Carola Chávez.
Uno tiene la cándida tendencia de ver a los muchachos como muchachotes. Los ves ahí con esas caras de que se van a comer el mundo, y esa torpeza de creer que ya lo saben todo. Los imaginas entonces riéndose a carcajadas, chalequeando a los amigos, enamorándose del amor de sus vidas una y otra y otra vez, y todos esos despechos. Los sabes traspasando límites, rompiendo reglas, porque eso hacen los jóvenes. Todos estuvimos ahí. Entonces ves a Lorent Gomez Saleh, dando saltitos en su silla, son una sonrisa de niño en navidad, describiendo eventos espantosos que él mismo planea ejecutar y en el corazón sientes cómo te arrancan de cuajo la candidez.
Volar discotecas, “fuego, fuego, fuego” -decía- como si las discotecas fueran cajas de zapatos vacías, como si no fueran lugares llenos de muchachos, de hijos, de nietos, hermanos, sobrinos, amigos… Queridos muchachos que terminarían destrozados, desparramados en un mar de sangre y todo ese dolor ahogándonos a todos, y todo ese llanto a cambio de una sonrisa de Lorent.
C4, granadas, armas de guerra, sangre, sangre, “fuego, fuego, fuego” , “todo pro”… y Lorent dando brinquitos emocionado, recibiendo en su espalda palmaditas del Amo de la motosierra, su amo.
Viendo la sonrisa siniestra de Lorent trato de imaginarlo de niño y con dolor me pregunto: qué cosa marchitó en su corazón, qué mano lo llevó a caer a tan inmundas manos. Si Lorent fuera un niño… pero es un hombre, joven, sí, pero hecho y derecho -perdón- torcido, que sabía lo que hacía y al que vimos salivar planificando la muerte de nuestros hijos, los suyos, amiga opositora, los míos, los de cualquiera… A Lorent no le importa, él solo quería “fuego, fuego, fuego”…
Sus mentores, Salas Rommer, María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma, esos que ven con asco a los “negritos de El Trigal” como Lorent, como Vilca Fernández, Gabi Arellano, como cualquiera de esos ambiciosos “niches pendejos” que se dejan embaucar y bailan al son que les toquen, por macabro que sea. Sus mentores ahora no saben no responden, limpian rastros indelebles, los más cínicos le exigen respuestas para el país, mientras la sonrisa de Lorent se borra en una celda. Y afuera, sola, con sus sueños rotos, torcidos sueños a costa de los nuestros, su madre recibe un crudo bofetón de realidad.
Uno tiene la cándida tendencia de ver a los muchachos como muchachotes. Los ves ahí con esas caras de que se van a comer el mundo, y esa torpeza de creer que ya lo saben todo. Los imaginas entonces riéndose a carcajadas, chalequeando a los amigos, enamorándose del amor de sus vidas una y otra y otra vez, y todos esos despechos. Los sabes traspasando límites, rompiendo reglas, porque eso hacen los jóvenes. Todos estuvimos ahí. Entonces ves a Lorent Gomez Saleh, dando saltitos en su silla, son una sonrisa de niño en navidad, describiendo eventos espantosos que él mismo planea ejecutar y en el corazón sientes cómo te arrancan de cuajo la candidez.
Volar discotecas, “fuego, fuego, fuego” -decía- como si las discotecas fueran cajas de zapatos vacías, como si no fueran lugares llenos de muchachos, de hijos, de nietos, hermanos, sobrinos, amigos… Queridos muchachos que terminarían destrozados, desparramados en un mar de sangre y todo ese dolor ahogándonos a todos, y todo ese llanto a cambio de una sonrisa de Lorent.
C4, granadas, armas de guerra, sangre, sangre, “fuego, fuego, fuego” , “todo pro”… y Lorent dando brinquitos emocionado, recibiendo en su espalda palmaditas del Amo de la motosierra, su amo.
Viendo la sonrisa siniestra de Lorent trato de imaginarlo de niño y con dolor me pregunto: qué cosa marchitó en su corazón, qué mano lo llevó a caer a tan inmundas manos. Si Lorent fuera un niño… pero es un hombre, joven, sí, pero hecho y derecho -perdón- torcido, que sabía lo que hacía y al que vimos salivar planificando la muerte de nuestros hijos, los suyos, amiga opositora, los míos, los de cualquiera… A Lorent no le importa, él solo quería “fuego, fuego, fuego”…
Sus mentores, Salas Rommer, María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma, esos que ven con asco a los “negritos de El Trigal” como Lorent, como Vilca Fernández, Gabi Arellano, como cualquiera de esos ambiciosos “niches pendejos” que se dejan embaucar y bailan al son que les toquen, por macabro que sea. Sus mentores ahora no saben no responden, limpian rastros indelebles, los más cínicos le exigen respuestas para el país, mientras la sonrisa de Lorent se borra en una celda. Y afuera, sola, con sus sueños rotos, torcidos sueños a costa de los nuestros, su madre recibe un crudo bofetón de realidad.
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