Lucrecia Masson
Cuerpos inapropiados contra una sociedad que estandariza y controla, que define lo bello y lo sano.
Es posible pensar el cuerpo como espacio
de disidencia? Un cuerpo plagado de órganos, no siempre sanos, no
siempre vigorosos, no siempre jóvenes... Nos encontramos ante la
necesidad de una revuelta orgánica, en su sentido literal: revolver
órganos. Es actualmente una apuesta urgente la de plantearnos una
rebelión de los cuerpos. Rebelión que, necesariamente, rechaza
la frontera entre el cuerpo normal y el deforme, el cuerpo saludable y
enfermo, el cuerpo válido e inválido. Rebelión que debe ser
planteada a partir del encuentro, la afinidad y la alianza entre estos
cuerpos inapropiados e impropios. De ahí que los sistemas que nos
organizan a partir de género, raza, sexualidad, normalidad corporal,
salud mental o física, se vuelven edificios que es necesario derribar, y esta acción de derribo nos deberá encontrar juntas, sabiéndonos atravesadas y en constante y compleja intersección.
¿Podemos entonces entender el propio
cuerpo como espacio de activación política? Partir de nuestras
trayectorias corporales, narrar en primera persona, tanto singular como
plural, la historia de nuestra realidad corporal es un desafío al que
diferentes activismos empiezan a llamarnos. ¿Podemos pensar en una
historia colectiva de nuestros cuerpos? ¿Cuáles son los dispositivos que producen corporalidades inapropiadas?
¿Podemos plantearnos mecanismos para crear nuevos modos de producir
cuerpos, de producir deseos, de producir bellezas? ¿Y qué herramientas
nos damos para hacer de nuestras vidas un espacio más habitable y feliz?
Me parece importante volver a nombrarme
ahora como gorda, nombrarme gorda como estrategia de autoenunciación.
Nunca liviana. Y sirva este último adjetivo para que la paradoja dé
lugar a la sonrisa. Nombrarse para volvernos visibles. Ocupar el
espacio para volvernos visibles. Visibles, desobedientes,
disidentes de la norma que nos impone una sociedad que estandariza y
controla cuerpos y deseos, que define lo bello y lo sano.
¿Y por qué la necesidad de volvernos
visibles? Porque la vista es un aparato de producción corporal, dice
valeria flores, y hay modos de mirar que fabrican cuerpos, continúa. Y
yo agrego, hay modos de mirar que fabrican deseos y modos de mirar que fabrican bellezas. La apuesta será construir nuevos cuerpos, nuevos deseos, nuevas bellezas.
Ante la pregunta: ¿por qué ser gorda, o
vieja, o diversa funcional, o enferma (y la lista podría ser muy larga)
me hace estar fuera del estándar de belleza o de normalidad corporal?
¿Qué me hace disidente de la norma? Propongo cambiar esta pregunta por
otra, y he aquí el desafío político: ¿bajo qué mecanismos se construye
el cuerpo normal? ¿Cuánta disciplina de normalización han soportado y soportan nuestros cuerpos? ¿Qué técnicas de domesticación y regimentación nos hacen desear ser normales y atractivas a costa de padecimientos?
Construir un cuerpo extenso
Partimos de dejarnos interpelar por el
propio cuerpo. La interpelación por la que apuesto es tanto individual
como colectiva. Necesito preguntarme cosas sobre mi cuerpo, sobre el
cuerpo de las otras, y construir un cuerpo extenso, un espacio para la
acción y reflexión. Me parece fundamental hablar desde nuestras propias carnes.
Esas carnes defectuosas, inseguras, miedosas, angustiadas. Nuestras
carnes, las que sobran, las que faltan, las que duelen, las que están
viejas, las que están enfermas, las que no son funcionales, las que
mueren incluso...
De ahí la interdependencia como paradigma que empezar a transitar. Nadie, sea cual sea la corporalidad que encarne, es realmente autosuficiente.
Por esto pienso en luchas cómplices y afines. Busco potencias
vinculadas y vinculantes. Creo que es necesario y vital encontrarse.
Será el encuentro, el lugar de la potencia, el lugar desde donde partir,
el lugar de la posibilidad.
Es necesario atentar contra la matriz
que nos organiza corporalmente. Desnudar el artefacto que nos construye
en tanto cuerpos, en tanto territorios donde se inscriben lecturas. Es
necesario desafiar esas lecturas y crear, imaginar, fantasear,
inventar nuevos relatos. Hay un gran aparato ficcional que hace
que nuestros cuerpos se lean como “generizados” o racializados o
viejos, o discapacitados, o gordos, o enfermos.
Pero sí que, si bien no podemos perder
de vista el carácter de artificio, hay una realidad que nos atraviesa,
que hace de mi vivencia algo bien distinto a la vivencia de otras. Necesitamos
narrar en primera persona, tanto la primera persona del singular como
la primera persona del plural, la historia de nuestras realidades
corporales. El argumento de ficción no inhabilita las ideas de
trayectoria, de realidad, de experiencia corporal. Esta realidad
necesita ser contada, colectivizada. Es necesario recuperar esta
experiencia, asumirnos vulnerables y entender que ésta es condición
misma del ser, y que no se puede ser sin exponerse, porque no somos
sino en interrelación.
Es importante reivindicar estrategias que partan de la vulnerabilidad, de poner en ésta la potencia transformadora. Destrozar el discurso que nos exige ser siempre fuertes y valientes, poderosas, aceptarnos, querernos a nosotras mismas,
estar a tono siempre con un mundo que nos reclama indefectiblemente
listas y sanas para asumir las tareas de producción y reproducción. Ese
mundo de ahí afuera que nos reclama funcionales. Y no pienso en metas,
ni en aceptación, ni en gustar, ni en convencer a nadie. Porque no creo
en redenciones ni en evoluciones, ni en la barbarie convertida en
civilización. Creo en búsquedas, en pasiones y en fricciones agonistas
de mis propias carnes que, dadas al encuentro con otras, tienen el
enorme potencial de hacer de nuestras existencias un lugar más habitable
y feliz, dando lugar a indómitas formas de habitar nuestros cuerpos.
¿Qué es el activismo gordo?
“Una cultura obsesionada con la delgadez
femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres. Está
obsesionada con la obediencia de éstas. La dieta es el sedante político
más potente en la historia de las mujeres”, explica la escritora Naomi
Wolf.
Algunos buenos ejemplos de activismo gordo son la revista argentina GordaZine, que lleva años “apropiándose del insulto” o el proyecto de investigación y web CuerposEmpoderados,
formado por un grupo de antropólogas en busca “de herramientas que
nos sirvan a todos esos cuerpos que no tenemos lugar ni físico, ni
mental en esta sociedad”.
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