Pasqualina Curcio
Más temprano que tarde los mercados deberán autorregularse”. Es una frase muy cierta, el problema es que cuando lo hacen, siempre es a favor de los dueños del capital, o sea de la burguesía.
La mano (in)visible del mercado. Fue Adam Smith, reconocido por muchos como el padre de la economía, quien en 1759, en un trabajo titulado La teoría de los sentimientos morales, echó el cuento de que los mercados se regulan por sí solos y escribió que el sistema económico tiene un orden propio regido por el principio de “la mano invisible”. Este principio establece, según Smith, que todo individuo al buscar de manera egoísta su propio bien personal está siendo guiado por una mano, que aunque nadie la ve, actúa en los mercados y “garantiza la consecución del bien para toda la sociedad”.
En otras palabras, afirmó que los mercados no solo se autoregulan, sino que además, al hacerlo “garantizan la consecución del bien para toda la sociedad”. Basados en este principio de la mano (in)visible, los teóricos neoclásicos de la economía, sobre todo los de la corriente neoliberal y entre ellos los monetaristas, sustentan su afirmación de que el Estado no debe intervenir en los mercados. Afirman que no tiene por qué regularlos y mucho menos debe el Estado producir y distribuir bienes y servicios. Según algunos de estos teóricos dogmáticos, la intervención del Estado en los mercados genera ineficiencia. Como toda teoría que busca explicar la realidad, ésta se basa en supuestos y como siempre, el papel aguanta todo.
Supuestos teóricos de la mano (in) visible. El principio de la mano (in) visible supone, por ejemplo, que no existen los monopolios, por lo tanto no hay productores que puedan ejercer su poder y dominio en la fijación de los precios. Nada más alejado de la realidad. Basta leer el último informe de Oxfam en el que muestran que 10 empresas transnacionales, con ingresos promedios diarios de US$ 1.100 millones, dominan el mercado de alimentos a nivel mundial. Lo propio ocurre con los medicamentos, productos de higiene, vehículos, sistema financiero y todos los bienes esenciales para la vida.
Supone también que hay libre movilidad de factores, esto significa que si usted es asalariado y no está conforme con lo que le paga su patrono puede renunciar e inmediatamente conseguirá un empleo en el que le paguen el salario que usted pida. En este caso, para qué tendría que intervenir el Estado fijando salarios mínimos si usted asalariado puede resolver por sí solo. Sin comentarios. Un tercer supuesto es el de la información simétrica, es decir, según ellos, todos los compradores y vendedores manejamos la misma información. Teóricamente se supone, por ejemplo, que cuando usted va a comprar un carro usado tiene exactamente la misma información de quién se lo vende, o sea sabe cuántas veces fue chocado el vehículo y cuántas veces le fundieron el motor. Tampoco tenemos comentarios al respecto.
«El objetivo es que desaparezca la explotación”
Los mercados, por sí solos, fallan
Por allí por la década de los 90, en pleno apogeo del neoliberalismo, Joseph Stiglitz, Premio Nobel 2001, quien por cierto no es para nada socialista, afirmó que los mercados fallan, que no existe la mano (in)visible, que es necesaria la intervención del Estado en la economía para garantizar la eficiencia. Fallan porque hay monopolios que ejercen su poder en los mercados, porque no es verdad que todos manejamos la misma información. Afirmó que estas fallas no son la excepción, son la norma.
Hasta el propio Milton Friedman, también Premio Nobel 1976 y padre del neoliberalismo más salvaje, es decir, del monetarismo, escribió en 1962 en su libro “Capitalismo y libertad”: “…Si el monopolio técnico lo es de un servicio o artículo que se considera esencial, y si su poder monopolístico es considerable, puede ser que incluso los efectos a corto plazo de un monopolio privado, sin regulación, fueran intolerables. En este caso la regulación o la propiedad estatal sería lo más conveniente».
El propio Friedman, ante la presencia de monopolios privados que producen artículos necesarios, no solo justifica la regulación por parte del Estado, sino la producción y distribución estatales. Por cierto, debemos precisar un detalle: para la humanidad toda, independientemente de su ideología, los artículos esenciales, esos a los que se refirió Friedman, son los alimentos, medicamentos, transporte, salud, educación, vivienda, electricidad, agua, combustible, telecomunicaciones y seguramente muchos otros bienes y servicios que ahora se nos escapan. No es cualquier detalle.
En este mundo en el que los capitales están cada vez más concentrados en monopolios que tienen el poder de marcar precios incluyendo los salarios y decidir cuánto y cuándo producen y distribuyen, la mano (in)visible termina siendo cada vez más visible. Son los dueños del capital, especialmente las grandes empresas transnacionalizadas, las que ejerciendo su poder, dominan y por tanto “autorregulan” el mercado a favor de sus intereses. Los resultados de la autoregulación ejercida por las manos visibles monopolizadas y dueñas de la información son mayores precios de los bienes y servicios, a la vez menores salarios, lo que deriva en el aumento de la brecha precio-salario, o lo que es lo mismo, mayores ganancias para el capital, en otras palabras, mayor desigualdad y por consiguiente más pobreza y miseria.
“Se supone que cuando usted va a comprar un carro usado tiene la misma información de quién se lo vende”
Los mercados en socialismo
Mientras estos teóricos neoclásicos, keynesianos y monetaristas se preocupan por la ineficiencia de los mercados, al punto de justificar incluso la regulación por parte del Estado, los socialistas nos preocupamos además por la desigualdad.
En el tránsito hacia un modelo de justicia social e igualdad, el Estado no solo debe regular a los mercados. Por ejemplo, no solo debe medio controlar los precios y de esa manera regular los monopolios privados, debe apuntar a que éstos desaparezcan y con ellos su dominio visible de los mercados. Debe avanzar hacia la socialización de la producción y la distribución garantizando la presencia de muchos productores comunales y estatales además de los privados y mixtos.
Para avanzar hacia el socialismo, no es suficiente con regular y fijar salarios mínimos para medio disminuir los niveles de explotación de la burguesía hacia el proletario. El objetivo es que desaparezca la explotación, para ello deben desaparecer los explotadores y explotados y avanzar hacia la producción y distribución con modos de propiedad colectivos de los factores de producción.
Si dejamos que los mercados se autoregulen, más temprano que tarde, ciertamente, lo harán, pero más temprano que tarde la autoregulación beneficiará a la burguesía, y mucho más temprano que tarde la autoregulación se manifestará en desigualdad y por lo tanto en mayor pobreza y miseria para las grandes mayorías.
Más temprano que tarde los mercados deberán autorregularse”. Es una frase muy cierta, el problema es que cuando lo hacen, siempre es a favor de los dueños del capital, o sea de la burguesía.
La mano (in)visible del mercado. Fue Adam Smith, reconocido por muchos como el padre de la economía, quien en 1759, en un trabajo titulado La teoría de los sentimientos morales, echó el cuento de que los mercados se regulan por sí solos y escribió que el sistema económico tiene un orden propio regido por el principio de “la mano invisible”. Este principio establece, según Smith, que todo individuo al buscar de manera egoísta su propio bien personal está siendo guiado por una mano, que aunque nadie la ve, actúa en los mercados y “garantiza la consecución del bien para toda la sociedad”.
En otras palabras, afirmó que los mercados no solo se autoregulan, sino que además, al hacerlo “garantizan la consecución del bien para toda la sociedad”. Basados en este principio de la mano (in)visible, los teóricos neoclásicos de la economía, sobre todo los de la corriente neoliberal y entre ellos los monetaristas, sustentan su afirmación de que el Estado no debe intervenir en los mercados. Afirman que no tiene por qué regularlos y mucho menos debe el Estado producir y distribuir bienes y servicios. Según algunos de estos teóricos dogmáticos, la intervención del Estado en los mercados genera ineficiencia. Como toda teoría que busca explicar la realidad, ésta se basa en supuestos y como siempre, el papel aguanta todo.
Supuestos teóricos de la mano (in) visible. El principio de la mano (in) visible supone, por ejemplo, que no existen los monopolios, por lo tanto no hay productores que puedan ejercer su poder y dominio en la fijación de los precios. Nada más alejado de la realidad. Basta leer el último informe de Oxfam en el que muestran que 10 empresas transnacionales, con ingresos promedios diarios de US$ 1.100 millones, dominan el mercado de alimentos a nivel mundial. Lo propio ocurre con los medicamentos, productos de higiene, vehículos, sistema financiero y todos los bienes esenciales para la vida.
Supone también que hay libre movilidad de factores, esto significa que si usted es asalariado y no está conforme con lo que le paga su patrono puede renunciar e inmediatamente conseguirá un empleo en el que le paguen el salario que usted pida. En este caso, para qué tendría que intervenir el Estado fijando salarios mínimos si usted asalariado puede resolver por sí solo. Sin comentarios. Un tercer supuesto es el de la información simétrica, es decir, según ellos, todos los compradores y vendedores manejamos la misma información. Teóricamente se supone, por ejemplo, que cuando usted va a comprar un carro usado tiene exactamente la misma información de quién se lo vende, o sea sabe cuántas veces fue chocado el vehículo y cuántas veces le fundieron el motor. Tampoco tenemos comentarios al respecto.
«El objetivo es que desaparezca la explotación”
Los mercados, por sí solos, fallan
Por allí por la década de los 90, en pleno apogeo del neoliberalismo, Joseph Stiglitz, Premio Nobel 2001, quien por cierto no es para nada socialista, afirmó que los mercados fallan, que no existe la mano (in)visible, que es necesaria la intervención del Estado en la economía para garantizar la eficiencia. Fallan porque hay monopolios que ejercen su poder en los mercados, porque no es verdad que todos manejamos la misma información. Afirmó que estas fallas no son la excepción, son la norma.
Hasta el propio Milton Friedman, también Premio Nobel 1976 y padre del neoliberalismo más salvaje, es decir, del monetarismo, escribió en 1962 en su libro “Capitalismo y libertad”: “…Si el monopolio técnico lo es de un servicio o artículo que se considera esencial, y si su poder monopolístico es considerable, puede ser que incluso los efectos a corto plazo de un monopolio privado, sin regulación, fueran intolerables. En este caso la regulación o la propiedad estatal sería lo más conveniente».
El propio Friedman, ante la presencia de monopolios privados que producen artículos necesarios, no solo justifica la regulación por parte del Estado, sino la producción y distribución estatales. Por cierto, debemos precisar un detalle: para la humanidad toda, independientemente de su ideología, los artículos esenciales, esos a los que se refirió Friedman, son los alimentos, medicamentos, transporte, salud, educación, vivienda, electricidad, agua, combustible, telecomunicaciones y seguramente muchos otros bienes y servicios que ahora se nos escapan. No es cualquier detalle.
En este mundo en el que los capitales están cada vez más concentrados en monopolios que tienen el poder de marcar precios incluyendo los salarios y decidir cuánto y cuándo producen y distribuyen, la mano (in)visible termina siendo cada vez más visible. Son los dueños del capital, especialmente las grandes empresas transnacionalizadas, las que ejerciendo su poder, dominan y por tanto “autorregulan” el mercado a favor de sus intereses. Los resultados de la autoregulación ejercida por las manos visibles monopolizadas y dueñas de la información son mayores precios de los bienes y servicios, a la vez menores salarios, lo que deriva en el aumento de la brecha precio-salario, o lo que es lo mismo, mayores ganancias para el capital, en otras palabras, mayor desigualdad y por consiguiente más pobreza y miseria.
“Se supone que cuando usted va a comprar un carro usado tiene la misma información de quién se lo vende”
Los mercados en socialismo
Mientras estos teóricos neoclásicos, keynesianos y monetaristas se preocupan por la ineficiencia de los mercados, al punto de justificar incluso la regulación por parte del Estado, los socialistas nos preocupamos además por la desigualdad.
En el tránsito hacia un modelo de justicia social e igualdad, el Estado no solo debe regular a los mercados. Por ejemplo, no solo debe medio controlar los precios y de esa manera regular los monopolios privados, debe apuntar a que éstos desaparezcan y con ellos su dominio visible de los mercados. Debe avanzar hacia la socialización de la producción y la distribución garantizando la presencia de muchos productores comunales y estatales además de los privados y mixtos.
Para avanzar hacia el socialismo, no es suficiente con regular y fijar salarios mínimos para medio disminuir los niveles de explotación de la burguesía hacia el proletario. El objetivo es que desaparezca la explotación, para ello deben desaparecer los explotadores y explotados y avanzar hacia la producción y distribución con modos de propiedad colectivos de los factores de producción.
Si dejamos que los mercados se autoregulen, más temprano que tarde, ciertamente, lo harán, pero más temprano que tarde la autoregulación beneficiará a la burguesía, y mucho más temprano que tarde la autoregulación se manifestará en desigualdad y por lo tanto en mayor pobreza y miseria para las grandes mayorías.
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