Rebelión A raíz de la decisión del Gobierno Nacional del Ecuador, específicamente del Ministerio Coordinador de Desarrollo Social, de realizar un acto para conmemorar el “Día Internacional del Hombre” (DIH), muchas personas se preguntan qué es esta celebración, de dónde surge y cómo se justifica. Es importante indicar que el evento oficial indicado tuvo un alto perfil público y contó con la participación de diversos ministros y viceministros. El acontecimiento se presentó como el inicio de “una profunda reflexión sobre el papel del hombre en el Ecuador actual”, y en el boletín de prensa de esta cartera de Estado se indicaba que “el Ecuador quiere hacer parte de esta iniciativa, cuyos objetivos principales son promover modelos masculinos positivos; resaltar el rol positivo de los hombres en la familia; conseguir el bienestar social, emocional y físico de los hombres; y promover la equidad de género entre hombres y mujeres”.
Rastreando información sobre el DIH
Si uno intenta buscar en internet información sobre la celebración del DIH encontrará muy poco. Hay una inconsistente entrada en Wikipedia y poca cosa más. En general, puede decirse que nadie o casi nadie celebra esta fecha en el mundo. Sin embargo, de la fragmentada y escasa información virtual encontrada se pueden empezar a atar algunos cabos sueltos. En la mencionada enciclopedia online aparecen los “6 pilares” del DIH. Entre ellos llaman la atención los siguientes: “Poner de relieve la discriminación contra los hombres, en las áreas de servicios sociales, las actitudes y expectativas sociales, y la ley”; “Mejorar las relaciones de género y promover la igualdad de género…”; o “Crear un mundo más seguro y mejor, donde la gente puede estar segura y crecer para alcanzar su pleno potencial”.
En la misma página se indica que el DIH fue inaugurado en el año 1999 en diversos países (al menos formalmente). En su momento Ingeborg Breines, Directora del Women and Culture of Peace Programme (UNESCO) afirmaba que "esta es una excelente idea y dará un poco de balance entre géneros… sus objetivos son, como lo establece el comité organizador, abordar temas de salud de varones jóvenes y adultos, resaltar el rol positivo y las contribuciones que los varones hacen diariamente tanto a su comunidad como a la sociedad, promover la igualdad de género y celebrar la masculinidad ”.
Respecto a la fecha de 19 de noviembre…. el porqué también está inmerso en una profunda ambigüedad y en algunos casos hasta comicidad. Se indica que en algunos países se festeja en otras fechas, por ejemplo en Colombia se ha adoptado el 19 de marzo como el Día del Hombre porque se celebraba originalmente el Día de San José, el padre de Jesús; de hecho en algunos países este es el día del padre (España) por lo que se yuxtaponen supuestamente ambas celebraciones. En otros lugares se indica que el 19 de noviembre, fijado por la UNESCO, se debe a que es la fecha de un récord futbolístico, no de un padre santo sino del futbolista Edson Arantes do Nacimento (más conocido como “Pelé”), quien un 19 de noviembre de 1969 anotó su gol mil. Suficiente o no, este motivo al parecer para algunos, “es tan redondo para la UNESCO como el día de San José para otros países y su celebración” [1] .
Asimismo, se indica que al parecer fue propuesto por un tal “Dr. Teelucksingh”, quien junto a un “Comité de Coordinación DIH y sus miembros” formalmente ratificaron los principales objetivos de este día con la idea de proteger sus valores centrales y ofrecer un punto de referencia fiable para los futuros celebrantes”. También se señala que la celebración “se desarrolla durante el mes de noviembre, en el que los varones dejan crecer sus bigotes . Este evento busca concienciar sobre temas de salud de los varones (uno de los puntos centrales del DIH) como el cáncer de próstata , de testículo y la depresión en el hombre, y para ello recauda fondos”.
Desde estas ideas queda claro que este día fue instaurado para “restaurar” un lugar considerado “perdido”, el de una masculinidad determinada social e históricamente (¡y sabemos perfectamente cuál es esa masculinidad!). Se parte de la idea que los tiempos han cambiado y uno de los efectos ha sido la falta de paridad de género en contra de los hombres. Sí, en contra de los hombres. Aquí, uno se pregunta: ¿qué es esto?.... si no parece tratarse más que del machismo de la vieja escuela, reforzando una idea de masculinidad profundamente patriarcal. También negadora de la histórica y muy contemporánea desigualdad de género entre hombres, mujeres y otras identidades sexo-genéricas y, sobre todo, de la descomunal asimetría entre las formas de violencia, discriminación, menoscabo, trato, etc., que sufren las mujeres. Justamente en contra de “esa concepción del mundo”, de esa visión de los “hombres”, es que se han iniciado buena parte de las luchas emancipadoras del siglo XX y los comienzos del XXI.
Por si teníamos alguna duda en otra página web (de una iglesia Pentecostal “Nuestro Tiempo”), una de las pocas que hablan del tema, uno de sus promotores para el caso de Ecuador (Marcel Ramírez Rhor, presidente de la Fundación Papá por Siempre y líder de la página web zonah.org) entre los argumentos que da para defender la celebración destaca: “Hoy la figura del hombre está destrozada y por los pisos, la moral del hombre está en ruinas y lo peor es que nadie le presta atención”. Su aseveración se basa en que, según él, en la actualidad se quiere vender la idea de que el hombre debe ser más ‘femenino’ y perder su masculinidad y liderazgo. Por su parte, el sociólogo Rubén Aroca, en la misma página, indica que “en países sudamericanos, como Ecuador, los contextos sociales son diferentes a los europeos y eso conlleva a que los propios hombres no perciban esta fecha como algo importante”. Pero agrega que, con respecto a la premisa de Ramírez, “se está tratando de reivindicar la identidad masculina clásica, esa que “en algún momento Hollywood constituyó” de alguna manera en décadas anteriores y que mostraba a un hombre fuerte, seguro de sí mismo, galante, protector y hasta salvador de la mujer”.
Sobre diferencias y desigualdades
Forzando el debate hasta aquí planteado, ya que como hemos visto no ha sido esta la intención “oficial”, el asunto vuelve sobre una distinción clave y, al parecer, aún no saldada en nuestras sociedades contemporáneas: entre la lucha por el reconocimiento de las diferencias y aquella por el fin de las desigualdades y la ampliación de los espacios de emancipación social. Nadie puede negar la existencia de diferencias entre las personas, muchas de de las cuales deben ser reconocidas a fin de respetar las individualidades, autonomías y los estilos de vida particular. Sin embargo, otra cuestión es confundir este hecho con el acceso desigual a recursos materiales y simbólicos en una sociedad determinada.
La fractura de género es una construcción social de desigualdad que se produce a partir del sexo de cada uno/a. A partir de este “dato biológico” se construyen dos mundo, el femenino y el masculino, al que se le adjudican roles diversos y, lo que es más importante, diversos estatus en la estructura social. Justamente las luchas feministas (el feminismo de la igualdad, de la diferencia, las teorías queer o las teorizaciones sobre las nuevas masculinidades) han batallado por politizar esta desigualdad, por hacerla pública, visible, e impugnarla; esto es, por construir un orden diverso que no suponga formas de jerarquía y de asimetría social.
No podemos continuar cerrando los ojos. Como en cualquier relación de desigualdad hay ganadores y perdedores. Y los datos hablan por sí solos (todas la cifras mencionadas a continuación provienen del Instituto Nacional de Estadística y Censos, INEC). Como muestra un botón. En 2011 en Ecuador 6 de cada 10 mujeres han vivido algún tipo de violencia machista durante su vida y 1 de cada 4 ha sufrido violencia sexual). El trabajo doméstico se sigue repartiendo de manera desigual: en 2012, 7 horas a la semana le dedican los hombres de media frente a las 24 horas que le dedican las mujeres. La mortalidad materna alcanza unos niveles muy altos en el país (70,4 muertes por cada 100.000 nacidos vivos en 2011) en relación con Europa o Norteamérica, pero también en comparación con otros países de la región; hecho que muchos expertos relacionan con el aborto clandestino. Y el embarazo adolescente adquiere dramáticas cifras: son madres el 16,9% de las adolescentes entre 15 y 19 años, ¡y casi el 1% entre 12 y 14 años! Las mujeres más jóvenes están aún más expuestas a consecuencias graves en su salud, a la reproducción intergeneracional de la pobreza, a la inestabilidad familiar, a la deserción escolar y a la inserción precaria en el mundo laboral. Y las desigualdades siguen… en el mercado de trabajo una mujer gana en promedio 275 dólares frente a los 320 del hombre; el subempleo (respecto a la PEA al 2011) afecta más a las mujeres y que a los hombres (27,8 para hombres y 37,5 para mujeres, 2011); lo mismo el desempleo (3,4 frente a 6,2, 2011); en cuanto a la afiliación de la población a la seguridad social, también llevan las de perder las mujeres (19,3 de los hombres frente a 13,2 de las mujeres, 2010: ver Atlas de las Desigualdades Socio-Económicas del Ecuador, SENPLADES, 2013). Si a esto se le suma la condición de indígena, montubia o afroecuatoriana de las mujeres los datos develarán aún más simetrías.
Aparte de estos indicadores más cuantitativos, es fácil observar como aún no se ha caminado lo suficiente para conseguir jornadas y prácticas laborales que permitan conciliar la vida familiar y laboral. Nadie dudará tampoco de la existencia de dinámicas machistas en la política cotidiana. O estaremos de acuerdo también que poco se ha avanzado en la construcción de aproximaciones al deseo y el erotismo respetuosas y cuestionadoras de los roles patriarcales; experimentando únicamente “sexualidades tutorizadas”. Así pues, y estableciendo una analogía con las luchas en el campo laboral, como el primero de mayo a nivel mundial se conmemora el día del trabajo, ¿tenemos también que instaurar el día del patrón?
Nuevas masculinidades
Esta línea argumental no es contradictoria con reconocer el importante trabajo político que están llevando a cabo grupos de hombres y transexuales (aunque aún muy minoritarios) por romper la fractura de género de nuestras sociedades, sobretodo en la esfera personal, repensando su identidad de “hombre”… o mejor dicho “hombres”. Y eso es un hecho muy positivo. La construcción de nuevas masculinidades debe acompañar la lucha que históricamente se ha dado en gran parte por las mujeres por superar la construcción socio-genérica que las encorseta. No puede separarse de ella. Sin hombres que trabajen su identidad, y por lo tanto que vivan su masculinidad con más libertad, deseo y alegría, no podremos avanzar en la utopía de romper la fractura que nos divide en dos grupos humanos. Como apuntaba Doris Lessing, escritora premio Nobel recientemente fallecida, en su Cuaderno Dorado: “¿de qué sirve que nosotras seamos libres si ellos no lo son?”.
Coral Herrera, Doctora en Humanidades y experta en género, apunta que debe caminarse hacia la construcción de nuevos hombres, que ella define como aquellos que “no tienen complejos de inferioridad que les empujen a machacarte para que no brilles, no se creen que eres de su propiedad, no te celan mientras cortejan a otras, no dependen de ti porque estén contigo, y lo están hasta que dejen de estarlo. Es decir, no se sienten "condenados" a estar contigo: son libres para quedarse a tu lado”. Son aquellos que no se sienten tan presionados para mostrar su virilidad continuamente, como les sucede a los varones patriarcales. Eso es, hombres que sepan relacionarse más allá de los patrones machistas.
Pero este trabajo en la esfera personal, que quede muy claro, no puede realizarse en el vacío sin reconocer que en una sociedad machista son las mujeres las que se llevan la peor parte ¾ tanto en la esfera personal como en la pública ¾ . Así pues, no puede construirse esta anhelada igualdad de derechos y acceso a recursos sin repensar a fondo la estructura y las instituciones sociales, las políticas públicas, las relaciones de amistad, afecto, sexuales, de amor e inclusive las relaciones laborales. Eso es, no puede avanzarse emancipatoriamente sin politizar esta división, esta fractura que genera dos grupos humanos en una posición desigual en la estructura social.
Los falsos equilibrios entre el día del hombre y el día de la mujer, la búsqueda de “igualdad” sin cuestionar el fondo, la “neutralización” y la no constatación de la diversa valoración social de aquello que es masculino y femenino ¾ o mejor dicho, la ausencia de discusión respecto de lo que se entiendo por "masculino" y "femenino", asumiendo sin debate que son categorías cerradas e imponiendo su significado en todos los ámbitos de la vida social ¾ , se constituyen en acciones que permiten, consciente o inconscientemente, un reposicionamiento de principios y actitudes profundamente patriarcales. Se dinamitan, así, los esfuerzos realizados durante décadas por promover ámbitos, dinámicas y espacios de relacionamiento que alimenten un proceso emancipatorio de largo aliento hacia la igualdad de oportunidades y de posiciones (como diría François Dubet), y que celebren la diferencia, no sólo entre géneros sino entre las diversas (auto) comprensiones de lo que somos y lo que queremos ser.
Los poderes públicos, en particular aquellos que adoptan una lógica radicalmente transformadora, deben tomarse en serio la superación de los elementos que hacen de nuestras sociedades, y del Estado, instituciones machistas. Deben acometer la transformación irreversible de los patrones de relacionamiento opresivos y disfuncionales, materializados ¾ por desgracia, aún de forma cotidiana ¾ en situaciones concretas de abuso, opresión y discriminación de unos/as hacia otros/as. Esa superación solo puede acometerse desde posiciones y acciones radicalmente comprometidas (radical = a la raíz), y no desde la frivolidad y la superficialidad. No lo conseguiremos añadiendo un día más en el santoral, a modo de gigantesca terapia de grupo para recuperar la moral y la estima de nuestros machos. Lo haremos, al contrario, cuestionándonos, y haciendo cuestionarse a los demás, cotidiana y radicalmente, lo que aún nos hace aceptar la disfuncionalidad de la discriminación como elemento normal, aceptable y hasta necesario en cualquier ámbito de la vida social.
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