Carola Chávez.
Chávez fue un gran comunicador. El más grande de todos, el mejor. Él se sentaba a conversar con nosotros, con sencillez, aboliendo la rimbombancia de discurso, y agregándole mucho sustento, muchas lecturas, mucha creatividad, muchos argumentos. Chávez nos brindaba esas conversas con café que, literalmente, arreglaban el mundo.
Él agarraba un tema y lo deshilachaba hasta la última hebra, hasta que no quedara duda. Nos explicaba cosas que teníamos en las narices y, que a veces, tantas veces, no éramos capaces de entender. Chávez nos abrió los ojos, no con sus frases grandilocuentes, que las tenía y con las que nos hacía vibrar, sino con sus palabras sencillas, con sus historias de muchacho de campo, de militar joven en un país entregado, con esos libros enormes que para muchos de nosotros son complicadísimos, convertidos en memorables conversaciones entre amigos que comparten un café.
Chávez usaba consignas, sí, pero no hacía de ellas su discurso. La consigna era un recordatorio de todo aquello que nos había hablado. Las consignas solitas, repetidas tantas veces, se desgastan hasta no decir nada. Son como las letanías que se dicen sin siquiera pensar en lo que está diciendo. Las consignas no van al fondo, apenas lo enuncian, no las sobemos tanto.
Si Chávez iba al detalle, nosotros tendemos a hablar en términos macro. Hablamos de su Legado, y ahí caben tantas cosas que no nombramos, y que hay que nombrar para que no se haga difuso hasta la absurda reducción de quienes creen que El Legado es un cupo electrónico o una tableta, o de los que creen que es cosa de los demás y no de cada uno de nosotros, o de los que lo fraccionan tomando solo lo que les calza, obviando la complejidad y diversidad del chavismo, convirtiendo en pecado sus contradicciones. El Legado se construyó desde el detalle cotidiano, desde lo que somos, lo que logramos, lo que aspiramos, y de eso ya casi no hablamos. Hablamos de logros en cifras que desdibujan caras, historias, convertidas en porcentajes que aunque quieran decir mucho, por abstractos, lo que dicen no llega.
Es hora de que quienes erróneamente nos llamamos comunicadores -como si la comunicación no fuera cosa de todos-, nos bajemos un poco de esa nube y busquemos alcanzar la claridad de Chávez y sus cafés bien conversados.
Chávez fue un gran comunicador. El más grande de todos, el mejor. Él se sentaba a conversar con nosotros, con sencillez, aboliendo la rimbombancia de discurso, y agregándole mucho sustento, muchas lecturas, mucha creatividad, muchos argumentos. Chávez nos brindaba esas conversas con café que, literalmente, arreglaban el mundo.
Él agarraba un tema y lo deshilachaba hasta la última hebra, hasta que no quedara duda. Nos explicaba cosas que teníamos en las narices y, que a veces, tantas veces, no éramos capaces de entender. Chávez nos abrió los ojos, no con sus frases grandilocuentes, que las tenía y con las que nos hacía vibrar, sino con sus palabras sencillas, con sus historias de muchacho de campo, de militar joven en un país entregado, con esos libros enormes que para muchos de nosotros son complicadísimos, convertidos en memorables conversaciones entre amigos que comparten un café.
Chávez usaba consignas, sí, pero no hacía de ellas su discurso. La consigna era un recordatorio de todo aquello que nos había hablado. Las consignas solitas, repetidas tantas veces, se desgastan hasta no decir nada. Son como las letanías que se dicen sin siquiera pensar en lo que está diciendo. Las consignas no van al fondo, apenas lo enuncian, no las sobemos tanto.
Si Chávez iba al detalle, nosotros tendemos a hablar en términos macro. Hablamos de su Legado, y ahí caben tantas cosas que no nombramos, y que hay que nombrar para que no se haga difuso hasta la absurda reducción de quienes creen que El Legado es un cupo electrónico o una tableta, o de los que creen que es cosa de los demás y no de cada uno de nosotros, o de los que lo fraccionan tomando solo lo que les calza, obviando la complejidad y diversidad del chavismo, convirtiendo en pecado sus contradicciones. El Legado se construyó desde el detalle cotidiano, desde lo que somos, lo que logramos, lo que aspiramos, y de eso ya casi no hablamos. Hablamos de logros en cifras que desdibujan caras, historias, convertidas en porcentajes que aunque quieran decir mucho, por abstractos, lo que dicen no llega.
Es hora de que quienes erróneamente nos llamamos comunicadores -como si la comunicación no fuera cosa de todos-, nos bajemos un poco de esa nube y busquemos alcanzar la claridad de Chávez y sus cafés bien conversados.
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