JOSÉ VICENTE RANGEL.
1ºMenudo dilema el de la oposición con motivo de las elecciones municipales del 8 de diciembre. Por ahora todo indica que no le irá bien
1º Menudo dilema el de la oposición con motivo de las elecciones municipales del 8 de diciembre. Por ahora todo indica que no le irá bien. No solo por lo que revelan las encuestas -comienzan a conocerse los primeros resultados-, sino por lo que se percibe en la calle. Pero esta situación, previa a todo evento electoral, no tendría nada de particular si el país contara con una oposición respetuosa de las reglas de juego, ya que en el marco de la democracia ganar o perder en unos comicios es parte de lo que depara el destino. Perder, por ejemplo, no es una fatalidad porque siempre hay la posibilidad de revertir la situación más adelante. ¿Pero actuará así la oposición ante una derrota el 8-D, o repetirá cantar fraude a capricho? En el caso de la venezolana, es proverbial su reacción antidemocrática ante el hecho electoral. Su comportamiento consiste en asumir las elecciones para convertirlas en parte de la trama conspirativa en que está envuelta. Se abstiene, como lo hizo en pasadas elecciones parlamentarias, para crear un clima propicio a la conspiración, o participa con cartas marcadas. Con el argumento, preparado de antemano, de denunciar que le roban el resultado. Por eso que la participación electoral de la oposición tiene más de recurso desestabilizador que de práctica democrática.
2º Por eso el dilema se repite cada vez que hay comicios, presidenciales, diputados, gobernadores, alcaldes, concejales. Como las municipales de diciembre. Desafío que se agrava porque la referencia ahora es el resultado que obtuvo su candidato presidencial el 14-A, imposible de repetir por diversas razones. Cito algunas: a) un discurso, posterior a esa fecha, plagado de mensajes equivocados que provocan efectos negativos; b) caída de la imagen del excandidato que se traduce en erosión de su liderazgo, debido a los desaciertos tácticos en que incurre; c) costo de pretender convertir una elección municipal en nacional, y darle connotación plebiscitaria para sacar a Maduro de Miraflores; d) desmotivación del elector opositor y sus efectos sobre la maquinaria electoral, como lo demostró el simulacro del CNE. Para la oposición una derrota electoral el 8-D es una catástrofe. Porque carece de calidad democrática para soportar el revés. Sicológica e ideológicamente no está conformada para admitir un fracaso que otra formación política con talante democrático, asimila normalmente Todo cuanto ha hecho la oposición desde que sus dirigentes fueron desplazados del poder en 1998, constituye un asombroso derroche de incapacidad para practicar la política. El tiempo se les ha ido en preparar golpes de Estado, desestabilización, sabotajes, en fin, aventuras, en vez de organizarse para competir democráticamente. Para convertirse en opción ciudadana, respetuosa de la Constitución. Durante 15 años sus dirigentes despreciaron oportunidades que nunca tuvo otra oposición. Rechazaron condiciones excepcionales para ejercer la política que ofrece un proceso de cambios institucionales, sociales, de participación, y guiados por el odio, el inmediatismo, la desesperación por recuperar el poder, incurrieron en absurdas conductas. Con lo cual generaron dudas respecto a sus propósitos; sospechas que los inhabilitan como interlocutores. ¿Qué harán si el resultado del 8-D es adverso como parece? El chavismo no tiene ese dilema: si gana, gana; si pierde, respeta la decisión del pueblo. De la oposición no se puede decir lo mismo: la experiencia durante todos estos años confirma dudas y sospechas plenamente válidas.
2º Por eso el dilema se repite cada vez que hay comicios, presidenciales, diputados, gobernadores, alcaldes, concejales. Como las municipales de diciembre. Desafío que se agrava porque la referencia ahora es el resultado que obtuvo su candidato presidencial el 14-A, imposible de repetir por diversas razones. Cito algunas: a) un discurso, posterior a esa fecha, plagado de mensajes equivocados que provocan efectos negativos; b) caída de la imagen del excandidato que se traduce en erosión de su liderazgo, debido a los desaciertos tácticos en que incurre; c) costo de pretender convertir una elección municipal en nacional, y darle connotación plebiscitaria para sacar a Maduro de Miraflores; d) desmotivación del elector opositor y sus efectos sobre la maquinaria electoral, como lo demostró el simulacro del CNE. Para la oposición una derrota electoral el 8-D es una catástrofe. Porque carece de calidad democrática para soportar el revés. Sicológica e ideológicamente no está conformada para admitir un fracaso que otra formación política con talante democrático, asimila normalmente Todo cuanto ha hecho la oposición desde que sus dirigentes fueron desplazados del poder en 1998, constituye un asombroso derroche de incapacidad para practicar la política. El tiempo se les ha ido en preparar golpes de Estado, desestabilización, sabotajes, en fin, aventuras, en vez de organizarse para competir democráticamente. Para convertirse en opción ciudadana, respetuosa de la Constitución. Durante 15 años sus dirigentes despreciaron oportunidades que nunca tuvo otra oposición. Rechazaron condiciones excepcionales para ejercer la política que ofrece un proceso de cambios institucionales, sociales, de participación, y guiados por el odio, el inmediatismo, la desesperación por recuperar el poder, incurrieron en absurdas conductas. Con lo cual generaron dudas respecto a sus propósitos; sospechas que los inhabilitan como interlocutores. ¿Qué harán si el resultado del 8-D es adverso como parece? El chavismo no tiene ese dilema: si gana, gana; si pierde, respeta la decisión del pueblo. De la oposición no se puede decir lo mismo: la experiencia durante todos estos años confirma dudas y sospechas plenamente válidas.
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