuerza social, fuerza
política movilizada y fuerza ideológico-cultural tanto para la lucha de
resistencia contra las ofensivas neoliberales como para la lucha por el
poder estatal, pero también para la defensa de sus logros y su
profundización.
Se dice fácil en un
párrafo, pero en realidad es la acción humana más compleja y trabajosa
del mundo. Las personas, los colectivos y las sociedades pueden
atravesar décadas y hasta siglos en esta búsqueda de esa fuerza social y
no logarlo. Pero es sólo ese horizonte lo que le da dignidad histórica a
las clases plebeyas y a la historia humana; y al final, en algún lado,
algún momento, todos los sufrimientos, las derrotas y los abusos
soportados pueden hallar un repentino desagravio que le devuelve al
pueblo la libertad de construir él mismo su destino.
De
manera comprimida, fuerza social significa capacidad de unir, de
articular las fracciones, los fragmentos, las divisiones y los
faccionalismos internos de las clases populares. Por definición, la
experiencia de la subalternidad es la experiencia de la desunión, y
entonces los esfuerzos para que la gente humilde halle en sus compañeros
de destino más afinidades que diferencias y busque soluciones a su
problemas de manera más colectiva que individual, es la formación de un
cuerpo social cada vez más extenso en el que sus integrantes amarran su
devenir en el devenir de los demás.
Fuerza
política es la capacidad de que esa articulación de acciones y
expectativas populares asuma la voluntad de gobernar, la convicción
practica de dirigir el país como un recurso inevitable para darle
validez material y legal a sus requerimientos.
Y
fuerza ideologico-cultural es la capacidad de lograr el consentimiento
activo de los movilizados, de los neutrales e incluso de los que
observan los acontecimientos, de que lo que se propone, se hace, se dice
y su búsqueda será beneficiosa para toda la sociedad, o al menos para
la mayor parte de ella. Nunca hay victorias populares prácticas, ni
políticas ni económicas, si previamente una parte importante de la
sociedad, comenzando por el propio pueblo, no está convencida de la
legitimidad de esos objetivos.
De
manera más precisa y particular en el caso de los gobiernos progresistas
de América Latina, hay tres tareas fundamentales para defender y
profundizar lo logrado.
La primera es
seguir ganando de manera multiforme y en todos los terrenos posibles
las batallas de las ideas legitimas de la sociedad, el monopolio de las
ideas fuerza y la dirección del sentido común predominante en torno al
cual las personas organizan su vida diaria y sus expectativas de futuro
inmediato. Es en la dirección de los componentes del sentido común donde
al final se dirimen las lógicas factuales del poder de toda nación.
Nunca
olvidar que si las tareas de los gobiernos progresistas se van
cumpliendo gradualmente, las condiciones de vida de las clases
laboriosas van mejorando y, al hacerlo, las expectativas sociales de los
sectores populares también se van modificando; es decir, el curso del
sentido común va transformándose. El espacio de expectativas de las
clases populares con ingresos bajos ha de ser distinto a las
expectativas emergentes de cuando tiene ingresos medios; y si los
gobiernos no saben comprender esta mutación de campos de expectativa
social, mantendrán un discurso y unas enunciaciones válidas para una
determinada composición de lo popular, pero inorgánica y anacrónica para
la nueva composición de las clases populares. Y, al final, si sólo las
fuerzas conservadoras logran entender esta modificación de narrativas
sociales, convertirán el logro de relativo bienestar popular en un arma
confrontada con los que fueron sus impulsores, los gobiernos
progresistas.
La segunda, dar
muestras palpables, convincentes y duraderas de que la búsqueda de
modelos económicos alternativos al neoliberalismo ayuda a reducir las
desigualdades sociales y generan mayor bienestar a las clases
mayoritarias que el que se tenía anteriormente. Los sacrificios que
todas las luchas por la igualdad suponen no pueden ser indefinidos; la
superioridad moral de los ideales tiene que venir acompañada de modos
palpables de conquista de espacios de bienestar que reafirmen la
convicción de que, aunque es largo el camino emprendido, es mejor que el
anterior abandonado. El posneoliberalismo no puede ser sólo un discurso
contestatario: tiene que ser una manera de reorganizar el uso de los
bienes comunes, de producir y redistribuir la riqueza de tal manera que
se vaya creando mayor igualdad y mejoras a las clases plebeyas.
La
tercera, mantener modos de movilización social capaces de defender los
logros, los derechos ampliados que conllevan los procesos progresistas.
Todo proceso progresista en favor de la igualdad que triunfa
políticamente supone distintas maneras de movilización social, de
autoorganización pública de las clases plebeyas. Su transformación en
poder de Estado no debe significar la disolución, ni la burocratización
ni el debilitamiento de las formas de organización social sino una
transformación, adecuada a las nuevas circunstancias, para ser poder
social y a la vez poder estatal. Es en esta dualidad, que a la vez es
una tensión política, donde radica la clave de la defensa y la expansión
de las experiencias progresistas.
Estar en el Estado y estar simultáneamente fuera del Estado es una contradicción. Pero en el cabalgar esta contradicción radica la clave de la continuidad y defensa de la experiencia progresista de la democracia como construcción de igualdad.
Sólo
poder social sin poder estatal deja en manos de las clases adineradas
el monopolio y los recursos estatales que serán utilizados para
desmontar, más pronto que tarde, el poder social logrado por las clases
populares. Pero, a la vez, sólo poder estatal sin poder social que lo
acompañe siempre convierte la fuerza y la lucha social en un meros
engranajes administrativos del Estado, Y sus intenciones y decisiones,
por muy favorables que sean en favor del pueblo, no sólo serán
decisiones tomadas por los que monopolizan el poder del Estado, sino que
la defensa o el fin de esas medidas recaerá en las propias estructuras
coercitivas del Estado y ya no en la propia sociedad. Y al final, en
este caso la duración del progresismo dependerá del humor de las fuerzas
coercitivas del Estado, siempre susceptibles al soborno de los poderes
fácticos internos y externos, y al encuadramiento con las emisiones
discursivas de las clases altas enemistadas con la igualdad. Quien, al
final, defenderá sus logros ante las múltiples amenazas necesariamente
tiene que ser la propia sociedad organizada, las distintas maneras
orgánicas que las propias clases populares, por territorio, oficio o
afinidad, han creado a lo largo de las luchas contra el neoliberalismo.
La
fuerza social que triunfa y sostiene las experiencias progresistas no
puede ser solamente administradora del Estado. Es un hecho de igualdad
que los sectores plebeyos puedan ocupar la gestión estatal, pero a la
vez es una necesidad imprescindible del propio triunfo popular mantener
la vitalidad de la fuerza social por fuera del Estado. Estar en el
Estado y estar simultáneamente fuera del Estado es una contradicción.
Pero en el cabalgar esta contradicción radica la clave de la continuidad
y defensa de la experiencia progresista de la democracia como
construcción de igualdad.
4. Tomando la experiencia de la primera década del siglo XXI, ¿qué mecanismos de integración regional sería necesario reactivar o fortalecer prioritariamente en el contexto actual y qué rol podrían asumir los gobiernos de México y Argentina en este proceso?
UNASUR
y CELAC son dos organismos continentales que emergieron en el momento
de mayor autodeterminación continental en toda su historia, desde las
guerras de independencia del siglo XIX.
Este
acto de autodignificación continental que rompía el oprobioso vasallaje
de gobiernos al dinero y los mandatos de Estados Unidos no requirió
unanimidad de creencias políticas de los gobiernos latinoamericanos. Si
bien ambas organizaciones nacieron en momentos de una mayoría de
gobiernos progresistas en el continente, esto no suponía ninguna
homogeneidad ideológica ni mucho menos. Los gobiernos progresistas
tenían posturas ideológicas bastantes diversas e incluso varios países
importantes, como Colombia o México, estaban gobernados por presidentes
claramente conservadores. Sin embargo, mas allá de esta pluralidad
ideológica, primó en todos ellos una fuerza moral de que los
latinoamericanos podemos debatir y definir nuestros asuntos de interés
sin tutelajes ni padrinazgos.
Y con
sólo esa postura se comenzó a escribir una historia continental de nuevo
tipo al margen de controles coloniales y sumisiones voluntarias. Fue
una década de oro de la dignidad latinoamericana. Ello no significa que
hayamos logrado la unidad continental económica. Ese es un largo camino
marcado por infinidad de dificultades y retos que apenas se comenzaron a
vislumbrar. Pero lo invalorable de las experiencias de UNASUR Y CELAC
es que los objetivos a buscar como pueblos latinoamericanos, los diseños
a construir para la unidad, las dificultades a superar, los comenzamos a
debatir entre latinoamericanos. Por primera vez en 100 años no había
ningún norteamericano simulando hablar castellano queriendo enseñarnos
lo que deberíamos hacer. Y es que, en definitiva, somos otro continente,
desplegamos otras culturas, tenemos otras necesidades radicalmente
distintas a la norteamericana. Y si bien en algún momento hay que pensar
en una unidad de todas las américas, para que esa unidad no sea un
nuevo vasallaje se requiere previamente un largo camino de unidad
económica, política y cultural de los latinoamericanos.
Hoy
CELAC y UNASUR están congelados. De hecho, esos organismos son vistos
como una ofensa a Estados Unidos, cuando en realidad lo único que se
hizo es tener el derecho a hablar sólo entre latinoamericanos. Su
revitalización es una obligación de dignidad y de necesidad material
continental, porque necesitamos un espacio común para buscar entre
latinoamericanos las maneras de colaborarnos para hacer frente al caos
económico planetario que amenaza con arrasar las condiciones de vida de
nuestros pueblos. Solos, cada país por su cuenta, somos irrelevantes
para el mundo. Juntos, somos una potencia a ser tomada en cuenta.
Pero
ello va a requerir no sólo un mayor número de países con gobiernos
progresistas sino, además, que Brasil, la mayor economía continental,
cambie de rumbo político. Su densidad territorial, geográfica y
demográfica curva el espacio-tiempo continental y mundial, y su
presencia activa es decisiva. En tanto, hay que desplegar articulaciones
geográficamente discontinuas para avanzar en acuerdos comerciales y
productivos frente a la recesión económica mundial, para elaborar
agendas temáticas comunes, etc. Pero lo que no necesita otra correlación
de fuerzas estatal es la articulación continental territorialmente
continua de los pueblos, de las organizaciones populares que luchan por
una patria digna y por la igualdad. Es el escenario de la sociedad civil
en lucha el lugar donde hay que desarrollar mayores esfuerzos para ir
construyendo una plataforma de debates y acción colectiva en defensa de
los derechos de los pueblos.
5. ¿Por qué tuvo éxito este último intento de golpe de Estado en Bolivia? ¿Qué circunstancias y actores cree que lo posibilitaron y que no estuvieron presentes cuando lo intentaron en 2008?
Tanto
el golpe de estado del 2008 como el del 2019 tuvieron como base social
movilizada a la clase media tradicional; en el primer caso, reacia a los
procesos de igualdad y participación social anunciados, y en el segundo
caso en rechazo a los procesos de igualdad y participación social ya
alcanzados. Con una diferencia: en el 2019 la rebelión de las clases
medias tradicionales tuvo una presencia territorial extendida a todas
las principales ciudades de Bolivia; ya no era una movilización regional
circunscrita a las regiones del Oriente, como el 2008; esta vez ocupó
las principales ciudades de los 9 departamentos. Pese a ello, las
organizaciones sociales populares también lograron movilizar sectores
campesinos, obreros y vecinales a nivel nacional, conteniendo y
gradualmente debilitando a las fuerzas reaccionarias.
Pero
la diferencia decisiva que modificó drásticamente la correlación de
fuerzas fue la inclinación de la Policía y luego las Fuerzas Armadas
hacia el golpe de Estado. Al final esto fue lo que definió la victoria
de los restauradores.
El 2008, tanto
la Policía como las Fuerzas Armadas al igual que ahora mostraron una
sospechosa inoperatividad para defender las instituciones estatales.
Pero entonces al menos se mantuvieron “neutrales” en esta disputa social
y sólo salieron cuando la victoria popular ya estaba alcanzada.
El
2019, en cambio, en momentos en que la capacidad de movilización de las
fuerzas conservadoras declinaba y no lograban victimizarse pese a
reiteradas provocaciones para ser reprimidos, los pronunciamientos de la
Policía y luego de las Fuerzas Armadas, desconociendo el orden
constitucional y colocando las armas del lado de los golpistas, definió
el escenario a su favor. Desde ese momento la posibilidad de aplacar el
golpe de Estado pasaba por que las fuerzas obreras, campesinas y
populares se enfrenten a las instituciones armadas con la inminencia de
cientos de muertes en los sectores populares. Y esa fue la decisión que
no tomamos ni hubiéramos tomado en ninguna circunstancia.
6. Llevas mucho tiempo conceptualizando y analizando a las “clases medias de origen popular”, una clase social surgida a la luz de las políticas sociales y económicas de corte progresista en Bolivia. ¿Cómo analiza su comportamiento político, en el sentido amplio de la palabra, y particularmente frente al golpe de Estado? Y ¿qué acciones debería tomar un Gobierno progresista para atraer hacia sí a este sector?
Si
un Gobierno progresista va cumpliendo sus metas ha de mejorar las
condiciones de vida de los sectores más humildes y pobres de la
sociedad. Este es como un termómetro del cumplimiento de la regla de la democracia de igualdad.
Mayor participación social en las decisiones estatales, distribución de
la riqueza, reducción de las desigualdades, satisfacción de necesidades
humanas y ampliación de derechos son los parámetros desde donde se
evalúan las acciones de los gobiernos progresistas.
En
Bolivia, para sólo fijarnos en términos de capacidad adquisitiva, en 13
años de Gobierno progresista, un 30% de la población pobre y
extremadamente pobre logró pasar a ser una población de ingresos medios.
La mayor parte sigue siendo obrera, campesina, asalariada, pero con
derechos ampliados e ingresos notablemente aumentados (entre un 300 a un
500%). De ellos, una parte importante, además de mejorar su ingreso, ha
logrado su ascenso social calificando o modificando su oficio: de
obrero a obrero calificado; de campesino a transportista o pequeño
productor urbano; de vendedor a profesional o propietario de una casa
rentada o negocio, etc. Es decir, han modificado su condición de clase
pasando a ser nueva clase media de origen popular e indígena.
Se
trata de una clase media que no reniega de su identidad indígena porque
es ella, y fue la lucha por su reivindicación social la que le ha
llevado a ese raudo ascenso social; pero además porque son las redes
sociales étnicas, los vínculos de paisanaje, el apellido del ayllu,
las capilaridades del parentesco las que objetivamente le brindan el
espacio social del éxito de su oficio, la continuidad de sus ingresos,
la ampliación y modernización de sus negocios. De hecho, su vínculo con
el Estado, que controla el 38% del PIB y es el mayor contratador de
obras y oficios, lo logra gatillando la cohesión e identidad colectiva
sindical e indigena, por lo que la preservación de su identidad es
también un activo de sus emprendimientos económicos.
Pero
a la vez se trata también de una clase social nueva, es decir, que aún
no ha sedimentado una cultura propia sólida resultante de su nueva
condición social. No ha producido todavía sus propios prestigios en
torno a los cuales las competencias interclasistas se reconocen, ni ha
forjado sus propios especialistas de formación de opinión pública. Por
ello, a pesar de ser tan numerosa como la clase media tradicional
surgida de la revolución de 1952, con sus apellidos notables y
profesionalización de segunda generación, la nueva clase media también
está expuesta a los procesos de clasificación, distinción y formación de
opinión irradiados por la clase media tradicional.
Y
entonces su misma cualidad social está en transición. Muchas veces
intenta imitar las poses, las actitudes y los prejuicios de las clases
medias tradicionales. Pero se trata de prejuicios coloniales esgrimidos
precisamente para impedir que gente como ellos, provenientes del mundo
popular indígena, entre o sea aceptada por integrantes plenos de la
clase media. Pero la opción de renegar de su propio origen para arañar
un blanquemiento social tampoco es una apuesta rentable, porque la
eficacia de sus actividades laborales y la mejora de sus ingresos
económicos se deben, precisamente, a la vigencia de redes étnicas y a la
afirmación de su identidad colectiva en su relacionamiento laboral con
el Estado.
Esta ambivalencia del ser
social de la nueva clase media de origen popular se ha reflejado
nítidamente en su comportamiento electoral y ante el golpe de Estado.
Una parte notable ha seguido votando por Evo, lo que le ha permitido una
importante votación en las ciudades, y no ha salido a las
movilizaciones convocadas por las fuerzas reaccionarias. Los
protagonistas de las marchas y bloqueos urbanos han sido
fundamentalmente estudiantes de las universidades privadas y profesores
universitarios de las públicas, en tanto que los estudiantes de las
universidades públicas, con excepción de Sucre y Potosí -donde
prevaleció el tema regional más que el de clase-, tuvieron una diminuta
participación.
Una parte de la nueva
clase media seguramente ha votado a candidatos opositores (bajamos del
61% al 47,5% de preferencia electoral), pero es probable que una parte
de esos 14 puntos perdidos se deba a que nuestra propuesta discursiva,
elaborada fundamentalmente para interpelar a los sectores populares
bajos, no le haya significado una respuesta ni una identificación
emotiva a las expectativas de la nueva clase media.
Las tareas que se desprenden de todo ello son varias:
La
primera, los proyectos progresistas tienen que tener la capacidad de
ampliar y modificar sus construcciones discursivas de tal manera que
sobre la base irrenunciable de la convocatoria al núcleo duro popular,
humilde y pobre, también deben tomar en cuenta las nuevas expectativas y
disponibilidades de los sectores medios de origen indígena-popular
emergentes de las propias transformaciones igualitarias impulsadas por
los gobiernos progresistas. No puede darse la paradoja de que las nuevas
clases medias resultantes de las políticas implementadas por los
gobiernos progresistas sean las que luego se coloquen al frente para
oponérseles. No es cierto que hay una “enajenación” que hace que las
nuevas clases medias se vuelvan contra los proyectos populares. Lo más
probable es que los proyectos populares no comprendan las
características de las transformaciones sociales que ellos mismos han
creado y tiendan a mantener el discurso anquilosado en una realidad
social inicial de la que partieron, pero que ahora está modificada
precisamente por el éxito de las políticas sociales implementadas.
La democracia de igualdad,
si es un proceso duradero, ha de promover una transformación de
movilidad y ascenso social de las clases sociales plebeyas del país;
entonces, el bloque de poder inicial que dio lugar al proceso
progresista o revolucionario con el tiempo debe transformarse en otro
bloque de poder, ampliando discursos y propuestas en correspondencia a
los desplazamientos estructurales de las clases sociales del país.
En
segundo lugar, los gobiernos progresistas deben extremar esfuerzos para
impedir el encostramiento clasista o repliegue sobre sí de las viejas
clases medias tradicionales frente al ascenso de nuevas clases medias.
El encuevamiento resentido de las clases medias siempre ha sido el mejor
caldo de cultivo de las salidas fascistoides que le prodigan argumentos
morales y racistas al pánico que viven ante el declive de sus
privilegios de pequeña clase media.
Sin
negociar un sólo milímetro los procesos de igualación social, de
mejoras del bienestar popular y de la ampliación de las clases medias,
los gobiernos progresistas deben crear vasos comunicantes con esos
sectores para facilitarles reconocimientos y mecanismos flexibles de
ligera movilidad social ascendente. Se debe comprender que las
sociedades tienen una dualidad en sus formas de reconocimiento y
representación: son a la vez colectivas, sindicales, corporativas, como
también individuadas. Y ambas deben tener modos eficientes de ser
convocadas por el Estado.
En tercer
lugar, una amplia política educativa y persuasiva en todos los terrenos
de la vida diaria de desracializacion de las relaciones sociales.
Todo
proceso de igualdad social tiene un costo inevitable: la devaluación de
los privilegios de las clases tradicionales. No hay otro camino posible
de implementar una democracia de igualdad en favor de las clases
laboriosas. Pero lo que sí se puede hacer es atemperar y fragmentar las
resistencias a estos momentos de justicia histórica.
7. ¿Cuáles serían los principales retrocesos que sufriría Bolivia bajo un Gobierno electo conservador? ¿Cómo es la Bolivia que pretenden construir las propuestas de derecha (tanto las más radicales como aquellas que se autoproclaman “moderadas”?
Las
fuerzas conservadoras tienen un objetivo que las justifica y las
impulsa moralmente: detener la igualdad, contener a las clases plebeyas
vistas como “salvajes”, “criminales” o “marcianas”. El triunfo de la
restauración será el triunfo de la desigualdad y la injusticia histórica
convertida en Estado y narrativa oficial.
Y
ello pasará inevitablemente, como ya sucedió antes, por una nueva
concentración de la riqueza social mediante la privatización de los
recursos y empresas estatales; un achicamiento de las políticas
redistributivas que beneficiaban a los más pobres y una parálisis a los
procesos de movilidad social ascendente, comenzando por impedir a los
sectores populares el acceso a contrataciones estatales, anular el
derecho de los sindicatos y organizaciones sociales a decidir
gubernamentalmente sobre los asuntos nacionales, terminando en un
acelerado deterioro del acceso a una salud, educación y trabajo dignos
por parte de las clases populares.
Es
la receta neoliberal conocida en el mundo entero y que en Bolivia ya
fracasó y volverá a fracasar en corto tiempo. Y es que los restauradores
no son portadores de un nuevo proyecto de economía Estado y social
capaz de provocar esperanzas irradiantes y adhesiones esperanzadoras. Su
proyecto es un recalentado del viejo neoliberalismo, azuzado por el
revanchismo y el odio de clase. Eso mueve pasiones temporalmente, no
construye sociedades de manera duradera
8. El lawfare (judicialización de la política) es un fenómeno creciente en el mundo, y particularmente en la región latinoamericana. En el caso de Bolivia, ha aparecido con alta intensidad en estas semanas tras el golpe. ¿Cómo incidirá esta situación en los próximos comicios y de cara a la institucionalidad democrática en los próximos años en Bolivia?
Desde
el golpe de Estado en Bolivia se detiene al abogado que defiende a un
inculpado. Se encarcela a los familiares que buscan ropa del hijo o del
hermano enjuiciado. Se asesina a bala a humildes pobladores y los
responsables tienen inmunidad institucional. Hoy, a dos meses de los más
de 29 asesinatos a bala y 400 heridos, no existe ni una sola causa de
investigación abierta. Pero para las secretarias y familiares de
exministros hay decenas de fiscales abriéndoles causas penales. La
justicia ha devenido una oficina operativa del Ministerio de Gobierno
que distribuye acusaciones según la ideología que profesan las personas.
Nuevamente
ser socialista, comunista o indianista es un delito fragrante que
amerita un linchamiento mediático y una detención preventiva. El
lenguaje de la venganza se ha apoderado del Estado. Si informas
objetivamente eres ya un sospechoso de sedición por estar “abusando” de
la libertad de información. Si fuiste miembro del anterior Gobierno, el
Gobierno golpista ha garantizado “cazarte“ y ganas no le faltan de
pedirte que andes con tu “testamento bajo el brazo”, como solían hacer
sus amigos militares en tiempos de la dictadura.
El Derecho ya es sólo la furia vengativa de los golpistas. No les importa ni siquiera similar equilibrio, pues las armas y las tanquetas están prestas a silenciar en culquier momento a los inquietos y descontentos.
El Derecho ya es sólo la furia vengativa de los golpistas. No les importa ni siquiera similar equilibrio, pues las armas y las tanquetas están prestas a silenciar en culquier momento a los inquietos y descontentos.
Si
han estado dispuestos a asesinar impunemente, no tienen ningún reparo
moral en encarcelar ilegalmente. Por ello, el utilizar la “justicia”
como arma electoral para chantajear a la sociedad, coaccionar a
candidatos y atemorizar a electores va a ser una rutina en las
siguientes semanas. La maquinaria de un fraude electoral en favor de las
fuerzas políticas de la derecha restauradora está en marcha.
Por
ahora no hay ninguna garantía de elecciones libres y transparentes. De
ahí la importancia de una movilización internacional de carácter
institucional e inmediata para exigir un proceso electoral limpio en el
que ningún elector se sienta intimidado al momento de opinar y a emitir
su voto. Cuantas más instituciones de carácter institucional vigilen
todos los pasos y mecanismos del proceso electoral mejor para acercarnos
a unas elecciones libres.
9. Tras el quiebre de la institucionalidad en Bolivia, ¿cuáles cree que son los principales desafíos para el progresismo en general y para el MAS en particular, tanto en lo político como en lo electoral?
Comprender
que toda trasformación en favor de la igualad social inevitablemente
afectará a un segmento de la sociedad que impulsará un contraproceso
social en favor de la desigualdad.
Comprender
que toda victoria política es, en primer y en último lugar, una
victoria ideológico-cultural. Cualquier descuido en ello abrirá fisuras
peligrosas en la legitimidad gubernamental. El poder es un
convencimiento tácito entre los que tienen el poder, pero también con
los que no lo tienen.
Comprender que
el poder estatal es una sustancia social que atraviesa a todas las
personas y es constantemente monopolizada en instituciones. Si unos no
lo tienen, este no se disuelve ni desaparece; se reconcentra en la
decisión y acción de otras personas a través de las mismas u otras
instituciones.
Comprender que las
victorias progresistas siempre se han debido a una combinación de luchas
sociales por fuera del Estado y luchas sociales dentro de las
instituciones del Estado. La defensa de los logros democráticos de
igualdad también han de defenderse sólo con fuerza social institucional
desde el Estado y con fuerza de movilización social por fuera del
Estado.
Comprender que sólo una
permanente y fluida retroalimentación deliberativa entre dirigentes de
organizaciones sociales y los asociados de base garantiza una sana
inclusión del pueblo en la administración del Estado, pero también una
fuerte capacidad de movilización por fuera del Estado.
Comprender que las derrotas tienen que convertirse en el laboratorio de las futuras victorias.
Comprender que las derrotas tienen que convertirse en el laboratorio de las futuras victorias"
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