Por
Toby Valderrama y Antonio Aponte
El
país marcha sumergido en la crisis más profunda que hayan conocido los últimos
cincuenta o sesenta años; quizá los adultos mayores tengan noticias de algo
igual. La economía, la relación social, la política, todo cruje bajo el peso de
la incertidumbre.
Nos
comportamos como si hubiésemos sufrido un despojo ideológico. No hay precisión,
rigor, se dice cualquier dislate, se discute poco y se aplaude mucho. La
reflexión es acusada de debilidad, la discrepancia es traición, la duda es
delito, y así la sociedad se va dejando llevar por la corriente. Los muertos
del olp no tienen dolientes, el Socialismo se transmutó en su contrario por
obra y gracia de unos teóricos acomodaticios; el capitalismo, el chovinismo nos
tiñe, los gritos de guerra proliferan, todo está bien, no hay error, Alicia en el País de las Maravillas…
Pero la crisis existe, está allí en la realidad como un monstruo que se resiste
a morir, duro de matar; no hay pase de televisión, discurso, declaración que le
haga mella, avanza hacia los territorios de las definiciones.
En
estas condiciones vamos a unas elecciones que son especiales, ellas abrirán las
puertas a una nueva situación, los números no serán importantes, quedarán en
los archivos de lo inútil. Ya los argumentos están rodando, las posiciones
tomadas, las posibilidades se mueven hacia su realización: los opositores no
aceptan derrota, si no ganan será un fraude descomunal, ya tienen esa matriz,
hasta en lo internacional. Si los
opositores ganan, a pesar de lo que se diga y piensen algunos
constitucionalistas, se perderá la gobernabilidad.
Del
lado del gobierno parece que el opio electoral los adormitó, piensan como si la
legalidad burguesa será respetada por todos, hasta sacan cuentas de un gobierno
sin el apoyo del parlamento. No perciben la magnitud del terremoto que significaría
perder esas elecciones en cualquiera de sus variantes, con menos votos, o menos
diputados. Sueñan con el espejismo de un parlamento opositor y un gobierno
viable.
Las encuestas muestran un escenario apretado, para
decir lo más optimista, sin tomar en cuenta a hinterlaces. La calle no
desmiente la apreciación. Ante estas circunstancias, ¿qué hacer?
Sería
un error buscar efectismos burgueses para ganar las elecciones, esos inventos
han fracasado, nos trajeron a esta situación. Ahora no caben “dakazos”,
obsequiar combos de electrodomésticos, repartir los dólares chinos. Esa
conducta, en el mejor de los casos, correría la arruga, sería una inyección
transitoria.
Si
observamos los bandos que participan en esta contienda encontraremos que los
dos principales son capitalistas, democráticos burgueses. Y algunos, que por
allí discrepan, que hablan de polarización, no consiguen salirse de este
ambiente burgués. Es así, estas elecciones son un evento entre capitalistas, el
Socialismo no aparece en escena.
La
debilidad de la Revolución debemos atribuírsela al abandono del sentimiento
socialista, de la idea de Chávez. Dejó el gobierno llevarse a este terreno
donde perdía sus ventajas, permitió que le cortaran el cabello como a
Sansón.
Entonces, la tarea principal de la Revolución en
estas elecciones es rescatar a Chávez, pero no de palabras, de hecho, no
proponiendo más capitalismo, sino impulsando el Socialismo.
No hay que inventar, allí está su testamento: el Plan de la Patria, que tanta urticaria produce en sus falsos
seguidores. Es así, estas elecciones deben ser ocasión para que el Socialismo,
el Chavismo auténtico, regrese a la batalla. De otra manera, serían un doloroso
paso al desastre.
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