Con la Asamblea Nacional instalada con dominio de la oposición, dicen algunos, llegó de nuevo la hora de la política en Venezuela. En la opinión pública se debatirán las voces de quienes quieren trabajar para una Revolución y quienes luchan por conservar el régimen de saqueo capitalista. Pero hay que diferenciar entre ese parlamentarismo, esos discursos, esa politiquería que lo que hace es poner en suspenso el avance del verdadero cambio, de la ruptura popular, de lo que son realmente los clamores de una sociedad que lucha por abrirse paso en el mundo construyendo una vida digna. La gente, el pueblo, sigue atento a lo que es menester: asegurar las condiciones económicas que permitan el desarrollo del Poder Popular revolucionario.
La gente, el pueblo, sigue atento a lo que es menester: asegurar las condiciones económicas que permitan el desarrollo del Poder Popular revolucionario.
Ayer llegaron desfilando a la sede del Parlamento Nacional los representantes de la vieja política, embebidos de un triunfalismo fútil, como si hubieran ganado un concurso de belleza local. No tardaron en limpiarle la alfombra a la delegación de la Embajada de Estados Unidos a su llegada flamante al acto de instalación. No pudieron esconder el ambiente de fiesta por haber tomado el poder más conspicuo de la política del pasado, ese poder con forma de tribuna donde van a lucirse ante el público mientras fingen que cumplirán alguna labor legislativa. Ese poder a donde llegan con el único propósito de tratar de expulsar de Miraflores al Presidente electo por el pueblo. Como su nombre lo indica, el Parlamento es cháchara, discurso, performance. A eso se expondrá la opinión pública.
Mientras tanto, en la calle se mueve el sentimiento popular. Más allá del encandilamiento que genera una derrota electoral para el chavismo, la masa rebelada insurge permanentemente para exigir a todos los políticos que estén a la altura de la situación, es decir, se aboquen a resolver los problemas que urgen. El Gobierno debe alinearse del lado del pueblo en la labor de ejecutar, sin parlamentarismos, las medidas y acciones que lleven al equilibrio de los precios de los bienes y servicios; a garantizar el pleno acceso a los alimentos y demás rubros necesarios para el desenvolvimiento de los poderes creadores: hacer la Revolución.
No tener el dominio de la Asamblea Nacional no debe frenar la ejecutividad del Gobierno. ¿Es que acaso un Gobierno Revolucionario necesita un Parlamento para gobernar? Nuevas leyes son arreglos bonitos para la política pública. Pero la verdadera revolución está en fortalecer cada vez más al Poder Popular. Si la oposición se dedica a echar atrás beneficios sociales o a tratar de limitar el poder del Gobierno, éste debe “echarse a la calle” pero hacerlo entregándole, volcando todo el poder en la gente.
El Gobierno no tiene que perder más que su propia vida. Echar el resto para defender la vida digna del pueblo, para resolver los problemas básicos y materiales de la gente, es la única ruta para reengranar el apoyo popular y sostener el espacio de apertura política que el pueblo se dio bajo la forma de un gobierno de izquierda.
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