Antonio Aponte.
Acudimos a este verso de Fito Páez porque refleja bien la situación que atraviesa la Revolución Venezolana.
La realidad cachetea a la Revolución y no queremos reaccionar, actuamos como el avestruz, insistimos en un suicida "palante es pallá" y seguimos caminando, cómicos, hacia el abismo anunciado.
Nos encontramos en el medio de una crisis, la oligarquía navega en los titubeos de la Revolución, cosecha en nuestros errores, manipula al pueblo humilde como lo hace desde siglos: lo vuelve contra sus redentores. Ha tomado la iniciativa política y ha atenuado la fuerza espiritual del Socialismo, que hemos convertido en una serie de medidas incoherentes, de acciones epilépticas que no emocionan. No hay objetivo estratégico, no dotamos al pueblo de razones sagradas por las cuales luchar ni las enraizamos en su corazón.
La situación hoy es muy grave, el desánimo cunde y asoma en el paisaje a pesar de los disimulos. Negarlo, buscar culpables, es errar el blanco y llevar agua al molino enemigo. Es necesario un alto en el camino y, sin miedo, buscar en la discusión seria, en la argumentación rigurosa, la salida a los problemas.
Lo primero a revisar es la pretensión de construir Socialismo con la ayuda del capitalismo. Esta ingenuidad de pedirles que caven su sepultura está en el origen de los problemas de hoy. Veamos
La Revolución conversó con los capitalistas y desempolvó una teoría que permite justificar un pacto económico con la burguesía. Ese es el problema. Aquello no fue una simple conversación, fue una concertación, se confeccionó un plan restaurador con la excusa de elevar las fuerzas productivas. Como era previsible el capitalismo siguió siendo capitalista, buscando su ganancia, cuidando su sistema... y los problemas del gobierno socialista que puso su esperanza en los oligarcas se siguen agravando. Los burgueses no descansarán hasta derrocar a Maduro.
Entonces, ¿qué hacer?
Debemos recuperar la fuerza de la Revolución, y ésta reside en un pueblo organizado, con Conciencia del Deber Social, esto es, entendiendo que la solución de sus problemas depende de la acción social y no individual, de un pueblo donde los individuos se sientan miembros, responsables de toda la sociedad. Esta conciencia y esta espiritualidad es la única fuerza capaz de construir mundos. Esa debía ser la misión central de la Revolución.
Sin mezquindades, es la hora de ofrecer el corazón, la hora de los hornos, de las grandes definiciones, de la crítica dura. Somos privilegiados por encontrarnos en esta encrucijada de resolver nuestros problemas de manera social, juntos, de fundar un mundo donde las necesidades no sean beneficio del capital sino palanca para el crecimiento del humano, o al contrario, de regresar a la esclavitud, a la miseria espiritual y material de un capitalismo marginal que nos manipula.
La hora requiere de los gobernantes el coraje de convocar al pueblo para las grandes tareas, dirigirlo hacia el rescate del humanismo. Atreverse a romper con el fraude capitalista y sus valores mercantiles.
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