Carola Chávez
Llegamos al final de un año dificilísimo en el que hemos tenido que hacer milagros para sostenernos a flote. El mayor milagro de todos es que no terminamos matándonos unos a otros como mal calcularon quienes que no encuentran otro modo para recuperar el poder.
Hemos resistido tanto, heroicamente, dignamente… hasta alegremente. Y esto, a los malos calculadores los desconcierta hasta la ira. ¿De qué se ríen? ¿Por qué carajo bailan? ¿Acaso no se están muriendo de hambre? ¿Cuánto más tenemos que apretar? –Preguntan con la boca y los bolsillos llenos.
“¡Fuego al cañón, para que respeten nuestro parrandón!” –Ya en mi pueblo se escuchan las parrandas, aunque Lorenzo Mendoza dice que harina para hallacas no va a hacer. El maíz se vuelve a moler en casa y vuelven las hallacas a ser de maíz de verdad, verdad.
Serán más austeras, seguramente, serán menos hallacas de las que siempre hemos hecho, será mejor hacerlas en cambote, mientras más vengan mejor: uno pone el maíz, otro la gallina, Fulanito traerá pimentón, cebolla y onoto, Menganita y Zutano la carne… Haremos una vaca para nuestras hallacas, y haremos hallacas porque llega la navidad.
Entonces, los que calcularon mal anuncian con una sonrisa sádica que no habrá juguetes, ni estrenos, ni nada, porque la navidad es eso: ropa, zapatos, juguetes, muñecos de plástico y guilindajos importados. Así se debe celebrar la llegada de un niño tan pobre, tan pobre, que nació en un pesebre. Así nos enseñaron a hacerlo.
Apuntan a los juguetes para apuntar al corazón. Salivan de gozo imaginando al país lleno de Panchitos Madefua. Mientras tanto, nos descubrimos artesanos jugueteros y la creatividad vuela alto. Salen de nuestras manos amorosas muñecas de trapo, coloridos carritos de madera, barquitos de piratas, casitas de muñecas, juegos chiquiticos de café…
El año pasado, a la altura del 20 de diciembre, no encontrábamos nada para mi niña. La muñecas eran pocas, feas y costaban dos ojos de la cara… cualquier cosa que quisiéramos darle costaba un realero. Fue así como hicimos su primer gato de trapo. Un gatico gris con cara de sueño que pronto tendría un primo anaranjado con cara de gato tremendo.
Acostumbrada mi niña a destapar cajas de plástico que siempre le había dejado el Niño Jesús, pensamos que quizá aquellos gatos la decepcionarían. Vainas de los adultos que no terminamos de entender a los niños. Esta navidad se cumplirá un año desde que mi niña no sabe dormir sin sus dos gatos de trapo apuñuñados junto a ella en la cama. Según sus propias palabras, “el mejor regalo de su vida”. Ya vendrán más animalitos…
Así, por mucho que traten de impedir su llegada, inevitablemente, la navidad llega. Y aunque nos encontrará golpeados, nos encontrará insumisamente de pie. Nos encontrará, forzosa pero felizmente, rescatando su verdadero significado que, por cierto, nada tiene que ver con gastarse un realero en un centro comercial.
Y es que los que calculan mal, lo hacen siempre desde su lejana perspectiva, jugando un ajedrez solo con las piezas blancas, siempre ignorándonos, siempre subestimándonos, siempre fallando porque, por mucho que no quieran verlas, por mucho que les moleste, las piezas negras también están en el tablero y saben jugar lo suyo.
¡Tun, tun! ¿Quién es? Gente de paz…
Llegamos al final de un año dificilísimo en el que hemos tenido que hacer milagros para sostenernos a flote. El mayor milagro de todos es que no terminamos matándonos unos a otros como mal calcularon quienes que no encuentran otro modo para recuperar el poder.
Hemos resistido tanto, heroicamente, dignamente… hasta alegremente. Y esto, a los malos calculadores los desconcierta hasta la ira. ¿De qué se ríen? ¿Por qué carajo bailan? ¿Acaso no se están muriendo de hambre? ¿Cuánto más tenemos que apretar? –Preguntan con la boca y los bolsillos llenos.
“¡Fuego al cañón, para que respeten nuestro parrandón!” –Ya en mi pueblo se escuchan las parrandas, aunque Lorenzo Mendoza dice que harina para hallacas no va a hacer. El maíz se vuelve a moler en casa y vuelven las hallacas a ser de maíz de verdad, verdad.
Serán más austeras, seguramente, serán menos hallacas de las que siempre hemos hecho, será mejor hacerlas en cambote, mientras más vengan mejor: uno pone el maíz, otro la gallina, Fulanito traerá pimentón, cebolla y onoto, Menganita y Zutano la carne… Haremos una vaca para nuestras hallacas, y haremos hallacas porque llega la navidad.
Entonces, los que calcularon mal anuncian con una sonrisa sádica que no habrá juguetes, ni estrenos, ni nada, porque la navidad es eso: ropa, zapatos, juguetes, muñecos de plástico y guilindajos importados. Así se debe celebrar la llegada de un niño tan pobre, tan pobre, que nació en un pesebre. Así nos enseñaron a hacerlo.
Apuntan a los juguetes para apuntar al corazón. Salivan de gozo imaginando al país lleno de Panchitos Madefua. Mientras tanto, nos descubrimos artesanos jugueteros y la creatividad vuela alto. Salen de nuestras manos amorosas muñecas de trapo, coloridos carritos de madera, barquitos de piratas, casitas de muñecas, juegos chiquiticos de café…
El año pasado, a la altura del 20 de diciembre, no encontrábamos nada para mi niña. La muñecas eran pocas, feas y costaban dos ojos de la cara… cualquier cosa que quisiéramos darle costaba un realero. Fue así como hicimos su primer gato de trapo. Un gatico gris con cara de sueño que pronto tendría un primo anaranjado con cara de gato tremendo.
Acostumbrada mi niña a destapar cajas de plástico que siempre le había dejado el Niño Jesús, pensamos que quizá aquellos gatos la decepcionarían. Vainas de los adultos que no terminamos de entender a los niños. Esta navidad se cumplirá un año desde que mi niña no sabe dormir sin sus dos gatos de trapo apuñuñados junto a ella en la cama. Según sus propias palabras, “el mejor regalo de su vida”. Ya vendrán más animalitos…
Así, por mucho que traten de impedir su llegada, inevitablemente, la navidad llega. Y aunque nos encontrará golpeados, nos encontrará insumisamente de pie. Nos encontrará, forzosa pero felizmente, rescatando su verdadero significado que, por cierto, nada tiene que ver con gastarse un realero en un centro comercial.
Y es que los que calculan mal, lo hacen siempre desde su lejana perspectiva, jugando un ajedrez solo con las piezas blancas, siempre ignorándonos, siempre subestimándonos, siempre fallando porque, por mucho que no quieran verlas, por mucho que les moleste, las piezas negras también están en el tablero y saben jugar lo suyo.
¡Tun, tun! ¿Quién es? Gente de paz…
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