Rosa Amelia Asuaje.
En su obra capital: El crepúsculo del deber, el sociólogo francés, Gilles Lipovetsky se pregunta sobre la nueva ética que rige a la mayoría de los individuos de estas sociedades democráticas occidentales; destaca principalmente su carácter laico, despojado de toda autoinculpación por los errores cometidos que ya dejan de llamarse pecados. Para el autor se ha erigido lo que él denomina la sociedad posmoralista, entendiendo por ella una sociedad que rechaza el maniqueísmo propio de las religiones occidentales y que preconiza el valor individual del bienestar, la felicidad derivada del consumo de bienes y servicios “instantáneos” y la estimulación del ego antes que cualquier refracción de la conciencia que lo haga dudar en torno a si hace o no, lo correcto. Al respecto, Lipovetsky se pregunta: ¿Cómo nombrar una cultura que ya solo profesa el “es necesario” en situación excepcional, que difunde más las normas del bienestar que las obligaciones supremas del ideal, que metamorfosea la acción moral en show recreativo y comunicación de empresas? ¿Cómo designar una cultura en que la promoción de los derechos subjetivos hace caer en la desherencia el deber desgarrador en la que la etiqueta ética es invasiva y la exigencia de entrega no consta en ninguna parte?1. A estas reflexiones hechas por el sociólogo francés a comienzos de la década de los años 902, habría que agregarle la promoción desenfadada de estos sentimientos posmodernos y posmoralistas como nuevos valores que promocionan los medios de comunicación masivos, especialmente en esta era digital en la que internet, a través de sus agencias de noticias, blogs y redes sociales, se instaura en la sociedad como el oráculo infalible de accionar social y político de masas.
Sin duda que ante este novedoso Leviatán, Lipovetsky se hubiese pronunciado también, ubicándolo como el constructo superior de esta pirámide egoísta en la que el concepto de show mediático se lleva por delante cualquier bastión de dignidad o pudor que haya quedado en el camino. Así, en el laboratorio de estos simulacros patémicos en los que la indignación y la autocompasión forman parte de un encartado de emociones convenientes, Venezuela no escapa de participar en esta exhibición de humillados plañideros. Me refiero concretamente a la oposición venezolana y su dirigencia; suerte de adalides del honor milenario de unos antepasados tan nobles que sus nombres no deben pronunciarse, so pena de que el enunciador caiga en desgracia por blasfemar de Los Amos del Valle de otrora.
El pasado 01 de enero, la ministra Delcy Rodriguez hizo pública una lista de 27 dirigentes de oposición que pasaron las fiestas decembrinas en el exterior. Este hecho ha sido catalogado por los heraldos opositores (de todos los estratos de esa casta de ciudadanos) como un acto de violación flagrante de la intimidad de quienes fueron descubiertos celebrando entre la nieve o en el Caribe mar azul. Se ha tildado a la ministra Rodríguez de irrespetuosa, de fisgona, de inmoral y hasta se le ha amenazado con demandarla por haber publicado algo tan privado como los destinos a los que se dirigieron gobernadores, alcaldes, diputados o dirigentes de oposición para celebrar sus Navidades y Año Nuevo. Al respecto quisiera hacer algunas consideraciones de fondo, ya que, a pesar de lo baladí del tema, es preciso acotar lo siguiente:
No es posible esgrimir una conducta despiadada al publicar asuntos en extremo íntimos de la vida de un individuo, hacer mofa de su condición vulnerable, caricaturizarlo, celebrar su burla y luego ofenderse porque ellos mismos, en tanto que expositores de la vida privada “del otro”, pasan a ser observados y señalados. Ese comportamiento se conoce como “doble moral” y es absolutamente despreciable por su cobardía explícita. El sujeto de moral doble es aquel que comete actos repudiables éticamente y luego se esconde en las enaguas de la dignidad colectiva para señalar que lo han puesto al descubierto. Su autoflagelación, luego de ser descubierto, no puede ser más que un acto publicitario en el que se exhibe su pundonor como pieza canjeable por el silencio del que se atreve a descubrirlo, bajo la amenaza y el llamado “respeto a la intimidad”.
¿Acaso el presidente Chávez no mereció respeto en su condición de paciente gravemente enfermo? ¿Acaso su familia no merecía el silencio mediático por un corto tiempo? ¿Es que no recuerdan cómo esa dirigencia opositora que hoy se relame las heridas propició la incitación adevelar una verdad sobre el parte médico del presidente de nuestro país bajo la premisa de que un hombre de estado no tenía vida privada? ¿Es que un gran sector de la oposición venezolana, por no decir toda, fue cómplice, por medio de las redes sociales, de difundir y hacer chistes sobre un carnaval infame de imágenes photoshopeadas de un Chávez moribundo: sondeado, lleno de tubos, metamorfoseado en pajarito, momificado, en forma de calavera o con cachos de diablo? ¿Cuál es la medida de la dignidad, de la privacidad, del honor, de la honra, de la piedad, del respeto por ese otro que no soy yo? ¿Cuánto pesan las lágrimas que millones de venezolanos derramaron ante un presidente vilipendiado mediáticamente? ¿Cómo se mide el dolor de miles de familias que pasaron sus Navidades y Año Nuevo del 2012 teniendo que soportar las burlas de amigos y familiares antichavistas que el 31 de diciembre celebraban a viva voz la supuesta muerte del tirano de Miraflores? ¿Es que acaso esa vida privada de un sujeto que luchaba por mantenerse vivo valía menos en el 2012 o en el 2013 que en el 2014? ¿Quién dictamina sobre la vida privada de primera o de segunda categoría: la oposición venezolana?
Mientras haya una dirigencia opositora en este país que se detenga en estos distractores mediáticos: los abyectos del pasado y los insustanciales de ahora, no será posible que remonten una elección más. Les falta pueblo, dignidad, originalidad y sobre todo ética. Parafraseando a Lipovetsky pudiera culminar afirmando que esa oposición posmoralista que tiene Venezuela no puede ni con sus propias cadenas que la arrastran al vacío de la inmoralidad.
Universidad de Los Andes
@caracolablue
1 Lipovetsky, Gilles (2008: 13-14).
2 La primera edición en francés: Le crépuscule du devoir. L’éthique indolore des nouveaux temps démocratiques data de 1992. París, Ediciones Gallimard.
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